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El Laboratorio del Amor

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El Laboratorio del amor es una red de trabajo internacional en torno a los estudios sobre el amor, un espacio para reflexionar individual y colectivamente sobre nuestra cultura amorosa bajo el lema "Lo romántico es político" y con la filosofía basada en la idea de que "Otras formas de quererse son posibles".

El Laboratorio coordinado por Coral Herrera Gómez lleva un tiempo funcionando como un espacio de trabajo para las alumnas de los talleres de "Señoras que... dejan de sufrir por amor", y ahora lo abrimos al público para todas las mujeres que quieran unirse al trabajo de deconstrucción y construcción que estamos haciendo en torno a los afectos, el erotismo y la sexualidad, las emociones y los sentimientos. 

Somos mujeres diversas en edades, nacionalidades, profesiones y orientaciones sexuales, pero a todas nos une el objetivo común de pensar, repensar y reinventar los amores y los romanticismos. Tenemos una Biblioteca del Amor y unos fotos temáticos en los que analizamos, debatimos, compartimos información y recursos, y construimos herramientas colectivamente.  También tenemos un espacio de acompañamiento para tratar temas personales: es un lugar de escucha activa en el que las Señoras podemos compartir nuestras experiencias, escucharnos las unas a las otras, desahogarnos, aconsejarnos, reírnos juntas, y acompañarnos en los procesos que estamos viviendo en el presente (enamoramientos, rupturas, duelos, momentos difíciles, etapas de cambio y transformación...).




Cuándo: 25 de Mayo 2015
Cuánto: 9.99 euros al mes.


  



¿Qué es el Laboratorio del Amor?

  • Un espacio de trabajo colectivo en torno a los estudios sobre el amortrabajamos en Foros en los que hablamos sobre temas específicos, cada mes os propondré uno nuevo, y vosotras también podréis lanzar temas para debatir con las compañeras. 
  • Un espacio de conocimiento e intercambio de recursos e información: tenemos una estupenda Biblioteca con bibliografía, vídeos, libros en pdf, imágenes, artículos, enlaces, entrevistas, documentales, blogs y webs de interés, podcasts y audios, etc.
  • Un espacio de acompañamiento: en el Foro de Señoras  hablamos sobre nuestras cosas personales, compartimos dudas, pedimos consejo, nos desahogamos, compartimos los procesos personales de cada una, y echamos una mano en lo que podemos: es el espacio más sororario en el que nos expresamos con libertad, en un ambiente de confianza y privacidad. 
  • Un espacio de creación colectivo: en el Blog de las Señoras podréis subir todo el material que sea de vuestra propia cosecha: textos, poemas, ensayos, relatos, cartas, dibujos, canciones... y enriquecer vuestros posts con música, imágenes, vídeos o links interesantes. Será un espacio para crear con total libertad, sin miedo a ser juzgadas o criticadas, con generosidad para mostrarnos y para compartirnos.

¿Cuántas horas a la semana requiere mi participación en el Laboratorio?
  • El trabajo es flexible y cada participante se conecta cuando lo desea, trabaja a su ritmo y se organiza a su manera. Las únicas citas fijas son los martes en el chat con Coral Herrera y el resto de las compañeras en directo. 

  • Tú decides cuanto tiempo quieres o puedes dedicarle a este proceso de formación permanente. La idea es que puedas trabajar sin agobios, y disfrutando de esta red internacional de mujeres.
¿Quién puede participar?
Este es un espacio inclusivo y diverso en el que cabemos todas: mujeres jóvenes, adultas y mayores, mujeres heterosexuales, bisexuales y lesbianas, mujeres cisexuales y transexuales, mujeres enamoradas, mujeres decepcionadas, solteras, casadas, poliamorosas…  tenemos en común las ganas de conocer mejor nuestra cultura amorosa, de conocernos mejor a nosotras mismas, y de construir herramientas individuales y colectivas para poder disfrutar más de la vida y del amor.


¿Cómo funciona el Laboratorio del Amor?

Conocimiento: Cada mes trabajaremos en un tema específico en los Foros del Laboratorio.

Investigación: en la Biblioteca  del Amor tendremos nuevo material todos los meses. Todas podemos acceder a los recursos y aportar con libros, artículos, audios, entrevistas, reportajes, documentales, música...

Creatividad: En el Blog de las Señoras podremos publicar nuestros textos (poemas, reflexiones, ensayos, cartas, relatos, microrrelatos...)

Acompañamiento: espacio para compartir nuestros temas personales, enriquecer nuestros procesos individuales, pedir ayuda a las compañeras, aconsejarnos unas a otras, desahogarnos y poner en común lo que nos pasa.
Además, también tendréis la posibilidad de disfrutar de sesiones privadas con Coral por chat o por skype si deseáis acompañamiento personalizado en vuestros procesos individuales.



 ¿Qué hacemos las Señoras en el Laboratorio del Amor?

El amor es un proceso de construcción permanente. y nosotras  en este espacio nos dedicamos a:

- Analizar nuestra cultura romántica.

- Reflexionar sobre nuestras formas de querernos y de organizarnos.

- Destripar mitos del romanticismo patriarcal.

- Aprender a gestionar emociones.

- Hacer frente a los miedos propios y los colectivos.

- Visualizar las ideologías que atraviesan nuestras emociones y sentimientos.

- Liberarnos de las represiones emocionales y sexuales que heredamos a través de la educación.

- Cuestionar las estructuras antiguas e inventarnos otras nuevas para         relacionarnos con nuestro entorno.

- Poner en común experiencias personales.

- Acompañarnos en el proceso individual que cada una llevamos a cabo.

- Construir herramientas que nos hagan sufrir menos y nos permitan disfrutar más de los afectos y las relaciones.




Pronto tendréis más info aquí y en Campus Relatoras,
¡empezamos el 25 de mayo! 

Señoras que... en tu ciudad

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Ahora puedes montar tu propio grupo de Señoras en tu barrio, en tu ciudad o en tu pueblo. 

Si quieres juntarte con más mujeres para:

sentirte acompañada en tu proceso de trabajo personal,
- investigar colectivamente el amor romántico a través de lecturas y material sobre el tema,
- acompañar, escuchar y compartir los procesos de las compañeras
- crear redes amistad y compañerismo con mujeres diversas que comparten tus inquietudes,

puedes crear un grupo, o unirte a los grupos que se están creando en diferentes lugares.


Pasos a seguir para crear un grupo de Señoras que... en tu ciudad:

- Crear un grupo cerrado de facebook en el que poder coordinar las quedadas semanales, quincenales o mensuales con el titulo Señoras en...(nombre de la ciudad): Señoras en... Madrid, Bogotá, Asunción, San Salvador, Aragón, Sevilla, Alcalá de Henares, Vallekas....

- Publicarlo en Señoras que... dejan de sufrir por amoren facebook, para quien quiera unirse, y añadirlo a la lista de grupos que estamos haciendo entre todas.


- Elegir un espacio para reunirse (un parque, un bar, un centro social, un local, un centro cultural, una casa, etc) , 


- Decidir con las compañeras fechas, periodicidad, y horarios para las reuniones. 


¡Ya tenéis vuestro grupo de Señoras!



Señoras que... se juntan para acompañarse y trabajar juntas: 

Los primeros grupos de Señoras se formaron espontáneamente: algunas de las alumnas de los talleres Señoras que... dejan de sufrir por amor suelen, a veces, juntarse presencialmente para seguir trabajando juntas, y luego nos mandan fotos, felices de haber traspasado la pantalla. 

Una de nuestras alumnas nos derritió con este mensaje:


"Gracias al curso he sido capaz de poner muchas ideas que de alguna forma ya tenía en orden y de detectar una situación de maltrato en mi última relación de pareja. He dejado de justificarlo y de autoengañarme y he dado el paso de dejarla, algo para lo que hasta hace poco no encontraba el valor. Gracias al curso también he aprendido mucho sobre los machismos ocultos y he reforzado aún más mi pensamiento ecofeminista. Ahora soy capaz además de ver claro que se puede llegar a ser feliz sin tener pareja por más que la mayor parte de la sociedad esté montada para las parejas y las familias tradicionales. Entiendo que una relación de pareja no debería diferenciarse apenas de las relaciones de amistad en cuanto a las expectativas y la convivencia. Pero aunque conozco bien los pasos que tengo que seguir para superar esta ruptura y no volver a caer en esta relación o en cualquier otra con un macho inseguro, acomplejado y prepotente, me falta lo más importante: un sostén de mujeres donde sentirme bien. 


Desde que me divorcié todos mis esfuerzos se orientaron en buscar una pareja perfecta para no sentirme sola y durante estos 8 años he perdido mucho tiempo. Las amigas del alma, esas que me quieren y a las que quiero, viven fuera de Madrid, y lamentablemente por falta de tiempo entre el trabajo y mis hijos, que aún son dependientes,no saco un momento para practicar una actividad en la que tener relaciones o no encuentro esa actividad que me guste y se adapte a mi extraña disponibilidad. Con lo poco que te conozco me das el pálpito de tener una cabeza brillante, de ser una tía que ve un proyecto y lucha por él (prueba de ello es esta maravilla de campus para mujeres), de ser una mujer que sabe de mujeres, de ser alguien para la que nada humano le es ajeno. Por eso quería pedirte que me orientaras para encontrar ese grupo de Señoras reales, no virtuales, al que acudir, al que poder aportar, que sea mi sostén y en el que yo pueda ser sostén de otras. Escritoras, feministas, ecofeministas, simplemente charladoras... Cálidas, acogedoras. ¿Existe algo en Madrid por lo que creas que pueda empezar? ¿Podrías abrirme una puerta?"


Arancha.C.F



En la Comunidad Relatoras queremos abriros una y mil puertas, y facilitar que todas las mujeres puedan crear o integrarse en estos grupos, sean o no alumnas de nuestro Campus.




Si quieres unirte a algún grupo cercano a tu barrio, o montar uno, haz click aquí.

Si quieres saber quienes somos las Señoras, ve aquí. 






Señoras que... en Costa Rica

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Sesiones de acompañamiento individual y sesiones de acompañamiento en el grupo: 




Dónde: en Sabanilla, San José, Costa Rica

Horarios: Una vez a la semana, de 7 a 9.30 pm

Sesiones: 4 sesiones al mes

Duración: 10 horas mensuales

Precio: 40 mil colones por mes (4.000c/hora)

Inicio: 17 de junio 2015




Este grupo es para mujeres de Costa Rica que quieran unirse al trabajo que realiza Coral Herrera Gómez en San José con mujeres de todas las edades, profesiones, orientaciones sexuales, creencias, etc. 

Nos reunimos todos los miércoles en Sabanilla con el objetivo de acompañarnos las unas a las otras, compartir los procesos individuales y pensar colectivamente sobre el tema del amor romántico,y la construcción de nuestras emociones y sentimientos.

Cada sesión dura dos horas y media (son diez horas mensuales de trabajo en total), en ellas reflexionamos colectivamente sobre los temas que elegimos para cada semana, hacemos ejercicios y dinámicas de grupo, ponemos en común lo que nos pasa, compartimos experiencias personales, nos 
aconsejamos unas a otras, nos escuchamos y trabajamos el cuerpo a la vez que la mente y las emociones. 

Empezamos el 17 de mayo en Sabanilla, el coste es de 40 mil colones mensuales (cuatro mil colones la hora). También puedes disfrutar de sesiones individuales de acompañamiento personalizadas con Coral Herrera Gómez, 





Si quieres apuntarte al grupo o pedir cita para una sesión individual, puedes escribirme al email: coralherreragom@gmail.com

Si quieres pedir cita para una sesión individual on line (chat, skype, hangout o mail), puedes escribir a Lola: info@relatoras.com



Acompañamiento

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Asesoría  sentimental, acompañamiento y entrenamiento emocional.
Si deseas  hablar sobre temas relacionados con el amor, las relaciones de pareja, la gestión de las emociones, la construcción de los sentimientos, el placer y la sexualidad, el mundo de los afectos, etc. estas sesiones privadas están pensadas para ti en exclusiva:
  • Si necesitas acompañamiento en tu proceso de enamoramiento. 
  • Si necesitas acompañamiento en tu proceso de desamor, duelo o ruptura. 
  • Si deseas conocerte mejor a ti misma, 
  • Si deseas profundizar en el conocimiento de nuestra  cultura amorosa. 
  • Si necesitas hablar con alguien sobre tus dudas, tus miedos, tus bloqueos, las piedras con las que tropiezas una y otra vez. 
  • Si quieres entrenarte para despatriarcalizar tus emociones, tu deseo, tus fantasías y tus metas. 
  • Si quieres trabajarte lo romántico desde la autocrítica y el humor. 
  • Si quieres adquirir herramientas para poder construir relaciones basadas en el amor, el buen trato y la igualdad.
  • Si tienes ganas de reinventarte, reconstruirte, mejorar, transformar, evolucionar, desaprender y aprender cosas nuevas. 
  • Si quieres entrenarte para sufrir menos y disfrutar más del amor, y de la vida en general.

Vías de acompañamiento:
Presencial (Costa Rica)
Chat
Mail 
Skype

Tú eliges el modo de comunicación y la duración del proceso: tú propones los temas, tú decides el número de sesiones, y la duración de tu proceso de acompañamiento.



Si vives en Costa Rica y quieres acompañamiento presencial, puedes escribirme a:
coralherreragomez@gmail.com

Si estás interesada en el acompañamiento on line, puedes pedir cita e información a Lola de Campus Relatoras, con el Asunto: "Acompañamiento Coral Herrera" en: 
Pasos a seguir:
Paso 1: Pedir cita con Coral en Comunidad Relatoras.
Paso 2: Escribir un mail a Coral explicando cómo te sientes, en qué momento de tu vida te encuentras, qué necesitas trabajar,  y en qué temas necesitas asesoría y acompañamiento.
Paso 3: Cita presencial, chat, mail o Skype con Coral Herrera. Durante las sesiones obtendrás  unas claves para trabajar y tendrás seguimiento en tu proceso en las siguientes sesiones.

Amar más, amar mejor. Coral Herrera en Revista Mente Sana

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Amar más, amar mejor 

El amor en la posmodernidad se ha convertido en una utopía emocional de corte individualista que nos ofrece paraísos personalizados, hechos a nuestra medida. Hoy, bajo el lema del “sálvese quien pueda”, cada cual busca la solución a sus problemas: el romanticismo posmoderno nos seduce con la idea de que el amor nos salvará. De la soledad, de la pobreza, de la rutina, del aburrimiento, de nosotros mismos...

El Romanticismo surgió paralelamente al nacimiento de la burguesía y sus valores individualistas. Sublimó el mundo de los sentimientos y las emociones, y mitificó el amor como la quintaesencia de la felicidad. Las principales consumidoras de las historias de amor fueron las mujeres de clase media y alta, que comenzaron a rechazar los matrimonios concertados y su condición de objeto de intercambio entre las familias. Para muchas de ellas, el amor romántico se convirtió en una vía para liberarse del control y la vigilancia a la que vivían sometidas en casa de sus padres, por eso las jóvenes se rebelaron contra la ley del pater y reivindicaron su derecho a elegir libremente a la persona con la que compartirían su vida.

A finales del siglos XIX, los finales felices se pusieron de moda: el mito del matrimonio por amor sedujo a miles de mujeres, y el rito nupcial se convirtió en el evento social más importante: las bodas pasaron a ser el símbolo de la culminación del amor. Ya en el siglo XX, la industria cinematográfica de Hollywood nos regaló cientos de finales felices en los que las mujeres se salvaban gracias al amor. 

La globalización expandió este modelo romántico por todo el planeta: Disney es un ejemplo de esta industria romántica que nos sedujo (y nos sigue seduciendo) con las historias de muchachas tristes y pobres que son rescatadas por príncipes azules. Un ejemplo es Cenicienta, que estaba harta de limpiar la chimenea y de los trabajos forzados a los que le sometía su madrastra, o Blancanieves, que también estaba harta de cocinar y limpiar para los siete enanitos… a ambas les salvó el amor.  

La televisión también nos ofrece finales felices de princesas y príncipes europeos de carne y hueso, cuyas bodas son vistas en todo el planeta por millones de personas. En nuestro país, la Reina Letizia es la encarnación de este mito romántico: ella era una periodista y gracias a su matrimonio con Felipe, se salvó del desempleo que ha dejado a miles de mujeres periodistas sin trabajo y se convirtió en Princesa de Asturias.

En todos los cuentos que nos cuentan, se idealiza a la pareja como la salvación: para salir de situaciones precarias o difíciles, para salir de la casa familiar, para evitar la soledad, para escapar de una realidad que no nos gusta, para asegurarnos una fuente de recursos estable, para alcanzar la felicidad eterna. Sin embargo, las promesas del amor son solo eso: promesas. Cuanto más mitificamos el romanticismo, más duro es el choque con la realidad: los habitantes de la posmodernidad vivimos inmersos en profundas contradicciones que nos hacen sufrir mucho y que condicionan enormemente nuestras formas de relacionarnos.

Necesitamos sentirnos libres y amamos nuestras independencia, pero también necesitamos compañía y afectos. Huimos de la soledad, pero defendemos a capa y espada nuestros espacios y tiempos para desarrollar nuestros proyectos personales. Nos gustaría encontrar a nuestra media naranja y ser felices para siempre, pero cuando todo va bien, nos aburrimos. Nos casamos y nos divorciamos, nos ilusionamos y nos decepcionamos, renegamos del romanticismo hasta que volvemos a enamorarnos de nuevo, y así hasta el infinito.

Otra contradicción del romanticismo posmoderno radica en la igualdad: queremos tener relaciones bonitas, equilibradas, y duraderas, pero todas ellas están atravesadas por las normas no escritas del capitalismo y el patriarcado.  Anhelamos tener compañeros y compañeras con los que compartir la vida, pero construimos nuestras relaciones bajo estructuras de dependencia mutua.

Pensamos en el amor desde la libertad, pero seguimos considerándonos dueños de las personas a las que amamos. La exclusividad y la propiedad privada limitan nuestra libertad para amar, pero generalmente limitan más a las mujeres que a los hombres. Nos juramos fidelidad en las bodas, pero los moteles están llenos de parejas de adúlteros escapando de los sinsabores del matrimonio.

Las sociedades posmodernas han experimentado grandes avances en el camino hacia la igualdad a través de leyes que protegen los derechos y libertades de las mujeres, pero seguimos inmersas en estructuras emocionales patriarcales. Nuestras democracias nos hacen creer que todos somos iguales, pero muchos  hombres siguen aún aferrados a sus privilegios de género y a la doble moral que les absuelve de sus “pecados”. Algunas mujeres nos creemos muy modernas y transgresoras, pero nos seguimos casando vestidas de princesas medievales.

 Muchas mujeres abrazamos las tesis del feminismo, pero en nuestras parejas seguimos reproduciendo la división tradicional de roles y cargamos con todo o casi todo el trabajo doméstico, de cuido y crianza, y lo hacemos “por amor”. Para la gran mayoría de las mujeres del planeta, la autonomía económica sigue siendo una utopía aún más inalcanzable que un matrimonio feliz. El poder económico sigue estando en manos de los hombres, lo que sigue fomentando la construcción de relaciones basadas en el interés y la necesidad. La dependencia económica, además, suele ir unida a la dependencia emocional: nos han enseñado que la feminidad y la capacidad de amar son sinónimos, y no parecemos mujeres de verdad si no amamos total e incondicionalmente.

Las mujeres seguimos siendo representadas en la cultura como “buenas” o “malas”, “santas” o “putas”.  Las primeras se casan, las segundas se quedan solas. Esta amenaza es lo que más nos angustia: la soltería femenina sigue estando estigmatizada y se contempla como una desgracia. Incluso para las mujeres que tienen autonomía económica, la gran amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas es la soledad. El divorcio se vive como un fracaso, el matrimonio como un éxito, y siempre de fondo, está la soledad que nos come si no encontramos pareja. Y si la encontramos, también podemos sentirnos igual de solos y solas, especialmente cuando nos aislamos en niditos de amor para olvidarnos del mundo.

La necesidad de afecto nos limita para elegir libremente a alguien como pareja, pero también a la hora de romper una relación que no nos hace felices, de modo que no somos tan libres como quisiéramos. Perdemos la fe en el amor, pero buscamos compañía a cualquier precio.
Vivimos en una sociedad muy romántica, pero poco amorosa: hemos sustituido el calor humano del grupo por la búsqueda de esa persona única y especial que cubra todas nuestras necesidades afectivas. Lloramos de emoción en las bodas, pero la tasa de divorcios aumenta sin cesar.

Hemos perdido las redes de afecto y ayuda mutua, pero seguimos creyendo que el amor lo puede todo. Y en lugar de disfrutar de nuestro paraíso, nos dedicamos a sostener luchas de poder incesantes con nuestras parejas. Nos reconciliamos regalando rosas y bailando boleros a la luz de la luna, pero no dejamos de reproducir  las guerras que se libran entre los pueblos en casa.

El reto de la posmodernidad sería poder superar todas estas contradicciones que nos hacen sufrir tanto, y aprender colectivamente a disfrutar más del amor. Para aprender, a querernos bien, nos urge repensar el amor, deconstruirlo, desmitificarlo y liberarlo de las opresiones del capitalismo y el patriarcado.

Tenemos que visibilizar la ideología hegemónica que se esconde detrás de la magia romántica, y comenzar a repensar el amor como una vía para mejorar nuestras vidas, pero no solo las nuestras: el amor puede ser un motor de transformación social o un mecanismo para que todo siga igual. 

Podemos elegir seguir mitificando el amor egoísta e individualista que nos eleva a ratos por encima de este mundo, o construir un amor basado en el bien común que nos haga más felices a todos.
Es fundamental, pues, comenzar a trabajar en la creación de redes de afecto, y solidaridad. Tenemos que liberar al amor de estas estructuras obsoletas que perpetúan la desigualdad entre los sexos, y visibilizar la diversidad sexual y sentimental de nuestro mundo. Tenemos que liberar al amor romántico de los mitos, los roles y los estereotipos tradicionales, y de las contradicciones que nos impiden  construir relaciones igualitarias.

El desafío es enorme, pero también apasionante: en esta época en la que buscamos desesperadamente la felicidad y el bienestar, el reto es que sea para todos. En el camino hacia la construcción de un mundo más amoroso, podríamos contarnos otros cuentos, inventarnos otros romanticismos, construir nuevas formas de querernos. Atrevernos, en fin, a probar otras formas de relacionarnos y organizarnos que nos permitan querernos más, y querernos mejor.

