1. Derecho a la educación pública y de calidad: estudié hasta los 30 años en instituciones públicas y pude estudiar una carrera universitaria y un doctorado. No pude estudiar Periodismo pero si pude estudiar Humanidades y Comunicación. Nunca tuve ninguna beca pero mis padres pudieron costearme las tasas universitarias porque en aquel entonces eran muy baratas y se permitía el acceso masivo de la clase obrera a la Universidad.
2. Derecho a la sanidad pública y de calidad: antes de que empezaran los recortes, pude ir al médico cuando enfermé. Nunca tuve que ir al hospital, siempre gocé de buena salud, pero viví en un país en el que tener pocos ingresos no ponía en riesgo tu vida. Hablo en pasado porque cuando emigré perdí mi derecho a la sanidad pública y porque ahora las listas de espera son tan largas que tienes que pagar para hacerte las pruebas fuera si no quieres morirte.
3. Derecho a una vida libre de violencia: nunca me han pegado, ni me han violado, ni he sufrido agresiones de ningún hombre de mi entorno, de mi pareja, ni de hombres desconocidos. Mis parejas nunca me han maltratado ni psicológica ni emocional ni físicamente. Tampoco he sufrido violencia por mi color de piel, ni mi nacionalidad, ni por no tener religión, ni por mi orientación sexual, ni por mi clase socioeconómica.
4. Derecho a comer todos los días de mi vida y a no pasar hambre. Cuando no he tenido dinero, he tenido mucha gente solidaria a mi alrededor que me ha dado de comer, y yo siempre he hecho lo mismo: grandes olladas de comida para alimentar a amigos, amigas y gente cercana.
5. Derechos sexuales y reproductivos: he tenido derecho a la educación sexual (no en la educación pública, sino en mi casa), y a los anticonceptivos. He vivido en un país donde abortar era posible aunque no lo necesité nunca. He tenido las parejas que he querido, me he juntado y me he separado cuando he querido, he probado todas las formas de relación y de amor que me ha apetecido, sin tener que esconderme, sin sufrir violencia en mi familia o en la calle por emparejarme con hombres y mujeres. He sido madre cuando he querido, nadie me lo ha impedido, nadie me ha obligado a serlo, y no he tenido que separarme de mi bebé ni pedir a nadie que me lo cuide, me siento muy privilegiada porque puedo cuidarlo junto con mi compañero ya que trabajo en casa.
6. Derecho a una vida libre de discriminación: la única discriminación que he sentido en la vida ha sido por ser joven, y por ser mujer. Me he sentido tratada como una niña, me he sentido acosada en la calle, en bares y discotecas, y en el entorno laboral. He trabajado mucho gratis a gente que se ha aprovechado de mí, todos hombres que me han prometido mejores condiciones en el futuro hasta que me he hartado. He tenido que aguantar mucho baboso asqueroso en mi vida laboral, tanto en España como en Costa Rica, de gente que tras recibir mi cv me llamaba para ofrecerme un contrato: me sacaban de la oficina para invitarme a un café, e insinuarse, y en esos momentos yo no tenía herramientas para entender que es mejor morirse de hambre que aguantar a este tipo de gentuza. Mi color de piel y nacionalidad me han puesto las cosas muy fáciles en muchos sitios, excepto con gente que odia a las personas que nacen en países desarrollados y de tradición colonialista, y gente que odia o desprecia a las personas blancas porque las considera opresoras.
