Ojalá existiese una escuela o un espacio terapéutico en la que pudiésemos ir a curarnos cada vez que detectemos odio en nuestros corazones, o cada vez que alguien nos señale amablemente los primeros síntomas de estar sufriendo una enfermedad de transmisión social.
Ese odio que siente tanta gente contra los niños y niñas, las mujeres, la gente pobre, las personas con discapacidad, las personas
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