Que falta nos hace.

Coral Herrera Gómez
Mayo 2015






Video Coral Herrera Junio 2015

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Este vídeo dura solo dos minutitos, lo hicimos en el Centro Cultural de España en Costa Rica para promocionar mi charlita de esta tarde en San José, espero que les guste ;)

(H)amor: Otras formas de quererse son posibles. Lo Romántico es Político

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(h)amor





Otras formas de quererse son posibles: lo romántico es político.

Este es el capítulo del libro colectivo (H)amor, de la Editorial Con Tinta Me Tienes, publicado en mayo 2015 en España y coordinado por Sandra Cendal, en el que participo junto a otras escritoras como Brigitte Vasallo, Alicia Murillo, Miguel Vagalume, y más. Ya disponible en librerías.




Sálvame: la utopía romántica de la transformación personal.

El amor romántico es hoy una utopía emocional colectiva: en nuestro mundo posmoderno la gente busca la fusión (con la media naranja y con el Cosmos), la salvación, la transformación y la felicidad a través del amor de pareja. El romanticismo es también una especie de religión individualista, con sus paraísos hechos a medida y con sus múltiples infiernos, con sus rituales de unión y separación, con sus propios símbolos, mitos, héroes y heroínas, y con sus mártires del amor.

Como cualquier utopía, el romanticismo posmoderno es un espacio mágico cargado de promesas de cambio y transformación. El amor es un proceso revolucionario personal porque trastoca nuestras vidas enteras, y construye puntos de inflexión en nuestras biografías: nos revuelve las emociones, desbarata nuestros  horarios y costumbres, nos lleva a tomar decisiones importantes, nos sitúa en estados extraordinarios que alteran nuestra cotidianidad, y nos eleva el espíritu hacia la inmensidad del Universo, la eternidad, la pureza, la perfección y la felicidad.

En los cuentos que nos cuentan, la magia del amor nos cambia la vida: las chicas pobres se convierten en princesas, los adolescentes inmaduros se convierten en hombres adultos y valientes, las ranas se transforman en príncipes azules, los monstruos recuperan su Humanidad, las hadas te paralizan (te duermen, o te congelan), las brujas preparan brebajes para enloquecer a sus víctimas, los muertos resucitan, los pájaros hablan, los dragones vuelan, y el amor lo puede todo. 

El amor no sólo puede cambiarnos la vida a mejor, sino que también contiene una promesa de salvación. Las protagonistas de los cuentos se salvan de la explotación laboral o del encierro en la torre a través del amor, pero también en la vida real el amor nos salva: la periodista que por amor se transforma en Reina de España, o la plebeya que se transforma en Princesa de Gales. Ninguna de las dos tendrá que hacer frente, como sus compañeras de generación, a la precariedad femenina,  a los vaivenes del mercado laboral, a las crisis económicas y el desempleo.

Letizia y Kate fueron elegidas por un príncipe azul europeo, pero no son las únicas: también las novias de los futbolistas multimillonarios se salvan de la angustia económica cuando son elegidas por los héroes de la posmodernidad. Las mujeres que logran emparejarse con líderes que acumulan recursos y poder se salvan todas (siempre y cuando logren mantener la pareja), por eso no es de extrañar que haya tantas mujeres en el mundo que en lugar de trabajar por su autonomía económica prefieren esperar a ser elegidas por algún hombre que las mantenga de por vida.



Las novias de los narcos son otro ejemplo de cómo se puede salir de la pobreza gracias al amor. En muchos países de Centroamérica y América Latina, las adolescentes sueñan con ser elegidas por los líderes: a través de ellos lograrán una posición social y económica que no obtendrían por si solas en una economía controlada por el narcotráfico.

Pero esto del amor no es sólo una cuestión de recursos y poder, también va cargado de promesas de felicidad, eternidad, perfección, y compañía asegurada. Al amor le pedimos que nos haga sentir únicas y especiales, que nos espante el miedo a la soledad, que nos arregle los problemas, que nos quite el aburrimiento mortal, que llene todos nuestros vacíos y colme todas nuestras necesidades, que nos  haga sentir auto-realizados/as, que nos ofrezca seguridad y estabilidad, que nos proporcione emociones intensas y hermosas y que sea para siempre.

A los posmodernos nos gusta mucho vivir otras realidades y escapar del presente que mediante los relatos, las drogas, las fiestas y celebraciones, o los deportes de riesgo. Nos gusta ver películas, leer novelas, y ponernos en la piel de otras personas que sí logran encontrar a su media naranja. Nos encanta la magia y por eso nos gusta, también, construir mundos de ilusión colectiva como las navidades, la semana santa, el día de San Valentín…   

A los que habitamos en las islas de la posmodernidad nos encanta estar en varios sitios a la vez, y nos cuesta estar donde estamos. Por eso amortiguamos el impacto del momento presente cubriéndonos con pantallas, jugamos con el espacio-tiempo a través de las redes sociales, hacemos muchas cosas a la vez, construimos nuestra biografía virtual en la Nube digital, nos conocemos y nos enamoramos en webs de contactos por Internet. Las fronteras entre realidad y ficción son difusas, y todos podemos construir nuestro mundo virtual a nuestro gusto, aunque no coincida mucho con nuestra cotidianidad del día a día.

Cuanto más dura es la realidad, más ganas tenemos de escapar de ella: el romanticismo es la excusa perfecta para soñar con otras vidas posibles, para olvidarnos de un mundo que no nos gusta, para imaginar otras realidades mientras nos evadimos de la nuestra. Además, soñar con el amor no sólo nos sirve para evadirnos de una realidad que no nos gusta, sino que también nos quita la responsabilidad sobre nuestra propia felicidad.

Nos cuesta comprometernos con nosotras mismas, así que le pedimos a alguien externo que se comprometa con nosotras. Nos cuesta querernos y aceptarnos tal y como somos, así que delegamos en el amado o la amada pensando: “yo estoy llena de inseguridades, pero si viene otra persona a decirme que soy maravillosa, será más fácil que me lo crea”. Como no soy feliz,  le pido a mi amado o amada que me haga feliz. Como no estoy bien, me junto a alguien que esté bien y que me contagie su alegría.

Esta idealización del amor y de su capacidad de transformación mágica implica que en lugar de poner las energías y la ilusión en trabajar por nuestro bienestar y el de los demás, preferimos esperar a que la vida nos traiga a alguien que nos solucione los asuntos. Alguien que nos de fuerzas para vivir, nos devuelva la esperanza y la ilusión, nos suba la autoestima, nos motive para hacer todas las cosas que no hacemos porque nos da miedo. O pereza. O porque creemos que solas no podemos.

Amar es un acto de fe, por eso hay gente que se junta para amarse contra viento y marea, y que es capaz de hacer cualquier cosa “por amor”: cambiar de ciudad o de país, dejar atrás un proyecto de vida para comenzar otro, romper con la pareja, romper con la familia si se opone a nuestro amor… 

Ejemplos de este poder de transformación hay miles en nuestra cultura: la periodista que se convierte en reina de España, la prostituta que se convierte en esposa de Richard Gere,  la chica que está en coma y se salva con un beso de amor, la Bestia que se convierte en príncipe…

Todos y todas queremos cambios, solo que mientras hay gente que trabaja duro para mejorar nuestras condiciones de vida en movimientos sociales y políticos, en colectivos y organizaciones, la gran mayoría sueña con paraísos románticos personalizados siguiendo el lema del: “Sálvese quien pueda”. 

Al capitalismo posmoderno no le viene nada bien que la gente se junte para propiciar un cambio político, social y económico que mejore las vidas de todos, por eso la industria del romanticismo nos vende estos paraísos  hechos a medida: así permanecemos entretenidas buscando a la media naranja en lugar de juntarnos a los demás para luchar por nuestros derechos y libertades.

El amor es un potente mecanismo de control social y político que sirve para que todos y todas adoptemos voluntariamente un estilo de vida basado en la desigualdad, la producción y el consumo. Pero también puede ser una vía revolucionaria para transformar colectivamente la realidad en la que vivimos.


Lo romántico es político

Amamos como vivimos: nuestra utopía romántica está cargada de ideología hegemónica, invisibilizada por la magia del amor. Nuestras estructuras de relación erótica, amorosa y afectiva condicionan (y están condicionadas por) la forma en que nos organizamos económica, política y socialmente. A través de la familia, el proceso de socialización, la educación y la cultura, heredamos unas estructuras de relación con la gente y con el mundo basadas en los principios del patriarcado y el capitalismo: la propiedad privada, el interés personal, el egoísmo, las jerarquías, la desigualdad, la explotación, el individualismo, las luchas de poder y la violencia. 

Lo romántico es político porque el amor es un fenómeno universal y colectivo: ha existido en todas las épocas y todas las culturas, y todas ellas lo construyen en base a la ideología que domina todo el sistema de organización política y económica. Cada cultura amorosa tiene sus propios mitos, sus normas, costumbres, tabúes, prohibiciones, reglamentos y castigos para las y los disidentes sentimentales.   

El romanticismo capitalista y patriarcal es tan desigual y violento como el sistema económico. Nos relacionamos con la gente de un modo jerárquico, y siempre velando por nuestras necesidades (poder y recursos): en el trabajo, en la comunidad de vecinos, en el parlamento, en el sindicato, en el partido político, en los deportes, en la familia, en el grupo de amigos, en la pareja.

Lo primero que aprendemos cuando integramos los mandatos del romanticismo tradicional en nuestras vidas es que somos dueñas y dueños de las personas a las que amamos. Esto implica una profunda tiranía: “si yo te amo, tú me perteneces”. “Como yo te amo, tengo derecho a saber qué haces, a limitar lo que haces, a controlar tu vida, y a reprocharte que no seas como yo esperaba que fueses”.

La sublimación de esta violencia romántica es la que provoca que la gente malgaste su vida en tratar de dominarse mutuamente. Violencia y romanticismo son términos contrapuestos en apariencia, pero la realidad es que nuestras relaciones personales son como nuestras relaciones internacionales: explotamos a la gente, abusamos de la gente, ejercemos nuestro poder absolutista, colonizamos a las personas que amamos, y nos metemos en horribles guerras por recursos y luchas de poder entre nosotros.

Por eso no resulta extraño encontrarse con gente que se declara “romántica” o “amorosa” y hace gala de su extrema “sensibilidad” ante las “muestras de amor” (por ejemplo, regalar ramos de flores, joyas, cenas de lujo, etc.), pero se relaciona con su mundo cotidiano desde el odio. No hay contradicción, por ejemplo, en la persona que llora con una película romántica y que dos horas después, en una conversación con amigos, se dedique a insultar y a justificar la inferioridad de las mujeres, o la violencia contra las personas migrantes. Es esa gente que llora en las bodas y siente asco por los mendigos, esa gente que sueña con verse de blanco desfilando hacia el altar y se cambia de sitio en el metro si se le sienta una mujer extranjera al lado.

Hay mucho romanticismo en nuestra cultura, pero muy poco amor. Los medios de comunicación y la publicidad nunca nos muestran el  amor colectivo si no es para vender seguros o productos de telefonía móvil.  Nunca se nos muestra la capacidad que tenemos las personas para unirnos, luchar juntos por una buena causa y cantar victoria, porque pondría en grave peligro el orden establecido. El sistema nos quiere solas, o de dos en dos, puesto que así somos más vulnerables y obedientes, sumergidos en estructuras de dependencia mutua por voluntad propia.

Hay gente que desea salvarse a sí misma, y gente que trabaja en la construcción de estructuras económicas alternativas al capitalismo hegemónico como los bancos de tiempo, los mercados de trueque, las redes de solidaridad y ayuda mutua, los espacios de reciclaje, los huertos colectivos, los bancos de semillas, las monedas sociales… Existen multitud de espacios en los que la gente se está juntando para hacer frente a la precariedad, la pobreza y la violencia de nuestro sistema actual. Sin embargo, las mayorías siguen los caminos marcados por el sistema hegemónico bajo la ley del más fuerte: cada uno se salva como puede.


Por el interés te quiero, Andrés.

Aunque no es cierto que tener esposo o marido te saque de la pobreza (hay muchos maridos en el mundo que se gastan el salario en alcohol, en el juego o en la prostitución y dejan a sus ocho hijos sin comer todo el mes), los relatos de nuestra cultura nos hacen creer que la única solución para que las mujeres puedan salir de la pobreza es enamorar a un hombre que nos mantenga y que nos quiera.

La educación patriarcal consiste en hacernos creer que las niñas necesitan a un padre protector y proveedor de recursos, y después, un sustituto del padre protector. A los niños les hacen creer que siempre habrá en sus vidas una mujer-criada que les resuelva las necesidades básicas (comida, higiene, cuidos, placer).

De este modo, en nuestra educación patriarcal no existe la autonomía: somos medias naranjas que sólo se completarán encontrando a alguien con quien encajar. Alguien que tenga lo que nosotras no tenemos para hacer frente a la vida, que posea conocimientos y habilidades que nosotras no tenemos para que nos resuelvan los problemas básicos.

Si bien es cierto que a los niños se les enseña a amar su libertad y a defenderla, no se les proporciona las herramientas para que adquieran una autonomía total: no se les enseña a cocinar, a coser, a cuidar, a curar, a lavar, etc. para que siempre necesiten una criada a su lado.

A las mujeres nos educan desde pequeñitas para adorar  a las figuras masculinas de nuestro entorno: ellos son los poderosos que nos protegen y que se sacrifican para traernos dinero, comida y recursos.

Para que nos creamos que los hombres son fundamentales en nuestras vidas, somos representadas en los relatos siempre solas.  Las mujeres de los cuentos nunca tienen madre, hermanas, primas, amigas, vecinas, tías, o compañeras. Cuanto más solas, más vulnerables, y más dependientes son.

La soledad de la chica justifica la existencia de un príncipe azul, que no tendría apenas importancia si las protagonistas tuvieran una sólida red social y afectiva a su alrededor. La dependencia femenina también justifica la grandiosidad del Salvador: si las heroínas confiasen en sus propias capacidades para salir adelante, no permanecerían inactivas dando pena mientras esperan a que alguien las rescate.

El mensaje que se nos lanza desde la narrativa patriarcal es que esperar a solas es la única acción efectiva para salir del encierro o para liberarse del hechizo: tenemos que tener fe, tener paciencia, y mantenernos bellas y encantadoras para que, cuando llegue el momento del amor, podamos seducir al príncipe con nuestros encantos.

En las historias románticas el Salvador tiene una doble misión: rescatar a una damisela en apuros, y salvar a su pueblo-comunidad-reino o planeta de feroces enemigos (el dragón volador, los orcos, los comunistas, los extraterrestres,  la mafia, los ciberterroristas, los robots pensantes, etc.). Los hombres protagonistas de nuestras historias se sacrifican mucho “por amor” a la Humanidad: llegan al límite de sus fuerzas, se encuentran cara a cara con la muerte, derrotan sus propios miedos, pasan sed, hambre y sueño, soportan el dolor físico y las heridas sangrantes, se empoderan para ganar todas las batallas…

La existencia masculina gira en torno al eje éxito/fracaso constantemente.  Ningún hombre desea ser el perdedor, por eso vale cualquier medio para lograr el fin: la violencia es un medio como otro cualquiera para evitar la caída, para evitar la muerte, para imponer tu poder, para obtener recursos, para hacerse con el tesoro, para tomar el gobierno, para secuestrar a la amada, para salvar al planeta. El uso de la violencia patriarcal entonces, se justifica por una cuestión de supervivencia para el macho: la derrota es la muerte.

Nosotras somos parte del éxito, somos el premio al esfuerzo, somos el botín de guerra, somos las que cuidamos a los guerreros entre batalla y batalla, somos las eternas agradecidas por haber sido liberadas de nuestro encierro o de la explotación laboral. Cuando no hay mujeres generalmente este papel lo cumplen los escuderos, esos acompañantes que siempre son más bajitos que el héroe. O son negros. O son gorditos. O son torpes. O son adolescentes inexpertos. O son gays y viven enamorados del héroe, felices de poder servirle y estar cerca de él.

Las mujeres nos sentimos atraídas por machos alfa poderosos, con recursos, con fuerza física, con capacidad para ganar, porque jugamos con una enorme desventaja. El mundo es de los hombres. Ellos son los que poseen el 98% de las tierras, ellos son los que acumulan riquezas, ellos son los que dirigen mayormente países, bancos, empresas, ejércitos, iglesias, sindicatos y organizaciones mundiales. Nosotras somos más pobres, más analfabetas, sufrimos más desnutrición  y violencia.

Es normal, entonces, que el patriarcado nos eduque para juntarnos en parejas complementarias en las que uno tiene el poder y los recursos, y la otra tiene el don de la abnegación, el servicio, el sacrificio, la entrega. Uno se encarga de las tareas de bricolaje, la otra de las tareas domésticas. Unos mandan, otras obedecen. Unos son agresivos y autoritarios, las otras somos sensibles y generosas: mientras todos cumplan con su papel, el equilibrio parece perfecto.

Este espejismo romántico de la complementariedad no funciona, sin embargo: no nos sirve para ser felices, ni nos sirve para tener una mínima calidad de vida. Las tasas de divorcio demuestran que este equilibrio ni es eterno ni es perfecto, y que las relaciones sentimentales, como todas las demás, están atravesadas por constantes luchas de poder. Las tasas de mujeres asesinadas por sus compañeros sentimentales demuestran también que esta fantasía de la complementariedad romántica es desigual, injusta, dolorosa  y muy violenta.

La dominación masculina se sublima y se mitifica en nuestra cultura (todas las películas de acción de la industria Hollywoodiense ensalzan el poder del macho violento), pero la realidad es que el patriarcado es un desastre y sus estructuras no nos sirven para ser felices. Es cierto que a unos pocos les va muy bien en este sistema de dominación por jerarquías, pero a la gran mayoría nos hace muy infelices porque no nos permite crear relaciones bonitas basadas en el placer, la ternura o el amor.

El romanticismo patriarcal es útil para crear poesía, dramas, tragedias, óperas y obras maestras en el cine, para perpetuar eternamente la batalla de los sexos, para justificar los privilegios de unos pocos varones blancos ricos y heterosexuales, para justificar la violencia patriarcal y las guerras personales y colectivas.

Pero no nos sirve para construir un mundo mejor, más amable, más solidario, más amoroso y más pacífico.

Nuestras relaciones románticas son interesadas y violentas del mismo modo que el resto de las relaciones sociales y afectivas: nos juntamos a una persona para construir una alianza que nos permita hacer frente al mundo.  La vida humana, como la del resto de los animales, está condicionada por la búsqueda y obtención de recursos: todos los animales, desde que se levantan hasta que se acuestan, tienen que procurarse una dosis mínima de alimentos que les permita sobrevivir, atacar a otros semejantes para defender su territorio, y defenderse de otros predadores que también necesitan su dosis de alimento.

Algunos animales luchan en solitario, otros se organizan en comunidades para salir adelante. Nosotros pertenecemos al segundo grupo: sobrevivimos como especie gracias a nuestra capacidad para trabajar en equipo, repartirnos las tareas, y ayudarnos mutuamente.

Sin embargo, a pesar de ser animales gregarios que se necesitan para la supervivencia individual y colectiva, en nuestras historias de ficción el protagonismo no es del grupo: solo hay un vencedor, un héroe. Del mismo modo que pasamos de las religiones politeístas a las monoteístas, los relatos paganos también mitifican al héroe solitario que salva a todos los demás.

Dios nos salva del pecado, el macho alfa nos salva de las invasiones alienígenas: siempre son varones, y siempre están solos. Mitificar al héroe solitario y mitificar la búsqueda de la felicidad individual es el mejor método para alejarnos de la tentación de la felicidad colectiva.

El coste de optar por la salvación personal es alto, sin embargo. En nuestra cultura el amor siempre se asocia al sacrificio, a la renuncia, al sufrimiento, a la devoción y la entrega absolutas. A las mujeres se nos cuenta que nacemos con un don para amar y cuidar a los demás, para entregarnos sin pedir nada a cambio, para olvidarnos de nosotras mismas, de nuestras necesidades y deseos. Podremos ser felices si encontramos a alguien que quiera ser amado por nosotras, y si cumplimos nuestro rol histórico con fidelidad y abnegación.

En nuestros relatos y leyendas, renunciar a la libertad y la autonomía personal es una prueba de amor que nos traerá más amor. Por eso puedo renunciar a lo que sea y exigirle al otro que haga lo mismo: si yo dejo de salir con mis amigos, tú dejas de salir con los tuyos. Si yo sólo pienso y ti y construyo mi vida en torno a ti, tú tienes que hacer lo mismo.

Sin embargo, la renuncia y el sacrificio no es lo mismo para las mujeres que para los hombres. La libertad de las mujeres es anulada en todo el mundo bajo la excusa de que somos seres salvajes que han de ser domesticados. Millones de niñas son mutiladas en el mundo para que no disfruten con el sexo bajo la creencia de que así serán menos infieles a sus maridos. Miles de mujeres son lapidadas en público por ejercer su libertad, y muchas otras son asesinadas en sus casas a diario. La prensa no habla de asesinatos: en la mayor parte de los titulares, las mujeres mueren por sí solas. Si el marido se puso violento es porque le desobedeció, le mintió, le traicionó o le abandonó: los “crímenes pasionales” siempre tienen algún motivo,  y las culpables somos nosotras por rebelarnos ante la autoridad patriarcal. Los feminicidios no se tratan como una cuestión política porque son cosas que pasan en el ámbito privado, es algo que ocurre entre un hombre y su propiedad, y los demás no tenemos por qué opinar (algo habrán hecho las mujeres para recibir un castigo de tal calibre: ellas se lo buscaron al salirse de su rol sumiso)

La doble moral sexual sirve para justificar la libertad masculina y condenar la femenina. El mundo está lleno de hombres que se escapan a los puticlubs todas las semanas, que mantienen dos familias a la vez, que echan canitas al aire cuando lo necesitan. En cambio las mujeres son satanizadas cuando practican la promiscuidad, cuando se marchan de casa o cuando desobedecen a sus maridos. El castigo para las mujeres que ejercen la libertad es monstruoso: ostracismo social o expulsión del grupo, cárcel, latigazos, apedreamientos hasta la muerte.