7. Derecho a trabajar y recibir un salario: empecé a trabajar a los 18 años mientras estudiaba. Todos mis trabajos han sido extremadamente precarios, incluso los de universidades y organismos internacionales. He sido cajera de supermercado, he repartido publicidad en la calle, he pintado las rayas de las sendas montañeras, he vendido cerveza y mojitos en los conciertos y las manifestaciones, he sido profesora de inglés y ciencias sociales, he sido cocinera en una cadena de comida basura, he sido actriz de teatro y cortometrajes, he sido profesora de teatro infantil, he trabajado en dos editoriales, y siempre sin contrato, sin seguro social y con salarios de mierda, excepto en el supermercado, época en la que fui mileurista. He sufrido todo tipo de abusos por parte de mis contratadores: me pagaban tarde y mal, me pagaban cuando querían, o no me pagaban: una empresa se esfumó en el aire y nos dejó a todos sin tres meses de salario, pero no podía denunciar porque no tenía contrato ni recursos para meterme en juicios. No tendré jubilación jamás porque apenas he cotizado en la seguridad social.
8. Derecho a la libertad de expresión, de reunión y asociación, derecho a la huelga: he nacido en un país en el que he podido manifestarme con libertad y he podido trabajar en movimientos sociales y políticos sin miedo a morir. Si que he tenido miedo a ser detenida pues en varias ocasiones he tenido a la policía encima y he tenido que correr cuando había cargas policiales para disolver las manifestaciones. En mi país se tortura a gente y he tenido la suerte de no ser torturada, ni golpeada, ni detenida de forma arbitraria.
9. Derecho a viajar y a emigrar: mi pasaporte español me permite viajar sola o acompañada a casi todos los países del mundo. Con 34 años emigré a Costa Rica y tuve el privilegio hacerme pasar por turista. Salía y entraba cada 3 meses del país. Solo en dos ocasiones las autoridades me humillaron tratando de entrar. Debido a mi origen español, no he sufrido apenas xenofobia, aunque siempre te encuentras gente que te acusa de llegar "a robarle el trabajo a los de aquí", o que te considera una colonizadora que viene a robar el oro del país. No he podido trabajar en el país durante tres años en los que estaba de ilegal, pero mi compañero me mantuvo durante todo el tiempo, monté mi propia escuela on line sobre amor y feminismo, y he podido hacer pequeñas colaboraciones en algunas instituciones costarricenses.
10. Derecho a techo: estuve okupando durante cinco años de mi vida en edificios comunitarios y fuimos desalojados por la policía. Luego he podido alquilar pisos con más gente hasta que me fui del país. En Costa Rica he podido hipotecarme y comprarme una casa: el banco nos consideró, a mi compañero y a mí, sujetos aceptables para comprar una casa y endeudarnos de por vida.
11. Derecho a no sufrir violencia obstétrica: disfruté de una buena atención durante todo mi embarazo, parto y postparto, y un excelente trato humano. Mi privilegio consistió en pedir prestado dinero para poder parir en un hospital privado en el que me permitieron intentar el parto natural, pude imponer mis condiciones, y no me separaron de mi bebé al nacer.
12. Derecho a la libertad de movimientos, y a la libertad de elección: mi libertad siempre se ha visto limitada por mi necesidad y mi precariedad permanente. Pero soy privilegiada porque actualmente me gano la vida en lo que me gusta: escribir y comunicarme, aunque no sea autónoma aún. He pasado (mucho) miedo al volver a casa por las noches durante años, pero nunca quise renunciar a mi derecho a moverme con libertad por la calle. Me atracaron dos veces, sin agresión física por parte de los asaltantes. Puedo viajar sola sin problemas por muchos países, y lo disfruto mucho. Aguanto el acoso callejero como todas las mujeres de este planeta (a ratos con rabia profunda, a ratos con dolor, a ratos con resignación), y desde que vivo en Costa Rica no puedo caminar sola de noche por las calles. Por el día, sufro riesgo de sufrir acoso sexual (como todas) y a morir atropellada porque no hay aceras ni semáforos ni pasos de cebra en mi barrio, lo que limita mi libertad de movimientos.
Estos son, creo, todos los privilegios que he tenido y tengo. Los he planteado desde la perspectiva de los derechos humanos fundamentales, porque creo que comer o ir a la Universidad son derechos fundamentales, no privilegios que sean necesario abolir o renunciar a ellos.