El amor patriarcal es una estructura muy eficaz para la perpetuación de esta desigualdad porque las mujeres caemos en la trampa del paraíso romántico pensando que podremos liberarnos y ser felices teniendo parejas. Como no nos cuentan qué hay después de la boda, nos toca vivirlo en carne propia. Descubrimos tarde que la realidad es distinta a la que nos cuentan los cuentos: el mundo está lleno de mujeres atrapadas en su palacio de cristal o su choza de cartón, mujeres decepcionadas, resignadas,  cansadas, sobrecargadas, frustradas y dolidas. Algunas pueden divorciarse y otras no, dependiendo de su situación económica y del número de hijos e hijas que tengan. Algunas vuelven a enamorarse y a construir otro paraíso pensando que esta vez sí, otras se resignan pesando que han tenido mala suerte y se quedan esperando que ocurra un milagro (que mi marido vuelva a enamorarse de mí, que aparezca un príncipe azul que me salve del Ogro, que me toque la lotería y no tenga que depender de nadie económicamente, que el tiempo pase rápido para que mis hijos se hagan mayores pronto y poder atreverme a vivir la vida que quiero vivir…).

Lo cierto es que los mensajes que nos lanzan a las mujeres posmodernas son sumamente contradictorios: de niñas nos hacen soñar con la “salvación romántica”, y a la vez nos exigen que saquemos buenas notas en el colegio. De jóvenes nos piden que nos emparejemos y que nos formemos para el mercado laboral, de adultas se nos pide que seamos buenas esposas y madres, y que también seamos exitosas en nuestro trabajo. El mercado laboral nos lo pone muy  difícil, pero casi todas soñamos con la independencia económica mientras dependemos emocionalmente del amor. Y lo curioso es que, por muchos esfuerzos que hagamos, al final resulta que nuestros títulos universitarios no nos sirven para salir de la precariedad: la solución más práctica en estos tiempos de capitalismo salvaje sigue siendo encontrar a alguien con el que complementar tu salario y hacer frente a la intemporalidad de tus contratos, o a los despidos por maternidad.

El amor invisibiliza con su magia esta cuestión económica, y oculta el coste que supone sumergirse en las estructuras románticas de la dependencia mutua, sobre todo para nosotras. A nosotras se nos pide que renunciemos a todo a cambio de amor feliz, seguro y eterno: por eso sufrimos tanto cuando nos damos cuenta de que es todo mentira, o no se parece en nada a lo que nos habían prometido.

Se sufre mucho, si, amando bajo estas estructuras patriarcales mitificadas e idealizadas. Nos relacionamos con el amor pidiéndole tantas cosas que el nivel de decepción que sentimos es similar a la que experimentamos cuando haces una lista de regalos para los Reyes Magos y no te traen nada de lo que piden: sólo te dejan carbón y te preguntas qué has hecho tú para merecer esto.


El placer del sufrimiento y la violencia romántica

Sin sufrimiento y conflictos no hay historias de amor: si los Capuleto y los Montesco hubieran comido paella juntos todos los domingos, no habrían puesto trabas al amor de Julieta y Romeo, se hubieran casado felices, y no habría drama shakesperiano ni poesía de la tragedia. No hubiera habido muertos, ni sangre, ni armas ni venenos de por medio, no habría buenos ni malos en la historia.  

A los humanos nos encantan los retos románticos, los amores clandestinos, las relaciones imposibles, las causas perdidas, las emociones fuertes, los estados de excepción. Por eso nos aburrimos cuando tenemos una relación bonita, estable o equilibrada: sin conflicto dramático la vida es menos intensa y emocionante.  

Apenas existen poemas de amor o canciones que canten al amor: todos los boleros, tangos, coplas, canciones de pop nos hablan de desamor. Todas tienen algún reproche o insulto hacia la persona amada, todas tienen una carga de sufrimiento, algunas son muy victimistas, y la mayoría nos sitúan en dos polos opuestos: o somos los buenos (los que aman), o somos los malos (los que se desenamoran, los que no aman, los que reparten su amor con otra gente, los que se saltan la norma de la exclusividad).

En el siglo XIX el Romanticismo sublimó y mitificó el sufrimiento amoroso, lujo que sólo se podían permitir las clases altas y la incipiente clase burguesa. La gran mayoría de los mortales no tenían tiempo para perderse en sufrimientos imaginarios: tenían que trabajar de sol a sol y asegurar la supervivencia (la suya propia y la de sus hijos e hijas).

Muchos siglos antes, nuestra cultura cristiana asoció indisolublemente el amor a lo sagrado, y el amor con el dolor: Jesús sufrió una agonía terrible sólo porque nos amaba y quería salvarnos a todos de nuestros pecados. Él es el máximo exponente de cómo el amor es sacrificio, renuncia y dolor: es un mártir del amor.

Gracias a su sacrificio, todos nosotros en la actualidad pensamos que el amor verdadero implica pasarlo mal. Y que cuanto peor lo pasamos, más divinos parecemos, más elevados espiritualmente, más sensibles y amorosos. Hemos mitificado a la figura de la persona romántica que no soporta la realidad, que nunca trabaja por transformarla, y que impone su amor con actos trágicos o violentos como el “suicidio por amor”.

La mitificación del suicidio romántico en el XIX nos presenta la violencia hacia una misma como la máxima prueba de amor, aunque desde mi perspectiva es pura violencia basada en el chantaje emocional. El mensaje es claro: “si no me quieres como yo quiero, me mato, para que te sientas mala persona y te coma la culpabilidad”.

La violencia romántica también provoca asesinatos a diario, lo que hoy conocemos como el feminicidio: son millones los hombres resuelven sus conflictos amorosos matando a las mujeres que no les aman o no les obedecen. Toda nuestra cultura justifica con explicaciones esta violencia pasional masculina: “la mató porque le cegaron los celos”, “le golpeó porque no quería perderla”, “le arrojó ácido a la cara porque le llevó la contraria”, “le sacó los ojos porque ella fue infiel”.

Las mujeres también ejercemos nuestra propia forma de violencia, pero no solemos usar tanto la fuerza física. Desde una posición de sumisión, podemos utilizar diversos mecanismos para dominar al que nos domina: insultos, humillaciones, reproches, acusaciones, amenazas, chantajes,  manipulación. Las mujeres también nos vengamos, también amargamos la vida al enemigo amado, también construimos infiernos llenos de odio, dolor, y maldad.

En nuestra cultura las mujeres también somos capaces de todo con tal de lograr el amor: las protagonistas de los culebrones son mujeres llenas de odio, pero muy románticas. Las malas compiten con otras mujeres por un hombre, y no tienen escrúpulos para conseguir sus objetivos. Las buenas son las víctimas que sufren y que esperan sentadas a que las cosas se resuelvan por sí solas y a que actúe la justicia romántica.

Esta es una de las razones por las que nos separamos haciendo la guerra: empezamos una relación con amor, y casi siempre la terminamos con odio. Al principio damos lo mejor de nosotros mismos, y al final mostramos nuestro lado más violento y mezquino. No sabemos separarnos con cariño: construimos un conflicto para hacer dos bandos: unos son los culpables y otros son las víctimas. Bajo las normas del romanticismo, las víctimas pueden ejercer la violencia legítimamente: tienen todo el derecho del mundo a joder la vida de la persona que les ha destrozado el corazón.  

Esta justicia romántica patriarcal que divide el mundo entre buenos y malos, permite a “los buenos”  desarrollar su afán de venganza utilizando todo tipo de armas y estrategias, bajo el lema de que “el amor y el odio son las dos caras de la misma moneda”.  En nuestra cultura amorosa el odio romántico es una prueba sublime de amor, por eso nos hemos creído esto de que “los que se pelean, son los que más se desean”, “quien bien te quiere te hará llorar”, “del amor al odio hay un paso”, “para amar hay que sufrir”. Por eso nuestra cultura ensalza tanto el sadismo y el masoquismo romántico: nos gusta sufrir, nos gusta que sufran por nosotros, nos gusta dominar y que nos dominen, nos gusta vivir la catarsis, la tragedia, y el drama.

El mejor ejemplo lo tenemos en la cosmogonía griega en la que Hera, mujer obsesiva compulsiva que pasa siglos vengándose de su marido, tratando de controlarlo, de someterlo para que le sea fiel, de castigarlo cuando no se porta bien. El motor vital de Zeus es tratar de escapar al poder de su esposa, burlar su vigilancia, ejercer su libertad, y buscar el placer violando a cuantas diosas, semi-diosas y humanas  se crucen en su camino. La historia del matrimonio divino está basada, entonces, en una estructura circular que se repite constantemente: ella vive para vigilarle, él vive para escaparse, ella le descubre y le castiga, él se vuelve a escapar.

Gracias a Hera, las mujeres del siglo XXI siguen el mismo esquema vital y establecen su vida en torno a la titánica tarea de dominar al otro. Seguimos siendo el freno de mano que limite la libertad y la voluptuosidad promiscua de los hombres. Son millones las mujeres que siguen bajando al bar para llevarse a su marido a casa, que siguen tratando de impedir que se gaste los recursos del mes en prostitutas, que se emborrache con los amigos y ponga su vida en riesgo, o que destine demasiado presupuesto para mantener a sus amantes más jóvenes. El papel de las mujeres patriarcales es dedicarse a vigilar, regañar y castigar a sus compañeros como si fuesen chiquillos rebeldes a los que hay que aplicar mano dura. Son también muchos los hombres que buscan mujeres con capacidad para controlarles, regañarles, soportar su mal comportamiento, aguantar carros y carretas, perdonarles y quererles incondicionalmente, como hacían sus mamás cuando eran pequeños.

Y esto no sucede solo en parejas heterosexuales: también gays y lesbianas se sumen en guerras románticas y violencias pasionales, también construyen relaciones de dominación y sumisión, también crean sus propios infiernos domésticos. La violencia patriarcal es transversal a nuestro sistema amoroso, y la practicamos todos en la medida en que necesitamos ejercer nuestro poder, acceder a  recursos y sentirnos importantes para alguien.

Nos relacionamos con el amor como un medio para alcanzar otros fines. El amor actual se asemeja a una inversión para alcanzar el paraíso prometido en la que ponemos mucha energía, tiempo  y recursos. Por eso si nos dejan, sentimos que hemos fracasado. Que hemos perdido el tiempo, porque hemos dado amor y no hemos obtenido lo que necesitábamos o lo que queríamos (una pareja feliz y duradera).

No sabemos relacionarnos en estructuras horizontales e igualitarias porque nuestro mundo es completamente jerárquico. Aunque nos queremos mucho, no sabemos querernos bien. Nos apasiona el romanticismo pero no tenemos herramientas para sufrir menos, y disfrutar más de las relaciones y de la vida.

No sabemos manejar nuestras emociones: en la escuela y en la familia se nos obliga a reprimirlas y a no manifestarlas públicamente. Cuando nos llenamos de ira, se nos obliga a ocultarla pero no se nos dan herramientas para aliviar una emoción tan fuerte. Tampoco nos enseñan a manejar la tristeza, la alegría desbordante, el deseo sexual o el terror: nuestros miedos son signos de debilidad que deben de ser ocultados, especialmente en el caso de los hombres.

Aprendemos a sentir y a relacionarnos sexual y afectivamente a través de los relatos, construidos a partir de un esquema narrativo basado en la pareja heterosexual, monógama, joven y con afán reproductivo. Este esquema se viene repitiendo por los siglos de los siglos, aunque cambian los nombres y los rostros. Sublimando esta forma de relación, hemos reducido el concepto de amor a la historia de chico-conoce-chica, chico-salva a la chica, chico-obtiene a la chica. Todos los finales felices son iguales: acaban con la boda como el día simbólico en el que triunfa el amor…es obvio por qué no nos cuentan qué hay después de la boda.

No sólo en los relatos románticos, sino en todos los géneros y formatos, los protagonistas de las historias utilizan la violencia para resolver conflictos y obtener lo que desean. Por eso a la gente le gusta tanto la historia del rapto por amor: el hombre quiere tanto a la princesa, que tiene que usar la violencia para poder tenerla en sus brazos y poseerla. El secuestro romántico es la lucha de un hombre contra otros hombres para obtener el botín de guerra: generalmente es la lucha del novio contra la ley del pater familias. Los mozos roban a las novias porque las mujeres son propiedad del  padre y después del esposo, aunque ellas no lo ven como un traspaso entre dos amos, sino como una liberación: véase Julieta desafiando a su padre con valentía para unirse a Romeo y convertirse en su esposa.

Julieta se realiza como mujer y como adulta a través de su lucha por alcanzar la fusión con Romeo. Este es el gran sueño que nos mantiene a todos alejados de los asuntos de la polis, y ocupados en la búsqueda de nuestra media naranja. El amor romántico es el medio para liberarse y salvarse a sí mismo: es uno de los proyectos personales más importantes de nuestras vidas. No es de extrañar, entonces, que este ensimismamiento romántico nos tenga a todos solos y solas, ilusionadas y decepcionadas, y ajenas a un mundo que no nos gusta.

 




Otras formas de quererse son posibles

El amor es una construcción (cultural, social, política), y por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, reformar, eliminar, reconstruir, y transformar.  El amor no es un virus mortal ni una enfermedad a la que una ha de enfrentarse en solitario: no estamos condenados a padecer el hechizo del amor que nos roba el juicio y la sensatez, que nos quita horas de sueño, que nos hace infelices y desgraciados, que nos enloquece y nos enajena sin que podamos hacer nada por evitarlo.  

Yo estoy convencida de que el amor puede vivirse con alegría, y puede construirse desde otras perspectivas. Podemos desmontar el amor para volver a reinventarlo: es urgente ponernos manos a la obra, individual y colectivamente, porque tenemos que contrarrestar de algún modo el desastre de mundo en el que vivimos. Para acabar con este mundo basado en la explotación de la naturaleza, los animales y las personas, y en la violencia de todos contra todos, necesitamos una transformación política, económica, social, afectiva, sexual, y cultural.  

Necesitamos un cambio radical profundo en nuestras formas de relacionarnos con las personas, con los animales, con la naturaleza, con los pueblos y los países. Para lograrlo, necesitamos crear redes de solidaridad y ayuda mutua, acabar con la cultura del “sálvese quien pueda”, y trabajar colectivamente para mejorar las vidas de todos y todas.

Necesitamos derribar la desigualdad de género para poder construir relaciones basadas en la libertad, no en la necesidad y el interés egoísta de cada sexo.  Tenemos que desaprender lo que significa ser mujer o ser hombre, para poder ser como queramos sin tener que someternos a las “normas de género” que nos imponen un estilo de vida, unos estereotipos y unos roles, y nos encierran en una identidad inmutable.

Despatriarcalizar el amor nos permitirá amarnos y querernos de tú a tú, sin jerarquías, sin dominación y sin violencia. Desmitificar todas nuestras historias de amor nos permitirá querernos los unos a los otros tal y como somos. Para poder desmontar el romanticismo patriarcal y capitalista, tenemos que ensanchar el concepto de amor a toda la comunidad, sin reducirlo a una única persona.

Tenemos que contarnos otros cuentos e inventar otros finales felices, mostrar la diversidad amorosa y sexual del mundo real, construir protagonismos colectivos y crear personajes capaces de salvarse a sí mismos, alejados de la masculinidad o la feminidad hegemónica.

Es necesario derribar las antiguas estructuras de dependencia e inventarnos otras formas de relacionarnos basadas en la solidaridad, la empatía, la libertad y la ternura social. Así podremos acabar con las guerras románticas, aprender a juntarnos y a separarnos con cariño, relacionarnos con amor con todo el mundo, y diversificar afectos.

Queriéndonos bien podremos acabar con las fobias y las enfermedades sociales como el machismo, la misoginia, el racismo, la xenofobia, la homofobia, o el clasismo. Con las guerras que hacemos contra los vecinos o los compañeros de trabajo, contra los raros y los diferentes… con más amor común, tendremos más herramientas para construir un mundo más pacífico y habitable.

Para aprender, organizarnos, celebrar, y transformar colectivamente el mundo que habitamos necesitamos mucho amor del bueno: es un asunto político que nos concierne a todos y todas, por eso es tan importante sacar el debate a las calles y a las plazas, a los congresos y las academias, a las asambleas y a los bares, a los medios de comunicación y a los espacios de discusión pública: tenemos que reivindicar el buen trato, el derecho al placer y al gozo, el respeto mutuo, las relaciones entre iguales, la expresión de nuestras emociones, la alegría de vivir y construir con más gente.

Tenemos que repensar colectivamente el amor, liberarlo de las estructuras que lo constriñen, romper con las normas del romanticismo tradicional y la doble moral sexual, derribar el régimen heterosexual, acabar con la sacralidad del dúo, cuestionar todos nuestros tabúes.

El reto es apasionante, porque una vez analizado y desmontado el amor, tenemos que lanzarnos sin referencias ni fórmulas mágicas a construirlo de nuevo, a probar nuevas vías de relacionarse sexual  y sentimentalmente, a crear otros romanticismos que nos permitan sufrir menos. Y nos dejen querernos más, y mejor.

Otras formas de querernos son posibles….

hay que lanzarse sin miedo.


Coral Herrera Gómez


Libro: (H)amor
Coordinadora: Sandra Cendal
Capítulo: "Otras formas de quererse son posibles: lo Romántico es Político"









Otras formas de quererse (versión corta)

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El amor es una construcción (cultural, social, política), y por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, reformar, eliminar, reconstruir, y transformar.  El amor es una energía que mueve el mundo, y cambia con las épocas históricas y las culturas que se expanden a lo ancho del planeta, de modo que cambia, muta y se transforma como cualquier otra construcción humana. Otras formas de relacionarnos son posibles: ya es hora de que asumamos el reto colectivamente, con alegría y desparpajo, que liberemos al amor del patriarcado y del capitalismo, que inventemos otras formas de querernos, que reivindiquemos los afectos y los sentimientos como un espacio político, y que nos permitamos explorar otras formas de organizarnos.
Pese a que nos quieren hacer creer que el romanticismo es un asunto privado e individual, lo cierto es que el amor no es un virus ni una enfermedad a la que una ha de enfrentarse en solitario. No estamos condenados a padecer el hechizo del amor que nos roba el juicio y la sensatez, que nos quita horas de sueño, que nos hace infelices y desgraciados, que nos enloquece y nos enajena sin que podamos hacer nada por evitarlo.  Se puede sufrir menos y disfrutar más del amor, es cuestión de ponerse manos a la obra.
Tenemos que desmontar el amor para volver a reinventarlo, y así transformar también nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos. Para acabar con este sistema jerárquico basado en la explotación de la naturaleza, los animales y las personas, y en la violencia de todos contra todos, necesitamos una transformación política, económica, social, afectiva, sexual, y cultural.
Necesitamos un cambio radical profundo en nuestras formas de relacionarnos con las personas, con los animales, con la naturaleza, con los pueblos y los países. Para lograrlo, necesitamos crear redes de solidaridad y ayuda mutua, acabar con la cultura del “sálvese quien pueda”, y trabajar colectivamente para mejorar las vidas de todos y todas.
Necesitamos derribar la desigualdad de género para poder construir relaciones basadas en la libertad, no en la necesidad y el interés egoísta de cada sexo.  Tenemos que desaprender lo que significa ser mujer o ser hombre, para poder ser como queramos sin tener que someternos a las “normas de género” que nos imponen un estilo de vida, unos estereotipos y unos roles, y nos encierran en una identidad inmutable.
Despatriarcalizar el amor nos permitirá amarnos y querernos de tú a tú, sin jerarquías, sin dominación y sin violencia. Desmitificar todas nuestras historias de amor nos permitirá querernos los unos a los otros tal y como somos. Para poder desmontar el romanticismo patriarcal y capitalista, tenemos que ensanchar el concepto de amor a toda la comunidad, sin reducirlo a una única persona.
Tenemos que contarnos otros cuentos e inventar otros finales felices, mostrar la diversidad amorosa y sexual del mundo real, construir protagonismos colectivos y crear personajes capaces de salvarse a sí mismos, alejados de la masculinidad o la feminidad hegemónica.
Es necesario derribar las antiguas estructuras de dependencia e inventarnos otras formas de relacionarnos basadas en la solidaridad, la empatía, la libertad y la ternura social. Así podremos acabar con las guerras románticas, aprender a juntarnos y a separarnos con cariño, relacionarnos con amor con todo el mundo, y diversificar afectos.
Queriéndonos bien podremos acabar con las fobias y las enfermedades sociales como el machismo, la misoginia, el racismo, la xenofobia, la homofobia, o el clasismo. Con las guerras que hacemos contra los vecinos o los compañeros de trabajo, contra los raros y los diferentes… con más amor común, tendremos más herramientas para construir un mundo más pacífico y habitable.
Para aprender, organizarnos, celebrar, y transformar colectivamente el mundo que habitamos necesitamos mucho amor del bueno: es un asunto político que nos concierne a todos y todas, por eso es tan importante sacar el debate a las calles y a las plazas, a los congresos y las academias, a las asambleas y a los bares, a los medios de comunicación y a los espacios de discusión pública. Ya es hora de reivindicar el buen trato, el derecho al placer y al gozo, el respeto mutuo, las relaciones entre iguales, la expresión de nuestras emociones, la alegría de vivir y construir con más gente.
Tenemos que repensar colectivamente el amor, liberarlo de las estructuras que lo constriñen, romper con las normas del romanticismo tradicional y la doble moral sexual, derribar el régimen heterosexual, acabar con la sacralidad del dúo, cuestionar todos nuestros tabúes.
El reto es apasionante, porque una vez analizado y desmontado el amor, tenemos que lanzarnos sin referencias ni fórmulas mágicas a construirlo de nuevo, a probar nuevas vías de relacionarse sexual  y sentimentalmente, a crear otros romanticismos que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más.
Sí, otras formas de querernos son posibles… hay que lanzarse sin miedo, apostar por la revolución de los afectos y las emociones, construir nuestras propias utopías para querernos bien, más y mejor.
Coral Herrera Gómez
———-♥———-
Este post es un fragmento del capítulo que Coral ha escrito para el libro colectivo (H)amor, de la editorial Con Tinta Me Tienes. Puedes leer el texto completo aquí.

La construcción sociocultural de la Realidad desde una perspectiva Queer

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¿Cómo construimos la Realidad?, ¿cómo la percibimos y cuáles son nuestras limitaciones físicas y cognitivas para poder entenderla?, ¿qué es la Realidad?, ¿quién o quienes definen lo que es real?, ¿son la misma cosa la realidad y la ficción, se diferencian en algo?, ¿cómo aprendemos a pensar y a sentir?, ¿cómo aprendemos a ser hombres o mujeres?, ¿quién define lo que es “normal” y lo que no lo es?, ¿cómo construimos la cultura y la ciencia actual?, ¿cómo heredamos y transmitimos las estructuras?, ¿cómo atraviesa la ideología el cuerpo humano?, ¿cómo actúa la ideología capitalista y patriarcal en nuestra forma de convivir, de relacionarnos y de organizarnos?, ¿por qué los medios no representan la diversidad y la complejidad de la realidad?, ¿por qué hay realidades visibles, y realidades invisibles?, ¿por qué unas realidades valen más que otras?, ¿por qué pensamos en términos de blanco/negro?, ¿para qué sirven los mitos?, ¿cómo creamos conocimiento?, ¿qué es lo que no podemos conocer?, ¿son el amor y el sexo vías de conocimiento?, ¿cómo podemos empezar a pensar de otras maneras?, ¿cómo romper con las estructuras binarias del patriarcado?, ¿cómo inventarnos otros cuentos, otros métodos, otras hipótesis, otras preguntas, otras dudas, otras formas de pensar, de construir y de relacionarnos con la realidad?



INTRODUCCIÓN al libro: "La construcción sociocultural de la realidad desde una perspectiva Queer", Coral Herrera Gómez, 2015.


Ciencia, sexualidad, amor, conocimiento, comunicación, género, ideología, 
estructuras, cuerpos, saberes, y resistencias…


Otras realidades son posibles: otras formas de pensar, otras visiones de mundo, otras formas de comunicarnos, de intercambiar información y saberes, de transmitir conocimientos, de hacernos preguntas, de narrar la Historia del pasado y del presente, son posibles. Otras formas de estar y de relacionarnos con nuestro entorno son posibles. Otras formas de percibir y conocer, y otras formas de hacer ciencia y de producir cultura son también posibles. Otras formas de construir nuestra identidad, de relacionarnos con nuestros cuerpos, de amar y de organizarnos social, afectiva y políticamente, son posibles. Y necesarias.

Escribo este libro desde el convencimiento de que podemos transformar la Realidad porque es una construcción social, política, económica y cultural que puede deconstruirse, transformarse, mutar, revolucionarse. Mi apuesta es reivindicar la complejidad y la diversidad del mundo que construimos entre todos y todas, dejar atrás el pensamiento binario que reduce la realidad a dos pares de opuestos, deshacernos de las ideologías hegemónicas que perpetúan el capitalismo y el patriarcado dentro de cada uno de nosotros, cuestionar todas las verdades dadas por supuestas.

Mi enfoque está basado en la teoría queer, que reivindica la subjetividad, que sigue criticando la normalidad y la verdad, que visibiliza lo invisible, que rompe con la tradición y la modernidad, y aplica un enfoque transdisciplinar y diverso en la forma de hacer ciencia y de pensar la Realidad.


marco teórico

Esta obra surge del primer capítulo de mi tesis doctoral,“La construcción sociocultural de la realidad, del género y del Amor Romántico”, Universidad Carlos III de Madrid, que estuvo centrada en la investigación sobre la construcción social y cultural de la realidad, de las identidades de género, y del amor romántico. Este libro es una síntesis subjetiva de la crítica al pensamiento binario y la ciencia tradicional en la que aporto una visión queer al análisis del conocimiento sobre la Realidad. En Otras realidades son posibles he querido analizar el modo en que nos adaptamos a la norma, o nos alejamos de ella: todos los procesos de imposición generan resistencias, de ahí que podamos jugar con la Realidad, deconstruirla, desmontarla, analizarla, y elaborar nuevas construcciones bajo la premisa de que otras realidades son posibles.





La Realidad que construimos está determinada por la ideología capitalista y patriarcal que atraviesa nuestras estructuras sociales, económicas, políticas, culturales, y religiosas. Pero también construye y determina nuestras estructuras afectivas, emocionales y sexuales. Atraviesa nuestro deseo, nuestros cuerpos, nuestra autoestima, y nuestras formas de relacionarnos con la comunidad en la que vivimos.

La ideología es transmitida por la cultura, en ella se articulan todos los procesos de construcción de pensamiento y conocimiento, interconectados entre sí de modo que conforman una Realidad completa, coherente, sólida. A través de los productos culturales y la comunicación de la información, se transmite una visión del mundo y se invisibilizan otras perspectivas y otras formas de construir y relacionarse con la Realidad.

La ideología hegemónica es entonces, el eje vertebrador de nuestras formas de organización, de lenguaje y pensamiento, de relación con el mundo y con nuestros semejantes. Desde esa ideología se construyen mapas, esquemas, modelos de referencia que sirven para imponer unas estructuras emocionales y sentimentales. A través de la cultura aprendemos lo que es “normal” y lo que no lo es, y asumimos todas las estructuras impuestas como si fueran “naturales”, divinas o eternas.

Afortunadamente, nuestra perspectiva crítica nos permite cuestionar las normas, las estructuras, las creencias, los modelos y los patrones que aprendemos en nuestro proceso de socialización y educación. Esta capacidad de cuestionamiento nos permite analizar críticamente la Realidad y deconstruir el concepto de “normalidad” o el de “naturalidad” que se impone en cada época histórica de acuerdo a la ideología hegemónica de cada sistema social y cultural.

En las sociedades occidentales la ideología hegemónica está basada en las jerarquías de poder, en las categorizaciones excluyentes, y en las oposiciones duales. La estructura de pensamiento más primaria que heredamos y que seguimos utilizando para pensar es el “pensamiento binario”, según el cual percibimos la realidad desde pares de opuestos. Cada par de etiquetas contiene dentro de sí extremos basados en la idea de lo bueno y lo malo, lo superior y lo inferior: por eso dividimos el mundo entre buenos/malos, ricos/pobres, normales/raros, blancos/negros, masculino/femenino, civilizados/salvajes, heterosexuales/homosexuales, colonizadores/colonizados.

Esta es la razón por la cual no nos gusta la ambigüedad, nos da miedo lo que no logramos etiquetar, nos inquieta la indefinición, y nos sentimos perdidos cuando un objeto, ser vivo o situación es inclasificable dentro de nuestras reducidas estructuras mentales. Quizás por este miedo a lo desconocido o a lo diferente, la gente rechaza otras orientaciones sexuales, otros acentos, otros colores de piel, otras religiones, u otras formas de pensar.

La ideología occidental hegemónica basada en el pensamiento binario y jerárquico tiene tres vertientes: la económica (capitalismo), la política (democracias), la sociocultural y emocional (el patriarcado). Estas tres grandes construcciones están interrelacionadas entre sí, se apoyan mutuamente, y se nutren de la misma ideología: unos son los malos, otros son los buenos; unos gobiernan, otros son gobernados; unos tienen los medios de producción, otros trabajan para ellos; unos tienen privilegios, otros tienen necesidades; unos emiten información, otros la consumen. Vivimos en un sistema diseñado para el bienestar de las minorías que acumulan poder.

Para que este sistema basado en la desigualdad y la acumulación de poder se sostenga es necesario transmitir sus valores a través de los medios de comunicación, de modo que todos asumamos como propios intereses ajenos y necesidades fabricadas por otros. Aprehendemos el mundo, aprendemos a pensar, a hablar, a sentir, a relacionarnos con los demás, a con-vivir en nuestra sociedad a través de las instancias educativas, pero principalmente a través de la cultura, que nos ofrece modelos a seguir, idealizados y mitificados.

Estas estructuras socioculturales nos resultan reconfortantes porque nos permiten desarrollar nuestra identidad para poder integrarnos y adaptarnos a la comunidad en la que vivimos. Pero también nos limitan y nos aprisionan porque son las únicas que tenemos, y porque cualquiera que se desvíe de la estructura normativa es señalado, condenado o rechazado por las estructuras judiciales, legales, y sociales que marginan todo aquello que no se ajusta a la visión de mundo propuesta por el capitalismo patriarcal.

Sin embargo, otros sistemas de pensamiento son posibles, y más allá de estas estructuras simples y representaciones tipificadas, la realidad es más compleja, rica y diversa. Si nuestros productos culturales y mediáticos son tan repetitivos es porque el sistema, para seguir funcionando, necesita mostrarnos héroes y heroínas con quien nos podamos identificar, conflictos entre extremos y soluciones sencillas, pensamientos reduccionistas, pensamientos mágico-religiosos que moldeen nuestras aspiraciones. Nos crean las metas a seguir y como no nos enseñan a gestionar las emociones, nos ofrecen relatos en los que nos transmiten las estructuras emocionales para sentir “patriarcalmente”. Por eso amamos patriarcalmente.

Los sistemas educativos son una pieza esencial en la perpetuación del statu quo de la realidad: en ellos los niños y las niñas asumen conceptos e internalizan los valores de nuestra sociedad. Las preguntas incómodas con contestadas con verdades absolutas para que todo siga como está: por eso en los medios de comunicación la diversidad de la realidad es invisibilizada y por eso solo vemos modelos basados en patrones tradicionales cargados de ideología individualista y consumista.

La sociedad, de algún modo, tiene que lograr que sus miembros adopten los patrones de conducta sin demasiadas transgresiones, pues las protestas y los cuestionamientos son perjudiciales para la salud de cualquier sistema basado en los grupos de poder y las categorizaciones establecidas para crear diferencias.

La Verdad es una de las mejores herramientas para hacernos creer que unas cosas son ciertas y otras son mentira. La Verdad varía según el punto de vista desde el que se enuncie, pero nos la presentan como algo absoluto, cerrado en sí mismo, objetivo “porque sí”, y que requiere aceptación inmediata, como el acto de fe. Gracias a la verdad creemos poder distinguir, también, qué es ficción y qué es real.

La Realidad es una construcción creada desde las instituciones, desde los grupos de poder económico, desde los grupos de poder político, y determina nuestras vidas cotidianas. Por eso puede transformarse, cuestionarse, derribar antiguas estructuras e inventar otras nuevas. Los medios de comunicación y las industrias culturales nos transmiten y crean la Realidad desde
la ideología hegemónica, pero afortunadamente existen otras formas de percibir, pensar y comunicar las diferentes realidades en las que vivimos.

Todos nosotros, todas nosotras, construimos nuestra realidad individual y colectiva día a día, y son minoría las personas que se adaptan fielmente al sistema propuesto por la televisión y los medios tradicionales. Tenemos que celebrar que poseemos la capacidad de desobedecer, generar crítica, desmontar los mensajes y las normas que se nos imponen, y proponer nuevas formas de construir la Realidad, o de visibilizar las diversas realidades.

enfoque queer

El enfoque queer desde el que he trabajado pretende aportar a la deconstrucción del pensamiento binario, explicar por qué pensamos en sistemas de pares de opuestos, y visibilizar el modo en esta forma de pensar nos empobrece y nos limita. La reivindicación política de este texto reside además en la visibilización de nuevas formas de pensar, de percibir, de relacionarnos con la realidad. Visibilizar, también, otras ideologías alternativas que sostienen otros discursos, que crean otras performances, que nos cuentan otros cuentos.

En este siglo XXI; el Queer ha incorporado la identidad, el género, el cuerpo y la sexualidad como construcciones sociopolíticas al análisis de la Realidad y del conocimiento. Y desde hace unos años, estamos también incorporando las emociones y los sentimientos, porque son asimismo construcciones culturales y sociales basadas en la misma ideología hegemónica.

El Queer no es una metodología ni posee pretensiones de universalidad, de modo que no existe una “nueva forma de pensar” que nos sirva de guía. Tampoco tiene un modelo ideal o una propuesta determinada en el ámbito económico o político. Sin embargo, para mí es esencial como herramienta de análisis y de activismo sociopolítico, precisamente porque no ofrece paraísos ni utopías ni esquemas con carácter absolutista, y permite así que se sucedan las críticas y las propuestas con mucho mayor margen de maniobra.

Además al rechazar los binomios, el queer no se instala cómodamente en el activismo o en el academicismo, sino que transita entre la calle y las aulas, los museos y las discotecas, los congresos y los centros sociales okupados. Los procesos de crítica y la demolición de los edificios de la tradición se producen desde todos los rincones de nuestra cultura y se dirigen hacia todos los frentes, en todos los niveles.

La Teoría Queer tiene una línea de continuidad con los feminismos y el posestructuralismo, pero su producción artística, intelectual y su lucha social le convierten en una corriente más integral, pues no se encajona en un solo ámbito o disciplina y ofrece miradas diversas sobre la realidad.
Al no creer en el concepto de “verdad”, no ofrece soluciones totalizantes ni mapas para reconducir el sistema hacia un punto determinado. El Queer está descentralizado, y teóricamente tampoco acoge en su seno las jerarquías características de los sistemas democráticos en los que vivimos. De este modo, el Queer se parece a Internet en que los textos, las deconstrucciones, las preguntas, las propuestas, las imágenes, las reflexiones, se relacionan de un modo horizontal, esto es: unos textos no son más válidos que otros, y unas preguntas no son más representativas que otras.

El Queer reivindica la complejidad de la realidad, la visibilización de lo invisible, la necesidad de defender la diversidad frente a los procesos de homogeneización y globalización cultural. El Queer entona un “nosotros/nosotras” radicalmente inclusivo que reniega del individualismo del “sálvese quien pueda” y del miedo atroz al otro, a los otros, a las diferentes, a los extraños, a las extranjeras, a los negros, a los rojos, a las mujeres transexuales, a los maricas, a las raras. Los y las queers hacen gala de sus rarezas, de sus diferencias, y claman contra toda forma de pensamiento autoritaria y rígida.

De este modo, el queer no solo rompe con el pensamiento binario, sino también con toda la producción asociada a este pensamiento binario y jerárquico: el patriarcado, la globalización, las democracias actuales, el fascismo y el capitalismo. Pero también con toda forma de hegemonía que al imponerse sobre las demás ideologías, discrimina a las mal llamadas “minorías”. El racismo, el sexismo, la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, la misoginia y el machismo son todas enfermedades sociales que rechazan la diversidad y provocan muchos millones de muertos cada año en todo el mundo.

Desde esta postura crítica, posestructuralista, deconstructivista, feminista y queer parto para analizar los planteamientos de diversos teóricos y teóricas de diferentes épocas históricas que han institucionalizado el pensamiento binario como un fenómeno “natural” en la Humanidad. Y a partir de ahí visibilizar a aquellos y aquellas que proponen sistemas más diversos y complejos de pensamiento y que se dedican a seguir batallando por deconstruir los pilares de conceptos contrarios sobre los que se asienta nuestra cultura (objetivo/subjetivo, correcto/incorrecto, orden/caos, razón/emoción, masculino/femenino).

Mi intención ha sido trabajar desde el pensamiento en red queerizado que conecta todas las dimensiones de las realidades para explicar cómo interaccionan y se influyen mutuamente la dimensión política, económica, social, sexual, emocional, cultural, religiosa.

Creo que lo personal es político, que lo que se construye se puede deconstruir, y que otras realidades son posibles.


Construcciones y deconstrucciones

El libro comienza con un breve recorrido cronológico por la Historia de las ciencias y las filosofías de nuestra civilización occidental desde una perspectiva crítica y multidisciplinar. El primer capítulo es un breve repaso por las principales corrientes teóricas que han reflexionado en torno a la Realidad, bien como fenómeno completamente externo a nosotros, o como un constructo sociocultural que varía según las épocas históricas, o las zonas geográficas. Navegaremos por esas reflexiones en torno a cómo percibimos la Realidad, y los límites físicos y culturales de la percepción en la especie humana. Analizaremos nuestro papel como constructores y constructoras de realidad en el ámbito político, económico, social, cultural, religioso, ético y moral, sexual y emocional, desde las instituciones que creamos y desde nuestras vidas cotidianas.

Para ello repasaremos brevemente los mecanismos de construcción de realidad que propusieron Berger y Luckmann, de modo que entendamos un poco mejor cómo los humanos aprendemos a pensar y a comportarnos, como aprendemos a sentir y a relacionarnos, como asumimos y rechazamos normas, como las transmitimos a la siguiente generación, como aprendemos a reprimirnos en sociedad. Solo que lo haremos con un enfoque de género, transversal en todo el estudio.

La construcción de las identidades determina nuestro modo de ser, de estar, de sentir, de comportarnos, de relacionarnos con el mundo, de tomar decisiones, del disfrute de nuestra sexualidad, entre otras muchas cosas. La apuesta tras la reflexión en torno a la construcción del género es romper con las etiquetas que nos encierran en roles bajo estereotipos reduccionistas que constriñen nuestra libertad, nuestros afectos, nuestras trayectorias profesionales y vitales. Para ello es vital que deconstruyamos los mitos, que apostemos por otros productos culturales alternativos a la tradición, que inventemos otros modelos de referencia, que sigamos construyendo nuestros medios de comunicación.

Analizaremos cómo los medios de masas construyen realidades que asumimos como verdades inmutables: a través del espectáculo y de la seducción mágica de los relatos se nos imponen unos patrones sentimentales que poseen unas consecuencias visibles en nuestro modo de organizarnos política, económica y socialmente.

Estos mensajes de ideología están invisibilizados, pero se repiten hasta el infinito: la publicidad, las empresas, los bancos, los partidos políticos, las élites eclesiásticas, las élites monárquicas. Es un discurso conservador y sumamente mitificado por los medios, que nos ofrecen paraísos emocionales, utopías amorosas y realidades ficcionalizadas. No solo nos ofrecen paraísos, sino que reprimen el resto de paraísos no hegemónicos. Nuestra sociedad, afirmaron Freud y Marcuse, está basada en la represión de nuestros instintos sexuales. Cada cultura posee sus tabúes, normas, prohibiciones, creencias y costumbres, en torno a la sexualidad y las emociones.

Amor y sexo están regulados para que nos adaptemos al esquema de normalidad/anormalidad construido desde la hegemonía ideológica. La ideología patriarcal y capitalista construye estas estructuras amorosas desde la cultura: teorías, ritos, mandamientos, creencias, mitos, discursos, declaraciones, relatos, canciones, noticias. La cultura está influida e influye en las demás estructuras.

Entonces crea y a la vez refleja, en un proceso bidireccional múltiple, la sociedad, la política, la economía, los medios de comunicación, etc. Por eso los medios son fundamentales en la actualidad para explicar cómo se crea la realidad desde la cultura, y como la ideología hegemónica es el hilo conductor de todas nuestras demás construcciones.

El capitalismo y el patriarcado no son solo estructuras sociopolíticas y económicas. Se encuentran insertos también en nuestros cuerpos, en nuestro deseo, en nuestras estructuras
emocionales, y determinan nuestro comportamiento, deseo, sentimientos, aspiraciones. Por tanto escriben el guión de nuestra historia de vida, instauran los raíles por donde nuestra cotidianidad va a transcurrir, determinan nuestra identidad, nuestra sexualidad, nuestras profesiones, nuestras maternidades, nuestro modo de vida, nuestras relaciones.

Tener en cuenta como se construye Realidad desde estos esquemas hegemónicos nos sirve para poder desmontarla y para comenzar a trabajar en la visibilización y construcción de otras realidades posibles.

Coral Herrera Gómez


 "La construcción sociocultural de la realidad desde una perspectiva Queer", Coral Herrera Gómez, 2015.







Conferencia: La construcción sociocultural del amor romántico. Coral Herrera Gómez

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Esta charla tuvo lugar en el Centro Cultural de España el 11 de junio de 2015 en Costa Rica.

La actividad fue organizada por The Goodbye Project, un proyecto de investigación teatral del grupo costarricense Teatro Abya Yala

En esta conferencia se habla del amor, las bienvenidas y las despedidas. Primero pueden ver el vídeo promocional realizado por AECID España, y después la conferencia completa en mi canal de youtube:


















A violência de gênero e o amor romântico

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Autora: Coral Herrera Gómez

Traductora: Deborah Delage

Traduzido para o português do link original:




O amor romântico é a ferramenta mais potente para controlar e subjugar as mulheres, especialmente nos países onde elas são cidadãs de pleno direito e onde não são, do ponto de vista legal, propriedade de ninguém. Muitos sabem que combinar o afeto com o abuso em relação às mulheres serve para destruir  sua autoestima e causar dependência, e por isso usam o binômio abuso-afeto para que elas se apaixonem perdidamente, e eles, assim, possam domá-las.




Um exemplo é Kalimán, cafetão mexicano que explica como consegue prostituir suas mulheres: escolhe as mais pobres e necessitadas, de preferência aquelas que desejam deixar o inferno em que vivem em casa, ou aquelas que precisam urgentemente de amor, porque estão socialmente isoladas. Os cafetões seguem seu roteiro  perfeitamente: primeiro as enchem de amor, atenção e presentes durante dois meses, fazendo-as acreditar que sãoa mulher de sua vida e que sempre terão dinheiro disponível para  suas necessidades e caprichos. Em seguida, colocam-nas por alguns dias num bordel, de modo que as moças "lhes façam terapia"; se resistem, batem o pé, ficam com raiva, é melhor  deixar que se recuperem sozinhas. Nunca se deve pedir-lhes perdão. É necessário que sofram até que seu orgulho se desmorone e caiam de joelhos, aceitando a derrota. O macho deve ficar firme, mostrar seu desprezo, ir embora em momentos de grande raiva, e nunca ter pena das lágrimas de sua mulher. 

Esta técnica garante que elas atendam a seus desejos e trabalhem para eles na rua ou em prostíbulos; a maioria delas não têm para onde ir e, segundo eles, uma vez que  experimentam o luxo, não querem voltar para a pobreza.

Esta história de terror é muito comum em todo o mundo. Não só os cafetões, mas também inúmeros namorados e maridos tratam as mulheres como éguas selvagens que precisam ser domesticadas para serem  fiéis, submissas e obedientes. Muitos ainda acreditam que as mulheres nasceram para servir e amar aos  homens. E muitas de nós mulheres também ainda acreditamos nisso.
"Por amor", nós, mulheres, nos apegamos a situações de violência, abuso e exploração. "Por amor" nos juntamos a tipos horríveis que, a princípio, parecem príncipes encantados, mas que depois  nos enganam, tiram vantagem de nós, ou vivem às nossas custas. "Por amor" aguentamos insultos, violência, desprezo. Somos capazes de nos humilhar  "por amor", ao mesmo tempo em que nos orgulhamos de nossa intensa capacidade de amar. "Por amor" nos sacrificamos, nos deixamos anular, perdemos nossa liberdade, perdemos nossas redes sociais e afetivas. "Por amor" abandonamos nossos sonhos e objetivos, "por amor" competimos com outras mulheres e nos tornamos  inimigas para sempre, "por amor" deixamos tudo ...