Como creo que todo el mundo debería poder tener los mismos derechos, lucho día a día contra la discriminación, la desigualdad, la violencia y todas las formas de odio que perpetúan el fascismo, el machismo, la xenofobia, el clasismo, el racismo, la homolesbotransfobia, etc.
Probablemente me dejo unos cuantos privilegios o derechos en el tintero, son bienvenidos todos los aportes que alimenten esta lista de privilegios basados en las etiquetas con las que me definen: "blanca", "hetera", "cisexual", "europea", etc.
Yo me siento más identificada con otras etiquetas como: “obrera”, “migrante”, “mujer que lucha”, “honesta”, “solidaria”, “trabajadora”, “comprometida”. Supongo que porque las etiquetas anteriores me sitúan en el grupo de las malas, y no me gusta que me definan desde esas dicotomías patriarcales según las cuales hay feministas opresoras que se dedican a oprimir a otras feministas a diario.
Ahora que está de moda lo de competir a ver quién está más oprimida, en lugar de señalar a la estructura económica, política, social, etc, se etiqueta, se clasifica, se jerarquiza y se culpa a las compañeras. Se las señala con nombres y apellidos para que todo el mundo sepa quienes son. Yo me he atrevido a criticar estos concursos y he recibido mucho desprecio por parte de algunas compañeras. Por eso he escrito este listado para copipegarlo todas las veces que me regañen porque no me paso el día enumerando mis privilegios y no hago autocrítica.
En mi vida personal y en mi grupo de trabajo feminista el Laboratorio del Amor, me trabajo los patriarcados que me habitan día a día, porque creo que ninguna de nosotras estamos libres de patriarcado, ni las bisex, ni las heteras, ni las lesbianas, ni las personas trans, ni la gente queer: todes tenemos que trabajarnos muchas cosas, porque vivimos en una cultura patriarcal que también impregna a la lucha feminista en sus formas de organizarse y relacionarse.
Los discursos de odio no son exclusivos del machismo y la misoginia: están por todos lados, brotan en todos los sitios a diario, desde todos los frentes: hacia el enemigo, y hacia las propias compañeras de lucha.
No me identifico como opresora y siento mucho que a algunas compañeras feministas les moleste, pero no me considero una persona violenta, ni explotadora, ni abusadora, y no me relaciono en base a jerarquías ni alimento luchas de poder con la gente.
Me solidarizo con las mujeres y la gente que sufre más opresiones, más violencia y discriminación que yo. Trato de combatir las opresiones que yo no sufro desde donde estoy, trato de apoyar y ayudar en lo que puedo, intento dar lo mejor de mí en mi día a día, en la interacción con todas las humanas con las que me cruzo a diario.
Me niego a considerar opresoras a las personas que disfrutan de más privilegios o más derechos que yo. Para mí las mujeres feministas son mis compañeras de lucha, y los hombres feministas son mis compañeros de lucha, y no me siento ni por encima ni por debajo de nadie: yo sólo sé relacionarme horizontalmente, y organizarme en redes.
Trato de ser honesta, solidaria, sensible, y coherente con mi discurso, mi forma de pensar, mis sentimientos, mi comportamiento, mis ideas, y mis acciones. A veces me equivoco porque soy imperfecta y humana, pero me lo trabajo para ser una buena persona. Trato de llevar la teoría a la práctica, de despatriarcalizarlo todo, de desaprender, desmitificar y desmontar el patriarcado en mi día a día.
Creo en el compañerismo feminista, en la sororidad y la solidaridad, en el trabajo en equipo, y creo que unidas somos mucho más fuertes. Creo que hay que evitar el odio y apostarle al amor y a la ternura social. Creo que otras formas de quererse, de organizarse y de relacionarse son posibles, y por eso trato de aportar lo mejor de mí para crear mucho amor del bueno, amor compañero, amor feminista y libertario.
Coral Herrera Gómez