Quando este "amor" chega, nos torna mulheres de verdade, nos dignifica, nos faz nos sentirmos puras, dá sentido às nossas vidas, nos confere prestígio, nos eleva acima do resto dos mortais. Este "amor" não é apenas amor, ele também é salvação. As princesas de contos de fadas não trabalham: elas são mantidas pelos príncipes. Em nossa sociedade, ser amada é sinônimo de sucesso social, ser escolhida por um homem confere valor à mulher, torna-a especial, mãe, senhora.

Este "amor" nos aprisiona em contradições absurdas:  "deveria deixá-lo, mas não posso porque o amo / porque com o tempo, ele tempo vai mudar / porque ele me ama / porque ele é o que é". É um "amor" baseado em conquista e sedução, e numa série de mitos que nos escravizam, como o de que "o amor tudo pode", ou "uma vez encontrada sua cara-metade, é para sempre”. Este "amor" nos promete muito, mas nos enche de frustração, nos prende a seres a quem damos todo o poder sobre nós, nos sujeita a papéis tradicionais, e nos pune quando não nos ajustamos às regras que nos impõe.

Este "amor" também nos torna seres dependentes e egoístas, porque usamos estratégias para conseguir o que queremos, porque nos ensina que é dando que se recebe, e porque esperamos que o outro "abandone o mundo", tal como fazemos. É tão grande o "amor" que sentimos que nos tornamos seres amargos que vomitam censuras e reclamações diariamente. Se alguém não nos ama como amamos esta pessoa, este "amor" nos vitimiza e nos torna chantagistas ("eu dou tudo para você"). Este "amor" nos leva para o inferno quando não somos correspondidas, ou quando nos são infiéis, ou quando nos abandonam: porque quando nos damos conta, estamos sozinhas no mundo, afastadas de amigas e amigos, familiares ou vizinhos, apêndices de um cara que se sente no direito de decidir por nós.
Portanto, este "amor" não é amor. É dependência, é necessidade, é medo da solidão, é masoquismo, é uma utopia coletiva, mas não é amor.

Amamos patriarcalmente: o romantismo patriarcal é um mecanismo cultural para perpetuar o patriarcado, muito mais poderoso do que a lei: a desigualdade se aninha em nossos corações. Amamos  segundo o conceito de propriedade privada e com  base na  desigualdade entre homens e mulheres. Nossa cultura idealiza o amor feminino como um amor incondicional, abnegado, entregue, submetido e subjugado. As mulheres são ensinadas a esperar e a amar um homem com a mesma devoção que amam a Deus ou esperam por Jesus Cristo.

As mulheres foram ensinadas a amar a liberdade do homem, não a delas próprias. As grandes figuras da política, economia, ciência e arte sempre foram homens. Admiramos os homens e os amamos na medida em que eles são poderosos; as mulheres, privadas de recursos econômicos e propriedades, precisam de homens para sobreviver.

A desigualdade econômica baseada no gênero leva à dependência econômica e emocional das mulheres. Homens ricos nos são atraentes porque têm dinheiro e oportunidades, e porque fomos ensinadas desde pequenas que a salvação está em encontrar um marido. Não nos ensinaram a lutar pela igualdade para termos os mesmos direitos, mas para estarmos bonitas e conseguir alguém que nos mantenha, nos ame e nos proteja, ainda que, para isso, tenhamos que ficar sem amigas, ou juntar-nos a um homem violento, desagradável, egoísta ou sanguinário. O exemplo mais claro é o dos chefes do narcotráfico: têm todas as mulheres que querem,  todos os carros, as drogas e a tecnologia que desejam, têm todo o poder para atrair meninas sozinhas e sem recursos ou oportunidades.

Essa desigualdade estrutural entre homens e mulheres é perpetuada pela cultura e pela economia. Se usufruíssemos dos mesmos recursos econômicos e pudéssemos criar nossos bebês em comunidade, compartilhando recursos, não teríamos relações baseadas na necessidade; creio que amaríamos com muito mais liberdade, sem interesses econômicos envolvidos. E diminuiria drasticamente o número de adolescentes pobres que acreditam que engravidar vai garantir o amor do macho, ou pelo menos uma pensão alimentícia durante 20 anos de sua vida.

Os homens também são ensinados a amar a partir da desigualdade. A primeira coisa que aprendem é que quando uma mulher se casa com você ela é "sua mulher", algo como "meu marido", só que pior. Os homens têm duas opções: ou se deixam amar do alto de sua superioridade (machos alfa) ou ajoelham-se diante da amada em sinal de rendição (pau-mandado). Os homens parecem manter-se tranquilos enquanto são amados, já que a tradição lhes ensina que não devem dar demasiada importância ao amor em suas vidas, nem deixar que as mulheres lhes invadam todos os espaços, nem expressar publicamente seus afetos.

Toda essa contenção se rompe quando a esposa decide se separar e seguir sozinha seu próprio caminho. Como em nossa cultura vivemos o divórcio como um trauma total, as ferramentas de que os homens dispõem são poucas: podem resignar-se, deprimir-se, autodestruir-se (alguns cometem suicídio, outros se envolvem em uma briga até a morte, outros dirigem em alta velocidade na contra-mão), ou reagir com violência contra as mulheres que dizem amar. É aí que entra em jogo a maldita questão de "honra", o maior expoente da dupla moral: os homens naturalmente perseguem as fêmeas, as fêmeas devem morrer assassinadas se cedem a seus próprios desejos. Para os homens tradicionais, virilidade e orgulho estão acima de qualquer objetivo: pode-se viver sem amor, mas não sem honra.

Milhões de mulheres morrem todos os dias por "crimes de honra" nas mãos de seus maridos, pais, irmãos, amantes, ou por suicídio (forçadas por suas próprias famílias). As razões: falar com um homem que não seja seu marido, ser estuprada, ou querer divorciar-se. Um único boato pode matar qualquer mulher. E estas mulheres não podem levar uma vida própria fora da comunidade: não têm dinheiro nem direitos, não são livres, não podem trabalhar fora de casa. Não há   como escapar.
As mulheres que têm direitos, no entanto, também se vêem presas em seu casamento ou relacionamento. Mulheres pobres e analfabetas, mulheres ricas e educadas: a dependência emocional das mulheres não faz distinção entre classes sociais, etnias, religiões, idade ou orientação sexual. São muitas em todo o mundo as mulheres que se submetem à tirania do "suportar por amor."

O amor romântico é, nesse sentido, uma ferramenta de controle social, e também um anestésico. Ele nos é vendido como uma utopia alcançável, mas à medida que caminhamos em sua direção, buscando o relacionamento perfeito que nos faça felizes, descobrimos que a melhor maneira de relacionar-se é perder a liberdade e renunciar a tudo para garantir a harmonia conjugal .

Nesta suposta "harmonia", os homens tradicionais querem esposas tranquilas que os amem sem pedir nada (ou muito pouco) em troca. Quanto mais se deteriora a autoestima dessas mulheres, mais se vitimizam e mais dependentes se tornam. Portanto, mais difícil se torna para elas entender que o amor de verdade não tem nada a ver com a submissão, nem com o sacrifício, nem com suportar.

A economia, a igreja, os bancos, a televisão etc. penalizam a solteirice e promovem o casamento heterossexual, por isso parece que somos obrigadas a sermos felizes ou ir contra a corrente. Quando o amor acaba ou se rompe, vivemos isso como um fracasso e como um trauma: ficamos com medo, sentimos desamparo, solidão, as angústias nos atacam quando nos vemos sós num  mundo tão individualista. Quando nos deixam ou deixamos nosso parceiro, muitas de nós nos desesperamos completamente: gritamos, batemos pé, chantajeamos, vitimizamos, culpabilizamos, ameaçamos.
Não temos ferramentas para assumir as perdas. Não sabemos separar nossos caminhos, não sabemos tratar com carinho quem quer se afastar de nós ou quem encontrou novo parceiro. Não sabemos como gerir as emoções: por isso é tão frequente a troca de ameaças, insultos, acusações, vinganças e atos mal intencionados entre os cônjuges.

Também por isso muitas mulheres são punidas, maltratadas e assassinadas quando decidem se separar e reiniciar suas vidas. O número de homens que não possuem ferramentas para lidar com uma separação é muito maior: desde crianças aprendem que devem ser reis, e que os conflitos são resolvidos com violência. Se não aprendem em casa, aprendem na televisão: seus heróis fazem justiça por meio da violência, impondo a sua autoridade. Seus heróis não choram, a não ser que alcancem seu objetivo (como ganhar um campeonato de futebol, por exemplo).

O que nos ensinam em filmes, histórias, novelas, séries de televisão é que as garotas esperam pacientemente por seus heróis, com muito amor e carinho, e estão disponíveis para entregarem-se ao amor quando eles têm tempo. As modelos de publicidade oferecem seu corpo como mercadoria,  as mocinhas dos filmes oferecem seu amor como prêmio à coragem masculina. As boas meninas não abandonam seus maridos. As meninas más que se acreditam donas de seu corpo e de sua sexualidade, que acreditam ser donas de sua própria vida, ou que se rebelam, sempre recebem a punição merecida (prisão, doença, ostracismo social ou morte).

As garotas más não são odiadas apenas pelos homens, mas também pelas mulheres de bem, porque desestabilizam toda a ordem "harmoniosa" das coisas quando tomam decisões e rompem laços. Os meios de comunicação muitas vezes nos apresentam casos de violência contra mulheres como crimes passionais e justificam os assassinatos ou tortura com expressões como estas: "ela não era uma pessoa muito normal", "ele tinha bebido", "ela já estava com outra pessoa "," ele enlouqueceu quando soube”. " E se ele a matou, foi porque "alguma coisa ela fez." A culpa então recai sobre ela, e a vítima é ele. Ela meteu os pés pelas mãos e merece castigo, ele merece vingança para aliviar sua dor e reconstruir o seu orgulho.

A violência é um componente estrutural das nossas sociedades desiguais, por isso é necessário que o amor não seja confundido com posse, assim como não se deve confundir a guerra com a "ajuda humanitária". Em um mundo onde usamos a força para impor  nossa vontade e controlar as pessoas, onde exaltamos a vingança como um mecanismo para gerir a dor, onde usamos o castigo para corrigir desvios e a pena de morte para confortar as vítimas, é necessário mais do que nunca que aprendamos a nos amarmos.

É vital entendermos que o amor tem que ser baseado em bom tratamento e igualdade. Não apenas com o cônjuge, mas com toda a sociedade. É fundamental estabelecermos relações igualitárias em que as diferenças sirvam para nos enriquecermos mutuamente, e não para nos submetermos uns aos outros. É também essencial empoderar as mulheres para que não vivamos sujeitas ao amor e também ensinar os homens a  lidar com suas emoções, para que possam controlar sua ira, sua impotência, sua raiva e seu medo, e para que entendam que nós, as mulheres, não somos objetos pessoais, mas companheiras de vida. Além disso, temos de proteger as meninas e os meninos que sofrem em casa a violência machista, porque têm que suportar a humilhação e as lágrimas de sua heroína, a mamãe, porque têm de suportar os gritos, os tapas e o medo, porque vivem aterrorizados, porque ficam órfãos, porque seu mundo é um inferno.

É urgente acabar com o terrorismo machista: na Espanha, ele já matou mais pessoas do que o terrorismo do  ETA. No entanto, as pessoas ficam mais indignadas com o segundo, vão às ruas para protestar contra a violência, cuidam de suas vítimas. O terrorismo machista é considerado um assunto pessoal que afeta determinadas mulheres, por isso muitas pessoas que ouvem gritos de pedido de socorro não reagem, não denunciam, não intervêm. Olhando para os números, percebemos que o pessoal é político e também econômico: a crise acentua o terror, pois muitas não podem considerar a possibilidade de separação, e o divórcio fica para casais que têm condições econômicas para tanto. Prova disso é que agora se denunciam menos casos e, por vezes, as mulheres voltam atrás; com as taxas judiciais adotadas na Espanha, as mulheres mais humildes nem consideram denunciar: apelar à justiça é coisa para ricas.

É urgente trabalhar com homens (prevenção e tratamento) e proteger as mulheres e suas crianças. Devemos empoderar as mulheres, mas também devemos trabalhar com os homens, senão toda luta será em vão. É necessário promover políticas públicas que tenham um enfoque integral de gênero, e é necessário que a  mídia ajude a gerar uma rejeição generalizada a esta forma de terror instalada em tantos lares do mundo.

É necessário fazer uma mudança social e cultural, econômica e sentimental. O amor não pode ser baseado na propriedade privada e a violência não pode ser uma ferramenta para a solução de problemas. As leis contra a violência de gênero são muito importantes, mas devem ser acompanhadas por uma mudança em nossas estruturas emocionais e sentimentais. Para tornar isso possível, temos que mudar nossa cultura e promover outros modelos amorosos que não estejam baseados em lutas de poder para nos dominar ou nos submeter. Outros modelos femininos e masculinos que não estejam baseados na fragilidade de umas e na brutalidade de outros.

Temos que aprender a romper com os mitos, a nos desfazer  das imposições de gênero, a dialogar, a desfrutar das pessoas que nos acompanham no caminho, a nos unir  e nos separar  livremente, a nos tratarmos com respeito e ternura, a assimilar perdas , a construir belos relacionamentos. Temos que quebrar os círculos de dor que herdamos e reproduzimos inconscientemente, e temos que libertar as mulheres, os homens e aqueles que não são nem uma coisa nem outra, do peso da hierarquia, da tirania dos papéis, e da violência.


Temos que trabalhar muito para que o amor se expanda e a igualdade seja uma realidade, para além dos discursos. Por isso, este texto é dedicado a todas as mulheres e homens que lutam contra a violência de gênero em todos os pontos do planeta: grupos de mulheres contra a violência, grupos de autorreflexão masculina, autoras e autores que pesquisam e escrevem sobre esse fenômeno, artistas que trabalham para tornar visível esta cicatriz social, políticas e políticos que trabalham para promover a igualdade, ativistas que saem às ruas para condenar a violência, professoras e professores que fazem  seu trabalho de conscientização na sala de aula, ciberfeministas que colhem assinaturas para dar visibilidade a assassinatos e promover leis, líderes que trabalham nas comunidades para erradicar o abuso e a discriminação contra as mulheres. A melhor forma de lutar contra a violência é acabar com a desigualdade e o machismo: analisando, tornando visível, desconstruindo, denunciando e reaprendendo junt@s.

Coral Herrera Gómez





¿Por qué los hombres matan a las mujeres?

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Los hombres matan a las mujeres en todo el mundo porque han sido educados, y están siendo educados, para que resuelvan sus conflictos mediante la violencia, por eso la mayoría de ellos la usan a lo largo de toda su vida para obtener lo que desean, o para arreglar sus problemas. 



Los hombres matan a las mujeres porque creen que son dueños de sus compañeras, sus hijas e hijos, su casa, su coche y su perro. Se sienten muy superiores a ellos, y como propietarios, hacen lo que les da la gana con ellos. 

Los hombres matan a las mujeres porque han sido educados desde niños para ser los reyes absolutos de la familia, y los dictadores en su hogar. Los niños aprenden que los hombres de verdad son siempre respetados, obedecidos y adorados, y que solo por ser varones gozan del amor incondicional y perpetuo de los suyos, especialmente si dependen de sus recursos económicos. 


Los hombres matan a las mujeres porque en la televisión aparecemos representadas como objetos de posesión que pueden ser comprados y vendidos, que pueden ser violados y abusados, que suelen sentir placer obedeciendo y sometiéndose, y que están ahí para satisfacer los deseos de cualquier varón que tenga algo de dinero. Y como cualquier objeto, si no servimos o no obedecemos, pueden destrozarnos con impunidad, porque la prensa lo llamará "crímen pasional" y explicara "sus motivos" (como si hubiese motivos para justificar el asesinato de una persona). 


Los hombres matan a las mujeres porque la gran mayoría no sabe gestionar sus emociones y viven presos de su sufrimiento, sus miedos, su dolor, sus traumas, sus inseguridades, sus malos recuerdos, sus carencias afectivas y sus problemas más íntimos. Cuanto más miedo y dolor acumulan, más dramáticos se ponen. Cuanto más inseguros se sienten, más violentos son.



Los hombres matan a las mujeres porque son machistas: creen que en el mundo unas personas valen más que otras, y nada más nacer se les coloca en la cúspide de la jerarquía socioeconómica y se les regala una serie de privilegios: mejores salarios, los puestos políticos y empresariales más altos, la propiedad de todas las tierras del planeta son de ellos (más de un 80%). Ellos gobiernan en mayor medida que las mujeres, ellos son los dueños de los bancos, las empresas, y los medios de comunicación.... ellos tienen los bienes y los recursos, lo que les da poder sobre los demás, y especialmente, sobre las mujeres. Nosotras somos, para los machistas fundamentalistas, como los animales: un objeto que se vende, se compra, se alquila, se intercambia por ganado, se disfruta, se explota, se mutila y se maltrata. 



Los hombres matan a las mujeres porque nuestra cultura amorosa es patriarcal y está basada en el egoísmo, en el sufrimiento, en la desigualdad, en las relaciones verticales, en las luchas de poder. El capitalismo romántico nos hace egoístas, el romanticismo patriarcal perpetúa los mitos románticos y ensalza el dolor como vía para alcanzar el amor. El romanticismo patriarcal está basado en la doble moral sexual, en el placer del sufrimiento, en la dependencia emocional femenina, en la violencia de género, en el odio como forma de relación, en el esquema de dominación y sumisión, o la estructura del amo y el esclavo. Los hombres se han creído que las mujeres somos buenas o malas, y siguen teniéndole miedo a nuestra libertad y autonomía, a nuestra sexualidad y erotismo, porque no saben cómo relacionarse con nosotras de tú a tú. Han sido educados para sentirse adorados, respetados y necesitados, no para construir relaciones igualitarias. 

Los hombres matan a las mujeres porque no soportan las derrotas. No saben gestionar una ruptura sentimental porque no les han enseñado que la gente puede seguir su camino libremente, que nadie nos pertenece, que todos somos libres para unirnos y separarnos. Los niños que son educados patriarcalmente en la competición más despiadada no tienen herramientas para relacionarse en condiciones de igualdad, necesitan sentirse ganadores, y por eso una ruptura sentimental se vive como un fracaso. No tienen herramientas para superar el duelo, no pueden hablarlo con nadie para no sentirse débiles o perdedores, no tienen a quién acudir cuando se sienten desesperados porque les importa más dar una imagen de ser alguien fuerte y poderoso. No pueden desahogarse, no saben pedir ayuda, y en la tele no dejan de enviarles el mensaje de que el uso de la violencia es legítima y normal cuando uno tiene que defenderse o defender sus propiedades.



Los hombres matan porque los héroes masculinos matan y están llenos de gloria. El dios de nuestra época es un dios guerrero, un macho mitificado por su fuerza y su violencia. En la publicidad, en los cómics, en las películas, en los videojuegos se rinde culto a todas horas a los guerreros asesinos, ya sean androides o caballeros medievales. Todos nuestros héroes consiguen sus objetivos a través de la violencia, por eso las películas se desarrollan entre balazos, bombazos, flechazos, navajazos, puñetazos, machetazos, y escenas de tortura y dolor. La mayor parte de las películas que emiten en cines y televisión tienen machos alfa, armas y sangre, gritos y violencia. En todos ellos el héroe exhibe su fuerza, su valentía, y su capacidad para aniquilar a quien se le ponga en el camino... los efectos especiales y la música de la ficción espectacular aumentan su poder de seducción sobre los espectadores y las espectadoras, que admiran la sensualidad de la violencia patriarcal y la poesía del sacrificio varonil.










Los hombres matan a las mujeres porque sienten que se han sacrificado mucho para ser lo que son, y que eso les da poder sobre las vidas ajenas. A los niños les enseñamos que si quieren ser héroes y tener poder y fama, si quieren ser los número uno, si quieren ser los mejores en todo, tienen que sacrificarse para conseguirlo. El premio es muy seductor: si eres un macho patriarcal vencedor, tendrás la admiración y el respeto de los demás machos, y muchas mujeres suspirando por ti y por tu belleza, por tu valentía, por tu poder y tus recursos. El sacrificio, sin embargo, es tremendo: tendrán que mutilarse emocionalmente, aprender a no llorar en público, aprender a esconder su vulnerabilidad, a no expresar emociones y parecer fríos como un témpano de hielo. Podrán dar rienda suelta a su ira o a su frustración, pero no a emociones como la ternura, el cariño, la tristeza, el miedo, o el amor.  Esas son cosas de mujeres, esas personas imperfectas, débiles y cobardes a las que nadie quiere parecerse. 


















Los hombres matan a las mujeres porque otros hombres matan mujeres también, y porque en la guerra de los sexos, ellas son las enemigas. El sacrificio patriarcal implica abandonar el mundo de las mujeres para poder llegar a ser un "hombre de verdad", dejar el nido materno y unirse solo a los iguales, es decir, a los varones que demuestren serlo. Para no descender en la jerarquía social, los hombres tienen que hacer muestra constante de su masculinidad, so pena de ser comparados con las mujeres, los niños o los homosexuales. Para no perder el honor ni ser objeto de burla en el entorno masculino, los hombres jóvenes tienen que demostrar permanentemente su virilidad: el objetivo es ser y parecer lo contrario de una mujer. Desde muy jóvenes, se les enseña a proteger su libertad, y a defenderse del enorme poder sexual de las mujeres. Los hombre machistas creen que al enamorarse pierden su poder, por eso necesitan sentir que controlan sus sentimientos, que no se dejarán manipular por el enemigo y que pueden acabar con él si no logran dominarlo. Si el enemigo no se somete, se le mata, como en todas las películas y en todos los cuentos patriarcales, como en todas las guerras entre pueblos.







Los hombres que matan a las mujeres primero se hacen terroristas: siembran el terror en la casa durante años, e instauran una especie de guerra en la que él es el único soldado que va armado. Ellos imponen las normas y las hacen respetar, exigen obediencia y sumisión, tomam decisiones e imponen castigos, exigen que una o varias mujeres satisfagan sus necesidades básicas (sexo, comida, higiene, cuidados y mimos, crianza de sus descendientes). Los hombres machistas quieren ser respetados, admirados y obedecidos, y necesitan saberse necesarios e imprescindibles, por eso exigen amor eterno e incondicional, por eso quieren ser los dueños absolutos, por eso creen siempre merecer el perdón cuando se portan mal. 








Los hombres matan a las mujeres porque tienen impunidad, y porque a la opinión pública no le parece tan grave que un hombre asesine a "su" mujer, por eso lo ponen en la sección de "sucesos", aunque no sean acontecimientos extraordinarios porque mueren mujeres todas las semanas. Para perder esta impunidad, es necesario que los hombres condenen la violencia de género y que los gobiernos dejen de mirar a otro lado como si fuese un asunto menor. 

Los hombres matan a las mujeres porque no piden ayuda ni se lo trabajan para dejar de ser violentos y dominadores. Tampoco los gobiernos parecen preocupados por la cantidad de adolescentes que dominan y maltratan a sus parejas, ni por los niños que son asesinados en cada feminicidio, ni por los niños que reproducen el comportamiento violento de sus padres con sus parejas cuando crecen. Ni las instituciones ni la sociedad apuestan por enseñar la cultura del buen trato y la igualdad a los varones, y los medios nos bombardean a diario con imágenes violentas. Sólo cuando los hombres hacen mucho daño y causan mucho dolor, se les proporciona terapia o cárcel, o las dos cosas. 




Propuestas para acabar con el terrorismo machista y la violencia de género


Creo que es esencial poner el foco sobre la responsabilidad que tienen los varones en la violencia en todo el mundo, exigirles que aprendan a relacionarse de otras maneras, y a comunicarse para resolver los conflictos sin violencia. Ya no pueden posponer por más tiempo el trabajo personal para despatriarcalizarse y obtener sus propias herramientas para enfrentarse a la vida sin miedo y sin violencia. 

Los varones tienen que ponerse las pilas, espabilar, y sumarse al cambio que se avecina: la igualdad y el feminismo llegaron para quedarse, y el avance es imparable. Cada vez son más los grupos de hombres igualitarios y antipatriarcales que han empezado a trabajarselo individual y colectivamente, pero aún son una minoría muy pequeña (a la que yo admiro mucho). 


A la velocidad con la que nosotras estamos cambiando, los hombres tienen que adaptarse y dejar a un lado la tradición de los privilegios machistas y el sueño húmedo de poseer una criada-esposa que les atienda indefinida y abnegadamente. Tienen que desmontar todo el patriarcado individual y colectivamente, aprender a hacer autocrítica amorosa, aprender a expresar sus emociones con asertividad, a comunicarse horizontalmente y tratar a las mujeres de tú a tú, a renunciar a sentirse superiores o inferiores a los demás, deshacerse de la necesidad de ganar, conocerse mejor y trabajar para ser mejores personas... las tareas que tienen los hombres por delante son muchas y muy variadas, pero cuanto antes empecemos a destronar al macho alfa, antes acabaremos con las violaciones, los abusos, las agresiones y los asesinatos de los hombres machistas. 

Creo que sólo podremos acabar con esta matanza de mujeres y niños si logramos acabar con la desigualdad y el machismo, y con la exaltación poética de la violencia en las películas y relatos de ficción. Necesitamos revolucionar todas nuestras estructuras, acabar con la cultura que sublima la violencia y el poder masculino, y crear otra cultura más igualitaria y pacífica que promueva el bien común, el buen trato, la diversidad y el amor. 




Otras propuestas para acabar con la violencia de género: 


- Educar a niños y niñas en los valores del feminismo, la igualdad, la diversidad y la solidaridad.


- Aprender desde la infancia a trabajar en la gestión de las emociones. Alejar a los niños de las armas, enseñarles a divertirse sin competir, enseñarles a compartir y a no discriminar.


- Desmitificar y despatriarcalizar el amor romántico para acabar con las relaciones de dependencia basadas en el eje dominación/sumisión.


-Acabar con las luchas de poder en nuestras relaciones humanas, con el egoísmo y la explotación de unos sobre otras. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, y a relacionarnos horizontalmente, en igualdad.


- Concienciar y formar a medios de comunicación y periodistas para que eviten fomentar la violencia contra las mujeres mediante los mitos y los estereotipos machistas que incluyen en sus noticias.


Exigir a los gobiernos que aumenten la protección de las víctimas, y aplicar políticas de igualdad que permitan a las mujeres alcanzar la autonomía económica y la garantía sobre el ejercicio de sus libertades y derechos más básicos.


- Que medios de comunicación e industrias culturales dejen de mitificar la violencia como algo sublime y grandioso. 


Acabar con la impunidad de los maltratadores y asesinos de mujeres. Exigir al gobierno políticas educativas de prevención, y asistencia y apoyo a los hombres que quieran salir de la rueda de violencia en la que están mediante terapia y formación.  


- Sensibilizar a las personas creativas que escriben novelas, guiones de películas, obras de teatro, canciones, videojuegos, etc, para que no sigan venerando la figura endiosada del macho que mata y se atrevan a destronar a los héroes que matan, a inventar otras tramas, otros finales, y otros protagonistas, otras masculinidades y otras feminidades que no sean patriarcales.


- Poner de moda a los hombres feministas que luchan contra la violencia de género, unirnos todxs en la erradicación de esta lacra social. 



Coral Herrera Gómez





Según ONU, una de cada 3 mujeres sufre o ha sufrido violencia de género en el mundo

Según el gobierno de España, en los doce últimos años han sido asesinadas 789 mujeres. Solo en 2015, han muerto 44 personas (mujeres y sus hijos e hijas). Se calcula que 2 millones de mujeres en España sufren maltrato por parte de su pareja, cifra a la que hay que añadir casi un millón de niños y niñas que sufren la misma violencia en casa que sus madres. 

Sólo un 0’010% de las denuncias por violencia de género son “denuncias falsas". Sólo se denuncia un 20-22% de la violencia de género existente, y entre las mujeres asesinadas un 70-80% no hubieran denunciado la violencia que sufrieron hasta la muerte. Menos de un 4’8% de todos los maltratadores terminan siendo condenados. 

Fuente: Avances Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer 2015. Delegación del Gobierno para la violencia de género. Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de España. 









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La masculinidad patriarcal y la violencia de género

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El 90% de los hombres son asesinados por hombres, el 95% de las mujeres, también. De cada 3 mujeres en el mundo, 1 sufre o ha sufrido violencia por parte de un hombre. Los feminicidios son consencuencia de la cultura patriarcal en la que vivimos, aquí unas claves para entender cómo educamos a los hombres en la cultura del machismo y la violencia, cómo podemos hacer para desaprender lo aprendido, y cómo adquirir herramientas para acabar con la desigualdad, y construir un mundo más pacífico e igualitario. 




¿Por qué matan los hombres a las mujeres?


Los hombres matan a las mujeres en todo el mundo porque han sido educados, y están siendo educados, para que resuelvan sus conflictos mediante la violencia, por eso la mayoría de ellos la usan a lo largo de toda su vida para obtener lo que desean, o para arreglar sus problemas. 

Los hombres matan a las mujeres porque creen que son dueños de sus compañeras, sus hijas e hijos, su casa, su coche y su perro. Se sienten muy superiores a ellos, y como propietarios, hacen lo que les da la gana con ellos. 

Los hombres matan a las mujeres porque han sido educados desde niños para ser los reyes absolutos de la familia, y los dictadores en su hogar. Los niños aprenden que los hombres de verdad son siempre respetados, obedecidos y adorados, y que solo por ser varones gozan del amor incondicional y perpetuo de los suyos, especialmente si dependen de sus recursos económicos. 


Los hombres matan a las mujeres porque en la televisión aparecemos representadas como objetos de posesión que pueden ser comprados y vendidos, que pueden ser violados y abusados, que suelen sentir placer obedeciendo y sometiéndose, y que están ahí para satisfacer los deseos de cualquier varón que tenga algo de dinero. Y como cualquier objeto, si no servimos o no obedecemos, pueden destrozarnos con impunidad, porque la prensa lo llamará "crímen pasional" y explicara "sus motivos" (como si hubiese motivos para justificar el asesinato de una persona). 


Los hombres matan a las mujeres porque la gran mayoría no sabe gestionar sus emociones y viven presos de su sufrimiento, sus miedos, su dolor, sus traumas, sus inseguridades, sus malos recuerdos, sus carencias afectivas y sus problemas más íntimos. Cuanto más miedo y dolor acumulan, más dramáticos se ponen. Cuanto más inseguros se sienten, más violentos son.



Los hombres matan a las mujeres porque son machistas: creen que en el mundo unas personas valen más que otras, y nada más nacer se les coloca en la cúspide de la jerarquía socioeconómica y se les regala una serie de privilegios: mejores salarios, los puestos políticos y empresariales más altos, la propiedad de todas las tierras del planeta son de ellos (más de un 80%). Ellos gobiernan en mayor medida que las mujeres, ellos son los dueños de los bancos, las empresas, y los medios de comunicación.... ellos tienen los bienes y los recursos, lo que les da poder sobre los demás, y especialmente, sobre las mujeres. Nosotras somos, para los machistas fundamentalistas, como los animales: un objeto que se vende, se compra, se alquila, se intercambia por ganado, se disfruta, se explota, se mutila y se maltrata. 



Los hombres matan a las mujeres porque nuestra cultura amorosa es patriarcal y está basada en el egoísmo, en el sufrimiento, en la desigualdad, en las relaciones verticales, en las luchas de poder. El capitalismo romántico nos hace egoístas, el romanticismo patriarcal perpetúa los mitos románticos y ensalza el dolor como vía para alcanzar el amor. El romanticismo patriarcal está basado en la doble moral sexual, en el placer del sufrimiento, en la dependencia emocional femenina, en la violencia de género, en el odio como forma de relación, en el esquema de dominación y sumisión, o la estructura del amo y el esclavo. Los hombres se han creído que las mujeres somos buenas o malas, y siguen teniéndole miedo a nuestra libertad y autonomía, a nuestra sexualidad y erotismo, porque no saben cómo relacionarse con nosotras de tú a tú. Han sido educados para sentirse adorados, respetados y necesitados, no para construir relaciones igualitarias. 

Los hombres matan a las mujeres porque no soportan las derrotas. No saben gestionar una ruptura sentimental porque no les han enseñado que la gente puede seguir su camino libremente, que nadie nos pertenece, que todos somos libres para unirnos y separarnos. Los niños que son educados patriarcalmente en la competición más despiadada no tienen herramientas para relacionarse en condiciones de igualdad, necesitan sentirse ganadores, y por eso una ruptura sentimental se vive como un fracaso. No tienen herramientas para superar el duelo, no pueden hablarlo con nadie para no sentirse débiles o perdedores, no tienen a quién acudir cuando se sienten desesperados porque les importa más dar una imagen de ser alguien fuerte y poderoso. No pueden desahogarse, no saben pedir ayuda, y en la tele no dejan de enviarles el mensaje de que el uso de la violencia es legítima y normal cuando uno tiene que defenderse o defender sus propiedades.



Los hombres matan porque los héroes masculinos matan y están llenos de gloria. El dios de nuestra época es un dios guerrero, un macho mitificado por su fuerza y su violencia. En la publicidad, en los cómics, en las películas, en los videojuegos se rinde culto a todas horas a los guerreros asesinos, ya sean androides o caballeros medievales. Todos nuestros héroes consiguen sus objetivos a través de la violencia, por eso las películas se desarrollan entre balazos, bombazos, flechazos, navajazos, puñetazos, machetazos, y escenas de tortura y dolor. La mayor parte de las películas que emiten en cines y televisión tienen machos alfa, armas y sangre, gritos y violencia. En todos ellos el héroe exhibe su fuerza, su valentía, y su capacidad para aniquilar a quien se le ponga en el camino... los efectos especiales y la música de la ficción espectacular aumentan su poder de seducción sobre los espectadores y las espectadoras, que admiran la sensualidad de la violencia patriarcal y la poesía del sacrificio varonil.










Los hombres matan a las mujeres porque sienten que se han sacrificado mucho para ser lo que son, y que eso les da poder sobre las vidas ajenas. A los niños les enseñamos que si quieren ser héroes y tener poder y fama, si quieren ser los número uno, si quieren ser los mejores en todo, tienen que sacrificarse para conseguirlo. El premio es muy seductor: si eres un macho patriarcal vencedor, tendrás la admiración y el respeto de los demás machos, y muchas mujeres suspirando por ti y por tu belleza, por tu valentía, por tu poder y tus recursos. El sacrificio, sin embargo, es tremendo: tendrán que mutilarse emocionalmente, aprender a no llorar en público, aprender a esconder su vulnerabilidad, a no expresar emociones y parecer fríos como un témpano de hielo. Podrán dar rienda suelta a su ira o a su frustración, pero no a emociones como la ternura, el cariño, la tristeza, el miedo, o el amor.  Esas son cosas de mujeres, esas personas imperfectas, débiles y cobardes a las que nadie quiere parecerse. 
















Los hombres matan a las mujeres porque otros hombres matan mujeres también, y porque en la guerra de los sexos, ellas son las enemigas. El sacrificio patriarcal implica abandonar el mundo de las mujeres para poder llegar a ser un "hombre de verdad", dejar el nido materno y unirse solo a los iguales, es decir, a los varones que demuestren serlo. Para no descender en la jerarquía social, los hombres tienen que hacer muestra constante de su masculinidad, so pena de ser comparados con las mujeres, los niños o los homosexuales. Para no perder el honor ni ser objeto de burla en el entorno masculino, los hombres jóvenes tienen que demostrar permanentemente su virilidad: el objetivo es ser y parecer lo contrario de una mujer. Desde muy jóvenes, se les enseña a proteger su libertad, y a defenderse del enorme poder sexual de las mujeres. Los hombre machistas creen que al enamorarse pierden su poder, por eso necesitan sentir que controlan sus sentimientos, que no se dejarán manipular por el enemigo y que pueden acabar con él si no logran dominarlo. Si el enemigo no se somete, se le mata, como en todas las películas y en todos los cuentos patriarcales, como en todas las guerras entre pueblos.






Los hombres que matan a las mujeres primero se hacen terroristas: siembran el terror en la casa durante años, e instauran una especie de guerra en la que él es el único soldado que va armado. Ellos imponen las normas y las hacen respetar, exigen obediencia y sumisión, tomam decisiones e imponen castigos, exigen que una o varias mujeres satisfagan sus necesidades básicas (sexo, comida, higiene, cuidados y mimos, crianza de sus descendientes). Los hombres machistas quieren ser respetados, admirados y obedecidos, y necesitan saberse necesarios e imprescindibles, por eso exigen amor eterno e incondicional, por eso quieren ser los dueños absolutos, por eso creen siempre merecer el perdón cuando se portan mal. 








Los hombres matan a las mujeres porque tienen impunidad, y porque a la opinión pública no le parece tan grave que un hombre asesine a "su" mujer, por eso lo ponen en la sección de "sucesos", aunque no sean acontecimientos extraordinarios porque mueren mujeres todas las semanas. Para perder esta impunidad, es necesario que los hombres condenen la violencia de género y que los gobiernos dejen de mirar a otro lado como si fuese un asunto menor. 

Los hombres matan a las mujeres porque no piden ayuda ni se lo trabajan para dejar de ser violentos y dominadores. Tampoco los gobiernos parecen preocupados por la cantidad de adolescentes que dominan y maltratan a sus parejas, ni por los niños que son asesinados en cada feminicidio, ni por los niños que reproducen el comportamiento violento de sus padres con sus parejas cuando crecen. Ni las instituciones ni la sociedad apuestan por enseñar la cultura del buen trato y la igualdad a los varones, y los medios nos bombardean a diario con imágenes violentas. Sólo cuando los hombres hacen mucho daño y causan mucho dolor, se les proporciona terapia o cárcel, o las dos cosas. 


Los hombres educados en la tradición patriarcal no aprenden a amar de igual a igual, por eso es preciso empezar a trabajar ya en instituciones educativas, penitenciarias, sociales, etc. para poder ofrecer a los varones recursos que les permitan adquirir herramientas para resolver conflictos sin violencia, para gestionar sus emociones, y para eliminar el machismo de sus vidas. Necesitan atención psicológica y formación: muchos están desorientados con los cambios políticos, económicos y sociales, y creo que la solución no es la cárcel, sino la educación, la concienciación, la prevención y la rehabilitación. 

Existen cada día más colectivos de hombres feministas, igualitarios y antipatriarcales, que están en las redes publicando en sus blogs, haciendo talleres de masculinidades, debatiendo y compartiendo material, y creciendo cada día más. Su trabajo con chavales jóvenes, varones adultos y mayores es impresionante, y creo que merecen mayor visibilidad. Puedes conocer más sobre ellos aquí.



Propuestas para acabar con el terrorismo machista y la violencia de género


Creo que es esencial poner el foco sobre la responsabilidad que tienen los varones en la violencia en todo el mundo, exigirles que aprendan a relacionarse de otras maneras, y a comunicarse para resolver los conflictos sin violencia. Ya no pueden posponer por más tiempo el trabajo personal para despatriarcalizarse y obtener sus propias herramientas para enfrentarse a la vida sin miedo y sin violencia. 

Los varones no pueden seguir pasivos mientras nos matan. No pueden seguir neutrales, como si la cosa no fuera con ellos. Tienen que ponerse las pilas, espabilar, y sumarse al cambio que se avecina: la igualdad y el feminismo llegaron para quedarse, y el avance es imparable. Cada vez son más los grupos de hombres igualitarios y antipatriarcales que han empezado a trabajarselo individual y colectivamente, pero aún son una minoría muy pequeña (a la que yo admiro mucho). 


A la velocidad con la que nosotras estamos cambiando, los hombres tienen que renovarse, cuestionarse, mirarse individual y colectivamente, trabajarselo para dejar a un lado la tradición de los privilegios machistas. Atrás quedó el sueño húmedo de poseer una criada-esposa que les atienda indefinida y abnegadamente. 

Los chicos tienen que desmontar todo el patriarcado, como estamos haciendo nosotras desde hace décadas. Aprender a hacer autocrítica amorosa, aprender a expresar sus emociones con asertividad, a comunicarse horizontalmente y tratar a las mujeres de tú a tú, a renunciar a sentirse superiores o inferiores a los demás, deshacerse de la necesidad de ganar, conocerse mejor y trabajar para ser mejores personas... las tareas que tienen los hombres por delante son muchas y muy variadas, pero cuanto antes empecemos a destronar al macho alfa, antes acabaremos con las violaciones, los abusos, las agresiones y los asesinatos de los hombres machistas. 

Creo que sólo podremos acabar con esta matanza de mujeres y niños si logramos acabar con la desigualdad y el machismo, y con la exaltación poética de la violencia en las películas y relatos de ficción. Necesitamos revolucionar todas nuestras estructuras, acabar con la cultura que sublima la violencia y el poder masculino, y crear otra cultura más igualitaria y pacífica que promueva el bien común, el buen trato, la diversidad y el amor. 




Otras propuestas para acabar con la violencia de género: 


- Educar a niños y niñas en los valores del feminismo, la igualdad, la diversidad y la solidaridad.


- Aprender desde la infancia a trabajar en la gestión de las emociones. Alejar a los niños de las armas, enseñarles a divertirse sin competir, enseñarles a compartir y a no discriminar.


- Desmitificar y despatriarcalizar el amor romántico para acabar con las relaciones de dependencia basadas en el eje dominación/sumisión.


-Acabar con las luchas de poder en nuestras relaciones humanas, con el egoísmo y la explotación de unos sobre otras. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, y a relacionarnos horizontalmente, en igualdad.


- Concienciar y formar a medios de comunicación y periodistas para que eviten fomentar la violencia contra las mujeres mediante los mitos y los estereotipos machistas que incluyen en sus noticias.


Exigir a los gobiernos que aumenten la protección de las víctimas, y aplicar políticas de igualdad que permitan a las mujeres alcanzar la autonomía económica y la garantía sobre el ejercicio de sus libertades y derechos más básicos.


- Que medios de comunicación e industrias culturales dejen de mitificar la violencia como algo sublime y grandioso. 


Acabar con la impunidad de los maltratadores y asesinos de mujeres.


- Exigir al gobierno políticas educativas de prevención, y asistencia y apoyo a los hombres que quieran salir de la rueda de violencia en la que están mediante terapia y formación. Dotar a los hombres con problemas de violencia y machismo, de mecanismos y recursos para trabajarse individual y colectivamente

- Sensibilizar a las personas creativas que escriben novelas, guiones de películas, obras de teatro, canciones, videojuegos, etc, para que no sigan venerando la figura endiosada del macho que mata y se atrevan a destronar a los héroes que matan, a inventar otras tramas, otros finales, y otros protagonistas, otras masculinidades y otras feminidades que no sean patriarcales.


Poner de moda a los hombres feministas que luchan contra la violencia de género, unirnos todxs en la erradicación de esta lacra social. 


Coral Herrera Gómez





Según ONU, una de cada 3 mujeres sufre o ha sufrido violencia de género en el mundo

Según el gobierno de España, en los doce últimos años han sido asesinadas 789 mujeres. Solo en 2015, han muerto 44 personas (mujeres y sus hijos e hijas). Se calcula que 2 millones de mujeres en España sufren maltrato por parte de su pareja, cifra a la que hay que añadir casi un millón de niños y niñas que sufren la misma violencia en casa que sus madres. 

Sólo un 0’010% de las denuncias por violencia de género son “denuncias falsas". Sólo se denuncia un 20-22% de la violencia de género existente, y entre las mujeres asesinadas un 70-80% no hubieran denunciado la violencia que sufrieron hasta la muerte. Menos de un 4’8% de todos los maltratadores terminan siendo condenados. 

Fuente: Avances Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer 2015. Delegación del Gobierno para la violencia de género. Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de España. 










Herramientas para trabajar las masculinidades:

"Los hombres, la igualdad y las nuevas masculinidades", Emakunde, Instituto Vasco de la Mujer. 





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Claves para disfrutar más del amor

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- Vive el presente y olvídate del futuro. Haz ejercicios mentales para situarte en el momento, para disfrutar de una cena con declaración de amor, de un beso eterno, de una noche de amor loca, de un paseo al atardecer, de una llamada de teléfono. Cada uno de los momentos de tu vida en los que estás es irrepetible, así que merece la pena ser disfrutados en toda su intensidad. Vivir el presente, además, alivia el miedo al futuro.
–  Liberarse de los miedos es necesario para poder vivir el amor plenamente. Los miedos nos paralizan, nos quitan energías, nos ponen pesimistas, y nos vuelven mezquinos. No fabriques más fantasmas, no te prives de tu derecho a disfrutar del amor. Para poder ser generosas en nuestras relaciones, necesitamos abrirnos y compartirnos en un clima de confianza y generosidad mutua; para poder amar es preciso el encuentro sin máscaras, sin corazas ni escudos, sin obstáculos de ningún tipo: ni reales, ni imaginados.
- Amar a la gente tal y como es, sin mitificar, sin que nos mitifiquen. Sin idealizaciones se conoce a la gente con mayor profundidad, sin expectativas fantasiosas hay menos decepciones, y sin decepciones se vive mejor.
- Enamórate de tu libertad, y de la de los demás.  Amar no significa renunciar a tu libertad ni a los afectos de tu gente querida; el sacrificio no es una prueba de amor, aunque nuestra cultura nos haga creer lo contrario.
-Dile “no” a la cultura del sufrimiento que asocia el amor con el dolor. Los dramas y las tragedias te quitan energía para disfrutar de la vida. Si duele, si te convierte en una mala persona, si te paraliza, si te hace sentir mal, no es amor, es otra cosa. No dejes que pasen años de tu vida en una relación que no te hace feliz: la vida es muy cortita y hay gente estupenda en el mundo a la que no vas a conocer si te encierras en tu pasión dolorosa.


-Relaciónate con amor con tu entorno: diversifica y amplía afecto, nutre tus relaciones de amistad y compañerismo, cultiva tus redes sociales, cuida a la gente que quieres, rodéate de cariño tengas o no tengas pareja. No pierdas tu tiempo en luchas de poder, no establezcas relaciones basadas en la necesidad o el interés propio: no le pidas a nadie que cubra tus carencias, no exijas a los demás que te cuiden si no tienes energía para cuidar tú también.
-Relaciónate con amor contigo misma: amamos desde el cuerpo, cuidemos el cuerpo. Tenemos que trabajar nuestra autoestima, aprender a cuidarnos y a dedicarnos tiempo, a darnos placer y hacer cosas que nos gustan, a querernos del mismo modo que queremos a los demás, a entregarnos a nosotras mismas como nos entregamos a los seres que amamos. Así podremos amar también nuestra libertad, nuestra autonomía, nuestra soledad, nuestros espacios, nuestros tiempos.
-Dialogo, empatía, asertividad: necesitamos valentía para decir lo que sentimos sin herir a la otra persona. Necesitamos herramientas para aprender a escuchar, para pensar lo que decimos o hacemos antes de hacerlo, para dialogar con la otra persona desde el cariño. Tenemos que aprender a transformar  los sentimientos negativos como el rencor, el odio, la furia o la venganza, porque no nos sirven para resolver conflictos y generan mucho dolor.
-Busca tu tiempo para el amor. Apaga las pantallas, desenchufa los cables, construye tu escenario ideal de amor, y goza la tarde sin mirar los relojes, con buena comida, buena conversación, y muchas ganas de jugar, explorar y disfrutar. Sin prisas resulta delicioso probar cosas nuevas… abrir el corazón, abrir el cuerpo, abrir la mente para hacer especial cada segundo juntos.
-Elige un buen compañero/a (o varios/as): Como decía Marcela Lagarde, no podemos irnos con el primero que pase por la calle. Si te vas a enamorar, que se trate de una buena persona, de alguien que tenga unos principios y una ética parecida a la tuya. Para ello es preciso no autoengañarse y saber leer las señales que nos proporciona la interacción con la otra persona, y que nos dirán si se trata de una persona insegura, mentirosa, inmadura, inconstante, violenta o cruel. En este sentido, tú también debes mostrarte tal cual eres, con naturalidad, para que la otra persona pueda conocerte, y evaluar si podría ser feliz a tu lado.
-Construir el amor: Sin ponerte encima ni debajo, sin tomar el poder o sin cedérselo por completo a la otra persona. Sin tener que sacrificarte o pedir a los demás que se sacrifiquen por ti. Sin esperar que todo surja como por arte de magia: el amor se construye, y tenemos que ser generosas y generosos para poder abrirnos a la otra persona, compartir ciertas parcelas de la vida, para andar juntas en el camino.
-Ética Amorosa: Establecer pactos contigo misma y con tu pareja, ser coherente con tu discurso y tus emociones, responsabilizarte de tus palabras, emociones y actos, conducir tu comportamiento en base a tus principios y valores. Tanto si eres monógamo/a como si eres poliamoroso/a, es fundamental que cuides a la persona o personas con las que te estás relacionando, y trabajes para estar a la altura. Si la otra persona no nos ama, nos engaña, no se compromete del todo, se porta mal con nosotras, o juega con nuestros sentimientos… entonces lo mejor es cortar la relación para no perder tiempo y energías en alguien que no tiene el nivel necesario para tratarte bien, ser sincero/a, o cumplir pactos.
-Despatriarcalizar y desmitificar el amor para poder reinventar las estructuras que utilizamos para relacionarnos y que han quedado obsoletas. Despojar al amor del placer del sufrimiento, de los intereses y el egoísmo heredado de la cultura capitalista, de las jerarquías afectivas y las desigualdades, de las relaciones opacas y las batallas de género, y aprender a querernos tal y como somos.
-Rupturas amorosas, separaciones cariñosas: hay que aprender a separarse como empezamos, tratándose bien, siendo sinceras, siendo cariñosos. Hay que dejar las relaciones con amor, evitando que el dolor convierta nuestros sentimientos en odio, evitando que nuestro dolor provoque más dolor, tratando de asumir la realidad tal cual es, tratando de no salir destruidos del proceso de separación, tratando de quedarse con los buenos momentos que pasamos juntos.
-Que el amor valga la alegría: Detectar cuándo es el momento de separar tu vida de la persona amada, y no dejar que pasen meses o años esperando a que la otra persona cambie o a que la vida nos regale otras circunstancias. El amor es para disfrutar, así que si estás sufriendo, es mejor que te desapegues de la persona que te hace daño, o de las relaciones dolorosas. Si sientes que tu amor te da energías, te levanta con una sonrisa cada mañana, te despierta la creatividad, te hace sentir bien, entonces apuesta por ello. Hay que apostarle a las relaciones bonitas, a las emociones positivas, a las relaciones placenteras, a la gente generosa y alegre, a poner tus energías amorosas en ella, y olvidarte de lo que no pudo ser, de lo que no puede ser, de lo que podría haber sido, pero no fue; hay que apostarle a sufrir menos, y disfrutar más del amor y de la vida.
-Reinventarnos el amor, reinventarnos las estructuras, crear nuevas emociones, contarnos otros cuentos, probar otras maneras de quererse, construir otros patrones de relación amorosa, darle la vuelta a todas las “verdades”, poner en práctica los aprendizajes, y no dejar nunca de explorar los infinitos territorios del mundo del amor y los afectos.
-Estar presente: Vivir el presente con intensidad ayuda mucho a anclarse en tu realidad, en esta tarde maravillosa juntos, en esta fin de semana de amor juntos. Si estamos con la  cabeza puesta en el futuro: ¿me dejará de pronto?, ¿me seguirá queriendo el mes que viene?, ¿se querrá casar conmigo en el futuro?, ¿me será fiel cuando cese la explosión pasional?, ¿me aceptará su familia?, etc. no podremos jamás decir: “Este es nuestro ahora. Puede acabarse el mundo mañana, pero ahora estoy viva, consciente, despierta, te amo, y disfruto contigo”.

Coral Herrera Gómez

Estas son algunas de las herramientas, ideas y propuestas que han ido surgiendo a lo largo de este año en el taller on line “Señoras que… dejan de sufrir por amor. Porque otras formas de quererse son posibles” que imparto en Campus Relatoras.  No se trata de una receta mágica para dejar de sufrir, ni un método a seguir para alcanzar la felicidad: este post sistematiza muchas de las ideas que han ido surgiendo en el trabajo colectivo de las alumnas del taller, mujeres diversas de todos los países que se reunen en este Campus Relatoras a aportar y profundizar en los Estudios del Amor, las Emociones, la Sexualidad y los Sentimientos.

Sufrir menos, y disfrutar más del amor

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Contra la cultura del sufrimiento, ¡alegría de vivir, y ganas de disfrutar! En este post Coral Herrera analiza la sublimación del sufrimiento romántico y desmonta la idea de que para amar de verdad hay que sufrir y pasarlo mal. Bajo el lema "otros romanticismos son posibles", la autora apuesta por la transformación colectiva de las emociones y los sentimientos, y la construcción de nuevas formas de querernos basadas en la ternura social, el compañerismo, el cariño, la generosidad, la empatía y el disfrute.

En el amor sufrimos por muchas y variadas causas. La primera de ellas es que nos gusta sufrir por amor: toda nuestra cultura amorosa sublima el sufrimiento como la quintaesencia del romanticismo: parece que sin dolor, no hay entrega  verdadera. Muchas de las novelas y películas de amor nos representan la pasión como una emoción negativa que nos invade y nos convierte en monstruos, que nos arrastra hacia abismos insondables, que nos hace cometer locuras, que saca lo peor de nosotras mismas. En la mayor parte de nuestros relatos y canciones, pareciera que cuando Cupido lanza su flecha, nos condena para siempre a sufrir por amor…  y que nosotras no podemos hacer nada excepto resignarnos. Sin embargo, no estamos condenadas: se puede disfrutar del amor.



Debido a que nuestra cultura amorosa mitifica esta asociación entre romanticismo y sufrimiento, el romántico es siempre una víctima que sufre. Sufre porque así se cree más cerca de la divinidad que de la humanidad, sufre porque se ve bello a sí mismo sufriendo, sufre porque sus sueños no se hacen realidad. Para los románticos y las románticas del XIX, el dolor es una muestra de la inmensa capacidad de amar.

El romanticismo patriarcal es egoísta: los enamorados siempre piden algo a cambio de su entrega y su incondicionalidad: por eso la batería inmensa de reproches y reclamos de la persona enamorada que protesta porque siempre quiere más, se frustra porque no logra lo que desea, y prefiere suicidarse o matarse lentamente antes que seguir sufriendo su "tortura de amor".
Nuestra cultura amorosa cree que del amor al odio hay una delgada línea que es fácil traspasar: si no te corresponden, si no te aman como crees que te mereces, si te han hecho creer que te amaban pero no te amaban, si te dejan de querer, puedes odiar y tratar de despertar la solidaridad de tus allegados para que todo el mundo odie al desalmado o a la desalmada que te ha roto el corazón. El despecho justifica cualquier barbarie, por eso los periodistas machistas siguen llamando a los asesinatos de mujeres “crímenes pasionales”, que siempre tienen un motivo: ella le engañó, ella provocó sus celos, ella lo abandonó… (por lo tanto, es normal que él perdiera la cabeza).
El sufrimiento sentimental no solo está mitificado en el imaginario colectivo, sino que además legitima cualquier acto de crueldad hacia la amada o el amado: basta con echar un vistazo a los carteles que inundan las redes sociales con comentarios despreciativos contra aquellos que no te aman, que dejaron de amarte, que te engañaron con sus artes para hacerte ilusiones y alimentar tus fantasías. En estos casos, la capacidad para la autocrítica es cero: el mensaje que lanzan las personas inocentes, sensibles y amorosas es que ellos jamás han roto un corazón en su vida, y los culpables de sus naufragios amorosos son siempre son los demás.
El amor también nos hace sufrir porque lo mitificamos e idealizamos como fuente de felicidad eterna (cuando es correspondido plenamente, cuando se puede vivir sin obstáculos de ningún tipo, rodeado de abundancia y bienes materiales).  En los cuentos de hadas las historias de amor siempre acaban el día de la boda: un relato nunca empieza desde el final feliz para mostrarnos cómo es la vida en pareja, y las dificultades por las que atraviesan las relaciones amorosas a través de los años. En los cuentos no nos hablan de los efectos de la rutina, el egoísmo, la comunicación, la convivencia, las luchas de poder… porque las historias de amor son para entretenernos y para escapar durante un rato a un mundo feliz que no es el nuestro.
Esta sublimación del romanticismo en las películas y las novelas choca frontalmente con la realidad, y es otro de los motivos por los que no es fácil disfrutar del amor en toda su plenitud: las decepciones que sufrimos se deben a nuestras altas expectativas en torno a lo que desearíamos que fuese  el amor. La realidad de la vida cotidiana es más gris y aburrida, y no existen personas perfectas  que calcen a la perfección con nosotras: nos han vendido unos mitos como el del príncipe azul que sólo nos sirven para mantenernos entretenidos y entretenidas buscando a una persona perfecta que encaje con nosotras a la perfección. Esta pérdida de tiempo y energías en alcanzar lo que no tenemos, nos impide amar a personas de carne y hueso, tal y como son, porque no encajan en el modelo que nos han vendido en las películas con final feliz. A los hombres les sucede lo mismo: les han vendido el mito de la princesa obediente, sumisa, bella, encantadora, pasiva, perfecta, dulce y eternamente enamorada, pero nosotras ni tenemos sangre azul, ni somos un derroche de virtudes, ni hemos nacido para amar incondicionalmente a un hombre.
No podemos disfrutar del amor en su plenitud porque tenemos poco tiempo para amar. La vida posmoderna está llena de obligaciones, horarios y rutinas que nos hacen caer literalmente desplomadas al final del día. Ese es el momento que tenemos para tener una buena conversación con nuestra pareja, para jugar entre las sábanas y hacer el amor, pero no podemos pasar la noche entera en vela retozando porque al día siguiente hay que trabajar y resolver mil y un asuntos pendientes. Las estadísticas nos indican que la gente elige los sábados y domingos para tener relaciones íntimas, pero el fin de semana suele estar también plagado de compromisos sociales, familiares y domésticos, y pasa volando… Reservar una tarde o un fin de semana entero para dedicarse al amor es poco menos que imposible, porque cada vez tenemos menos tiempo para detener los relojes y entregarnos a los placeres de la vida con nuestras parejas, si las tenemos.
El gran  obstáculo para disfrutar de amor, sin embargo es el miedo. El miedo al futuro, el miedo a la soledad, el miedo a que se acabe nuestra relación, el miedo a ser rechazada, el miedo a que la otra persona te sea infiel, el miedo a no encontrar el amor de nuevo… perdemos muchas horas al día ancladas en el “¿y si…?”, una estructura que nos permite anticipar situaciones que no se han dado.
Puede sonar raro, pero muchas personas sienten placer imaginando desgracias durante un rato, construyendo realidades basadas en la ruptura o la traición, gozando con sentimientos terribles  como la sensación de abandono. No tiene mucho sentido perderse en catástrofes imaginarias, creo, porque no podemos predecir el futuro, y tampoco controlarlo. Quizás por eso para disfrutar de una relación es fundamental tener la capacidad para disfrutar del presente, para deleitarse en cada instante desde el aquí y el ahora.
Otro obstáculo para disfrutar del amor es centrar todos nuestros afectos en una sola persona, pues el amor es un sentimiento universal que se puede sentir hacia la vida, hacia la existencia, hacia la naturaleza, hacia los animales, hacia nuestra gente querida, hacia la familia, la vecindad, y las personas  de carne y hueso a las que vemos a diario y forman parte de nuestra cotidianidad. Relacionarse amorosamente con nuestro entorno nos hace sentir más generosas y más ricas en afectos, y en la medida en que los demás perciben y reciben tu trato amoroso, es más fácil despertar en ellos y ellas los mismos sentimientos de cariño.
Extendiendo nuestros afectos a la comunidad de la que formamos parte, nos sentiríamos menos solas y necesitadas, por eso nuestras relaciones podrían ser más sanas y libres.
Sin embargo, no tenemos muchos mecanismos para relacionarnos amorosamente con el entorno: sostenemos luchas de poder con los vecinos y vecinas, con los compañeros de trabajo, con la jefa o la presidenta, con la compañía de teléfono, con el policía que quiere multarte, con tu madre, con tu padre, con tus hijas e hijos, con tu pareja. A diario libramos batallas para ganar, y somos egoístas porque en ellas defendemos nuestros intereses frente a los intereses de los otros. También gastamos mucha energía en tratar de que no nos ganen a nosotros, en que no nos pisoteen, en defendernos de los egoísmos de los demás, y en medio de estas peleas a muerte, estas guerras silenciosas, estas tensiones y rencores acumulados, sufrimos mucho. Porque atacamos y nos atacan, acusamos y malinterpretamos, decimos barbaridades en caliente que no querríamos haber dicho, sacamos las cosas de quicio, sacamos los trapos sucios, aprovechamos para explotar y desahogarnos de otras tensiones…
Las luchas de poder entre los enamorados se traducen en un lento, pero inexorable camino hacia el desamor. Las peleas con un alto contenido en reproches que acaban en gritos o llantos van separándonos progresivamente de la otra persona, y dejando daños en el otro o en nosotras mismas que a veces resultan ser irreparables. En el afán por dominar a la otra persona, o lograr lo que una desea, entramos en guerras dolorosas que van deteriorando nuestras relaciones. Si pudiésemos dialogar con mayor fluidez, pactar con generosidad, comunicarnos desde el corazón, ceder, acordar, debatir, reflexionar con la otra persona, ponernos en el lugar del otro… nos sería más fácil convivir y disfrutar de una relación sentimental.
Sufrimos por amor porque no hemos recibido educación emocional y no sabemos cómo gestionar las emociones. Nos enseñan a reprimir la ira, el sentimiento de abandono, la alegría desbordante, la pena más honda, los celos, el deseo sexual… los únicos referentes emocionales que tenemos son los que nos ofrecen los cuentos y las películas, generalmente basados en estructuras de dependencia, de dominación-sumisión, de sacrificio y entrega. Son estructuras que no nos sirven para relacionarnos de igual a igual. Si desde la infancia nos diesen herramientas,  aprenderíamos a expresarnos sin dañar al otro, a discutir sin violencia, a  resolver conflictos sin perder el buen trato, a querer sin depender, a ser solidarios, sinceros y a tratar bien a las personas que se enamoran de nosotras o de las que nosotras nos enamoramos.
 También sufrimos porque no elegimos bien a nuestro compañero/a. Generalmente cuando conocemos a una persona todos mostramos nuestra mejor cara, y ocultamos nuestras manías, nuestro mal humor, nuestros defectos y carencias. Tratamos de parecer simpáticos, generosas, amables, y cuerdos para impresionar favorablemente a la otra persona, y luego cuando nos vamos conociendo mejor, vamos descubriendo esos defectos. El impacto que provoca en nosotros este descubrimiento depende de la mitificación o idealización que hayamos construido en torno a esa persona: cuantas menos expectativas tenemos, menos nos decepcionamos.
Es importante querer a la gente tal y como es, por eso mismo es importante elegir a una persona que sea buena gente, que su comportamiento y su discurso sean coherentes, que sea generosa y tenga ganas de compartir. Necesitamos tiempo para conocernos bien, de modo que lo mejor es ir despacito: enamorarse a ciegas, crearnos espejismos o que nos los fabriquen puede ser muy doloroso, porque la realidad siempre acaba imponiéndose. Es importante leer las señales para saber si la persona con la que nos estamos relacionando está sana mentalmente, si es una persona violenta o agresiva, si es una persona mezquina, mentirosa o manipuladora… basta con observar el modo en el que esa persona se relaciona con los demás: con sus ex, con sus vecinos, con un camarero en un bar…
Nos hace sufrir mucho la falta de herramientas para resolver nuestras propias contradicciones internas, que nos hacen sufrir porque nos mantienen confusas, indecisas, vapuleadas por el contexto posmoderno que habitamos. El romanticismo es la nueva utopía emocional de corte individualista que nos sigue marcando las metas, los mitos, los roles, y las identidades: necesitamos sentirnos especiales, necesitamos sentirnos únicos, y necesitamos sentirnos imprescindibles, y solo el amor basado en la exclusividad nos aleja del anonimato y de la soledad. Queremos libertad, queremos compañía, luchamos por ser independientes, pero necesitamos a la gente. Queremos soltar y queremos atarnos…las emociones contradictorias nos hacen dudar de lo que realmente queremos, y de lo que sentimos, y hasta de quiénes somos. Perdemos muchos años de nuestras vidas ancladas en la falsa separación entre mente y cuerpo, razón y emociones, deseos y deberes. La poesía sublima estas contradicciones con hermosas metáforas, pero en la vida real nos paralizan completamente, y nos hacen sentir permanentemente divididas y desorientadas, porque pensamos el mundo con las estructuras patriarcales del pensamiento binario: como si la noche fuese lo contrario del día, como si el bien fuese lo contrario del mal, lo masculino fuese lo contrario de lo femenino, etc. Y por eso nos sentimos obligadas a elegir: sólo nos dejan ser una parte, no el todo. O eres una mujer buena, o eres una mujer mala. O eres inocente, o eres culpable. Esta falta de matices nos pone contra la espada y la pared constantemente. Pensando así, además, no nos percibimos jamás como seres completos, sino medias naranjas que necesitan otra media para ser felices.
Buscar la felicidad también nos hace infelices, obviamente. Pensamos siempre que la felicidad está en otra parte y por eso esa sensación de impotencia cuando la felicidad no llega. Creemos que la felicidad está en personas, en objetos, en puestos de trabajo, en el dinero, en la fama o el reconocimiento social, por eso es tan frustrante cuando alcanzamos esas metas y no nos sentimos desbordantes de felicidad.

Para sufrir menos y disfrutar más del amor, lo primero sería tener ganas de sufrir menos, y disfrutar más. Esto es importante aunque suene muy obvio porque no todo el mundo disfruta disfrutando: hay mucha gente que disfruta sufriendo y si no tiene motivos, se los inventa. Así que tenemos que aprender a disfrutar, con nuestro disfrute, y con el disfrute ajeno (hay mucha gente que sufre también viendo disfrutar a los demás), y poner límites a la gente aguafiestas. Si eres tú la persona aguafiestas, lo mejor es que te lo mires y seas consciente de por qué te boicoteas a ti misma la posibilidad de estar bien o de pasar un buen rato, y por qué boicoteas a los demás.
 Para sufrir menos y disfrutar más, deberíamos a aprender a amar en libertad a las personas, y practicar el desapego para no apropiarnos de ellas ni sentirlas “nuestras”. Podemos comprar sexo, pero no podemos comprar amor, ni obligar a nadie a permanecer a nuestro lado si no nos desea o no siente lo mismo que nosotras. Tenemos, pues, que aprender que la vida es un camino en el que la gente nos acompaña por ratitos, o por etapas: nuestros abuelos no son inmortales, nuestras madres y padres no duran para siempre, nuestros compañeros de escuela o de universidad no forman parte de tu cotidianidad cuando acaba la etapa estudiantil…. los novios y las novias van y vienen, a veces nos acompañan una noche maravillosa, otras veces son años de caminar por el mismo sendero… por eso es tan importante disfrutar del presente, y asumir que nada es eterno, aunque Disney nos diga lo contrario.
Para sufrir menos, entonces, tenemos que aprender a convivir con las pérdidas y los finales, terminar las relaciones con cariño y amor, y aprender a  disfrutar de los nuevos tiempos, las nuevas personas, las nuevas etapas. Creo que es necesaria una ética del amor que nos permita tratarnos bien y cuidarnos en todas las etapas de nuestras relaciones, lo mismo al inicio que al final. Empezar una relación, y terminarla, requiere altas dosis de generosidad, sinceridad, empatía, diálogo y afecto: podemos evitar las guerras del amor que tanto daño hacen (a nosotras mismas, y a nuestra gente querida), y vivir sin rencores perpetuos ni desgarros eternos.
Para disfrutar más de la vida, estaría bien deshacerse de la insatisfacción permanente que nos tiene siempre frustradxs, que continuamente nos lleva a querer más, o a desear algo mejor. Nos cuesta pararnos a pensar en lo bien que estamos, en lo felices que somos, en valorar las cosas que tenemos, los afectos de los que estamos rodeadas. Dedicamos mucho tiempo, en cambio, hacer inventario diario de lo que no tenemos, y pasar tiempo imaginando cómo todo se transforma por arte de magia cuando me toca la lotería, encuentro al amor de mi vida por fin, me ascienden en el trabajo, me voy de luna de miel a la otra punta del planeta… Cuanto más tiempo perdemos esperando el acontecimiento mágico que cambiará nuestras vidas, menos esfuerzos e imaginación dedicamos a cambiarlas nosotras mismas. Por eso creo que nos vendría bien un poco menos de fantasía romántica, y un poco más de trabajo individual y colectivo para mejorar nuestras vidas a todos los niveles (afectivo, sexual, económico, profesional, social, sentimental…)
Para que podamos disfrutar todos del buen querer, necesitamos repensar el amor, desmitificarlo, desmontarlo, despatriarcalizarlo, y volverlo a inventar. Tenemos que ensanchar el concepto de amor más allá de la pareja, disfrutar de los afectos sin jerarquizarlos, liberarnos colectivamente de la represión, la culpa, y el miedo. Este trabajo no tiene sentido si lo hacemos a solas: para poder relacionarnos de otras formas, tenemos que sacar el debate a las calles, y ponerlo de moda en las plazas, las asambleas, los congresos, los mítines políticos, las aulas, los foros,los bares, los parques, los platós de televisión, y las redes sociales.
 Si logramos identificar las claves culturales del sufrimiento, de la desigualdad y del romanticismo patriarcal será más fácil que nos demos cuenta de que estamos en una estructura heredada que no hemos construido nosotros, que sufrimos todos y todas por las mismas cosas, y que ya es hora de ponernos a trabajar para cambiar las estructuras emocionales y afectivas con las que nos relacionamos, porque las antiguas no nos sirven para disfrutar del amor.
Para sufrir menos, y disfrutar más, tenemos, también, que responsabilizarnos de lo que sentimos, y construir herramientas que nos permitan  enfrentarnos a situaciones de alta intensidad emocional.  Desde la autocrítica amorosa podemos trabajar para conocernos mejor, para identificar las claves de nuestro sufrimiento, y para trabajar en la coherencia entre nuestras emociones, discurso y acciones. El objetivo final sería poder comportarnos como adultas y adultos en el amor, ser dueñas de nuestros sentimientos y poder expresarlos, relacionarnos con los demás desde la libertad y la generosidad, y construir relaciones hermosas que nos hagan felices.
Creo que una de las claves para disfrutar más del amor es entrenar para desarrollar nuestra capacidad para estar presente y conectar con la persona a la que amamos y el momento en el que estamos. Permanecer en el aquí y el ahora sin pensar en el futuro, sin hacerse expectativas, sin miedo a lo que pueda pasar, sin apresurarse a dar los pasos establecidos tradicionalmente para las parejas. Disfrutando del presente nos hacemos dueñas del tiempo: es el lugar donde más vamos a amar, el espacio en el que más nos van a querer.
Si, podemos disfrutar del amor…  sólo tenemos que trabajarlo y pensarlo colectivamente, y echarle ilusión, energía, imaginación, y grandes dosis de alegría de vivir: tenemos que construir el amor día a día, romper con los modelos del romanticismo patriarcal, aprender a querernos bien, inventarnos nuevas estructuras emocionales, probar otras formas de querernos, aprender a relacionarnos desde el amor con el entorno que nos rodea, liberarnos de los miedos y de los mandatos de género, y ensanchar el amor para que sea más grande, se reparta mejor, y nos llegue a todos y todas.

Coral Herrera Gómez

Post publicado originalmente en el blog de Campus Relatoras.

#Desmontando a San Valentín

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1.    El amor (no) es para siempre: dura lo que dura. Algunos amores duran veinte años, otros dos meses, otros dos días… por eso hay que saborear  el presente, y no trasladar tu mente al futuro incierto: la plenitud está en el momento que estamos viviendo, amar es estar presente, parar los relojes, disfrutar del  aquí y del ahora.

2.    El amor (no) lo puede todo:no puede con la violencia y los malos tratos, no puede con la desigualdad y el machismo, no puede con el egoísmo ni con las relaciones que no funcionan. El amor no transforma a las personas violentas en personas pacíficas, ni a los promiscuos en monógamos, ni cura a la gente celosa, ni resiste vivo si ha de soportar demasiado dolor durante demasiado tiempo.  El amor no puede ser incondicional: si no hay respeto y buen trato, por ejemplo, no hay condiciones para el amor.

3.    Las mujeres (no) nacimos para esperar: aunque las heroínas de nuestros cuentos infantiles son chicas que esperan a que un tipo apuesto les solucione sus problemas o les rescate de las catástrofes, nosotras no tenemos toda la vida para esperar. No tenemos la paciencia de Penélope, que estuvo 50 años esperando a que Ulises volviera de sus batallas: nosotras vivimos el amor aquí y ahora. No nos vemos ya como el descanso del guerrero, sino como protagonistas del cuento. No hay otra posibilidad que vivir el amor en el puro presente: el futuro está demasiado lejano.

4.    “Los que más se pelean, (no) son los que más se desean”: hay gente que disfruta mucho peleando y sumergiéndose en la violencia pasional, pero es un desperdicio estar mal años de tu vida, con lo corta que es, entre llantos, conflictos, gritos, escenas de celos, insultos, palabras que hieren… . Tenemos que dejar atrás las guerras románticas, apostar por la alegría y el disfrute en el amor, y cambiar la perspectiva. Por ejemplo: los que comparten orgasmos y risas son los que más se desean. No rima, pero suena infinitamente mejor.

5.     (No) estamos condenadas a sufrir por amor:podemos tomar decisiones, tomarnos descansos emocionales, distanciarnos cuando nos duele. Podemos desenamorarnos de quien no nos conviene, olvidarnos de las personas que no nos corresponden o no nos aman, elegir buenos y buenas compañeras para compartir la vida. Podemos cerrar puertas y convertir el presente en pasado, podemos abrir otras y convertir el futuro en presente. El amor no nos ata, ni nos limita, ni nos obliga a tropezar mil veces con la misma piedra: somos nosotras las que tenemos que hacernos responsables de nuestras emociones, y trabajarnos los obstáculos externos e internos que nos impiden disfrutar del amor.





6.    Del amor al odio (no) hay un paso: el amor y el odio no son lo mismo. No me creo que alguien pueda amar loca y devotamente a una persona, y un buen día pasar a despreciarlo, a desear que le pasen las peores catástrofes, o ponerse a maquinar para que sucedan. Si quieres a alguien, lo lógico es que desees su felicidad y bienestar: junto a ti, a solas, o con otras personas. Creo que, entonces, el odio no es consecuencia del amor: es falta de amor, es ansia de destrucción, es un monstruo grande que siembra dolor en nosotras y en la gente que tenemos alrededor.  

7.    Sin pareja (no) estás sola:no es cierto, hay mucha gente a tu alrededor que te quiere, que te aprecia, que te adora, o que se preocupa por ti. Hay mucha gente estupenda, también, por conocer: júntate con tu vecindario para celebrar, aprender, protestar, construir, cultivar, bailar. El mundo está lleno de buenas personas con ganas de compartir: no te quedes llorando en casa, sal a las calles, toma las plazas y disfruta de la gente.

8.    Si tienes éxito, tendrás amor:laadmiración de la gente no te va a hacer más feliz, y el deseo y la envidia de los demás no te va a traer necesariamente amor… Lo que te hace mejor persona no es tu aspecto físico o tu cuenta bancaria, sino tu capacidad para relacionarte con el mundo,  y para ser generosa, empática, solidaria, sincera, creativa, o buena persona. Si somos gente estupenda, lo vamos a seguir siendo aunque nadie se empareje con nosotras: nuestra valía personal no tiene nada que ver con tener o no pareja, con que se enamoren o no de nosotras.

9.    El amor no se exige, ni se mendiga:si no te aman, acéptalo. Si te amaron y ya no te aman, asúmelo. No le pidas a nadie que cargue con tu dolor, no obligues a nadie a permanecer a tu lado o a renunciar a su libertad para no hacerte daño: todxs somos libres para unirnos y separarnos, para ir y venir, para intentarlo y para dejar de intentarlo. Y no hay malos ni buenos: lo del desamor nos ha pasado a todas, y a todos: sólo hay que cuidar mucho a la otra persona, portarse bien, y hacer las cosas con sensatez y cariño. Es posible, separarse con amor, romper con cariño, y mirar hacia delante con optimismo: es cuestión de ponerle amor.

10. “Quien bien te quiere, (no) te hará llorar”:no es cierto que cuando alguien te hace daño es porque te quiere mucho y le importas, no es cierto que quien te trata mal es por tu bien. Si alguien te quiere y te hace llorar es porque no sabe quererte bien ni tiene herramientas para disfrutarte sin dominarte. Es hora de romper la unión entre amor y sufrimiento: es posible (y aconsejable) disfrutar de la vida sin tragedias ni melodramas. 

11.(No) se te escapa el tren si no encuentras pareja, ni se te pasa el arroz: hoy en día la gente se une a todas las edades posibles, cada vez hay más personas sin pareja, y cada vez pasan más trenes, te puedes montar en el que te apetezca. Además, ahora el arroz ya no se pasa, nadie te obliga a casarte a una edad, y encontrar a un hombre no es obligatorio para ser madre. Lo importante para tu maternidad es la red de gente a tu alrededor que puede ayudarte a criar hijos/as sin necesidad de ponerse a buscar a toda prisa al príncipe azul. Necesitamos redes de ayuda muta y crianza en equipo, compañeros  y compañeras de vida, no sementales que nos adoren y nos mantengan económicamente.


12. “Sin ti no soy nada”, o “Haz conmigo lo que quieras”: el sadismo y el masoquismo son unas  herramientas muy divertidas para el placer en el juego sexual, pero no deberían ser usadas como armas para la vida real. En el día a día no tenemos necesidad ninguna de renunciar a nuestro poder para dárselo a otra persona como prueba de amor infinito. Someterse o dominar a la persona amada supone construir relaciones desiguales, dependientes, violentas y dolorosas, y resulta muy difícil salir de los círculos de la violencia (agresión-reconciliación, infierno-luna de miel) porque nos suelen tocar mucho la autoestima. Además, las relaciones sadomasote aíslan de tu gente querida: no es fácil, para la gente que te quiere, verte en una relación destructiva o funcionando con la lógica del amo y el esclavo.

13.Se está mejor sola que mal acompañada:Hay millones de mujeres con pareja o casadas, inmersas en infiernos conyugales o en aburrimientos perpetuos  que envidian la libertad y el bienestar de las solteras. El matrimonio no es sinónimo de felicidad, echa unas ojeadas a los índices de divorcio en todo el mundo y a las altas tasas de soltería: cada vez son más las personas que no desean “aguantar” infiernos, porque lo que quieren es disfrutar de la vida, y del amor.

14.El amor es infinito, abierto, diverso y colorido: no se puede reducir el romanticismo a la pareja heterosexual de dos personas adultas, blancas, sanas, y ricas, porque hay muchas formas posibles de quererse, de relacionarse sexual y afectivamente, y muchas maneras de unirse, de estar, y de separarse. No dejes que la ideología del romanticismo patriarcal te limite a la hora de empezar un romance o de disfrutar de los amores, porque hay muchas formas de amarse, muchas orientaciones sexuales, muchas identidades, todas tenemos derecho a explorar otras formas de ser y de relacionarnos, y a dejar atrás las estructuras de la tradición. Reprimirse está pasado de moda: atrévete a explorar, sin miedos ni culpas. Atrevámonos  todxs a vivir el amor desde la ternura social, el compañerismo, la libertad, el placer y el disfrute. 


Si te ha gustado y te apetece leer más, tienes todos los artículos de Coral Herrera aquí.


Menos guerras románticas y más amor, por favor

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Ilustración: Señora Milton



Vivimos en un mundo en guerra permanente: guerras entre naciones, guerras domésticas, guerras sociales, guerras sentimentales. Guerras en la casa, en el trabajo, en la cama, en nuestra cabeza… la mayor parte de ellas las sostenemos a diario con seres queridos o cercanos: con vecinxs, compañerxs de trabajo, o con la familia (por ejemplo, cuando llegan las herencias). Con nuestros hijos adolescentes en edad de rebeldía, con tu abuelo que no se quiere tomar la medicina, con tu suegra o tu nuera, con la gente del trabajo o del sindicato, con nuestras madres, con nuestras parejas, con los funcionarios de la administración, con la policía, con los empleados de la compañía telefónica, con la vecina del quinto piso…

Las peores guerras son las románticas: en el romanticismo patriarcal construimos el amor en base al egoísmo y el interés propio, las luchas de poder, y la asociación de amor y sufrimiento. Nuestra cultura mitifica la violencia pasional y justifica el odio romántico,  una constante que aparece en muchos relatos como una prueba de amor. Prueba de ello es la famosa película “La Guerra de los Rose”, cuyos mensajes principales son: “los que más se pelean, más se desean”, “quien bien te quiere, te hará llorar”, y “del amor al odio hay un paso” (y por tanto no tiene nada de extraño estar un día en un extremo, y al día siguiente en el otro).

En el cine y las telenovelas, en general, las parejas y ex parejas se tratan fatal (con gritos, bofetones, lanzamiento de objetos,  acusaciones, amenazas, reproches, insultos, humillaciones variadas, comentarios despreciativos, chantajes, acusaciones fundadas e infundadas…), pero la mayor parte de sus peleas a muerte acaban en reconciliaciones gozosas con orgasmos gloriosos.

Las parejas de cine, pero también las parejas reales se estancan en círculos viciosos, en esquemas repetidos, en pescadillas que se muerden la cosa. El eje narrativo conflicto-resolución funciona de maravilla para construir una historia de amor con final feliz. Las guerras románticas venden porque nos encantan las pasiones ajenas, y las historias de esa gente que no trabaja y pasa la vida en continua destrucción y reconstrucción, acumulando victorias y derrotas, gozos celestiales y llantos desgarrados,  sufriendo horrores y rozando el paraíso, peleándose y reconciliándose, puteando y perdonando, amando y odiando, haciendo sufrir al otro y consolándole, y viceversa.

Nuestro amor romántico es una mezcla potente de sufrimiento masoquista, sadismo gozoso, luchas de poder, promesas de abundancia y felicidad, éxtasis de vida y de muerte. Nos acerca al misterio de la vida, nos relacionamos con el amor como la llave para alcanzar la eternidad, la perfección, lo absoluto. Anhelamos que el amor nos haga felices pero también hemos interiorizado que para amar de verdad hay que sufrir mucho. Por eso en lugar de horrorizarnos, nos conmueve ver a la gente que sufre por amor, que enloquece, que destroza su vida o las vidas ajenas. Y nos solidarizamos a pesar de que cuanto mayor es el dolor de la persona que sufre por amor, mayor es la destrucción y la violencia que ejerce sobre su entorno, supongo que porque no nos paramos a pensar en la dimensión política, económica y social de estos romanticismos violentos que asolan nuestras relaciones humanas.



Nuestro mundo es violento y las relaciones que construimos son jerárquicas, por eso nos pasamos la vida tratando de dominar, o bien tratando de que no nos pisoteen demasiado. Asimismo, hay gente que prefiere el lado sumiso para lograr lo que necesita: en cualquier caso, invertimos demasiado tiempo y energía en diseñar estrategias para estas luchas de amor. A lo largo de nuestra vida, hemos de hacer frente a numerosos  conflictos, traiciones y venganzas, malentendidos, rupturas, distanciamientos, o luchas de dominación que recorren nuestra vida entera, desde la cuna hasta la tumba.

La historia de nuestras vidas está llena de batallas internas y externas en las que guerreamos con armas de destrucción masiva, a falta de herramientas. No nos enseñan a construir nuestras propias herramientas para manejar emociones desbordantes, para comunicarnos asertivamente, para resolver conflictos sin violencia o llantos, o para separarnos con la misma generosidad y cariño con el que nos unimos.

No  nos educan en una cultura de paz y respeto, cooperación y solidaridad, ni a crear redes de ayuda mutua, por eso nos pasamos la vida queriendo ganar siempre y metidos en guerras absurdas y. Cuando estamos enfadados nos sentimos libres para expresar nuestro enojo con violencia, y para portarnos mal con la otra persona si ya no la queremos o si ya no desea estar a nuestro lado, porque es lo que vemos en las películas: escenas de alta intensidad emocional  y mucha violencia.

Nos han educado, en este mundo individualista, para que defendamos nuestros intereses personales y los antepongamos a los de los demás. El resultado es que somos egoístas y egocéntricos, nos cuesta hacer autocrítica, nos cuesta ponernos en la piel de la otra persona, nos faltan toneladas de empatía y solidaridad. Vivimos centrados en nuestros proyectos, nuestros deseos, nuestras necesidades, y nos gusta más recibir que dar. Quizás por eso le pedimos tantas cosas al amor (que nos salve de la soledad, que nos haga sentir bien, que nos ayude, que nos colme, que nos transforme, que nos solucione y nos resuelva, que nos de placer, que dure para siempre, que nos ayude a escapar de la realidad y nos lleve al paraíso, que nos dé estabilidad y seguridad, que nos haga felices…)

Vivimos en una cultura muy competitiva en la que todos deseamos vencer, ganar, destacar sobre los demás, como hacen los héroes de las películas. Sin reparar en los medios que utilizamos para lograr nuestros fines, soñamos con derrotar a nuestros rivales, conquistar a la persona amada,  impresionar a la gente cercana y lejana, triunfar en la vida… así que sufrimos mucho por miedo al fracaso. También sufrimos por envidia y complejos de inferioridad que nos impiden relacionarnos con amor con los demás.

No sabemos, tampoco, cómo relacionarnos igualitaria y horizontalmente con la gente, porque nos han enseñado a someternos a la autoridad, a ser la autoridad, o a pelear para determinar quién de las dos personas tiene el poder. A veces renunciamos a la batalla y le otorgamos nuestro poder a la otra persona para que nos domine: hay gente que se siente más poderosa siendo sumisa. Nos gusta estar arriba o abajo, sentirnos pequeñitos o enormes, endiosar a la otra persona o dejar que nos endiosen: el caso es que no sabemos querernos tal y como somos, ni sabemos relacionarnos en el mismo nivel.

Nos cuesta aceptar realidades que no nos gustan…. Nos gusta llevar la razón, nos gusta tener el control, nos cuesta ceder, nos cuesta dialogar y llegar a acuerdos… Nos hacen daño, hacemos daño, y nos cuesta perdonar (nos)…

Quererse no es fácil, y aunque nos queramos mucho, no sabemos querernos bien… El paso de los años va acumulando en nosotros muchos rencores, frustración, reproches eternos, malos recuerdos, cicatrices abiertas, remordimientos y pecados inconfesables, escenas desgarradoras, errores imperdonables, deseos de venganza, palabras que no hemos pronunciado y nos queman por dentro, palabras hirientes que se nos han clavado en el corazón…. Por eso las relaciones románticas son tan complejas y conflictivas, y por eso se acaba el amor.

Las guerras románticas están basadas, en su mayoría, en el deseo de sentirnos amados y amadas de un modo absoluto, y en el deseo de venganza cuando no somos amadas como querríamos. La mayor parte de las batallas románticas surgen por nuestro afán de dominar, domesticar, y coartar la libertad de la otra persona (para que nos ame en exclusividad, o para que no se marche de nuestro lado).

Según las reglas del amor patriarcal, cuando amas a alguien lo posees, y perteneces a alguien cuando te aman, por eso nos cuesta compartir o renunciar a personas que consideramos de nuestra propiedad privada. Empezamos y consolidamos el amor con promesas (te amaré hasta que la muerte nos separe, te seré fiel eternamente), sin embargo la vida da muchas vueltas, y puede ocurrir de todo: que se nos acabe el amor, o se le acabe al otro, o no se acabe el amor pero aparezca más gente a la que amar.

Y nadie tiene la culpa: el amor viene y va, se construye y se destruye, y no podemos mendigarlo ni exigirlo. O se da, o no se da. Fluye, o no fluye…
Y sin embargo, en nuestras guerras románticas, dejar de amar a alguien es la máxima traición (aunque es peor todavía si a la vez empiezas a querer a otra persona).

Nos cuesta mucho aceptar que hemos dejado de amar o que ya no nos aman. A veces optamos por sumirnos en la tristeza profunda, y otras nos declaramos la guerra: el divorcio es la Gran Guerra del amor, la peor y más cruenta de las guerras románticas.

En otras culturas la gente se junta y se separa con más ligereza y alegría: en nuestra cultura romántica patriarcal, en cambio, vivimos el divorcio una catástrofe. Es un drama que suele contener mucha violencia, y esta violencia afecta no sólo a los miembros de la pareja que se separa, sino a todos sus seres queridos. 

Como en todas las guerras estúpidas, en el proceso de (des)amor hay “buenos” y “malos” (dícese de aquellos que prometieron amarte para toda la vida y te dejan de querer). Los malos son los culpables del fin del amor, los buenos son los inocentes a los que les rompen el corazón  y sufren lo indecible. Los buenos son las víctimas del romanticismo, los malos tendrán que asumir el odio eterno de los buenos y a veces también, de su entorno.

Si eres de las personas que rompes el feliz transcurso del amor, si te desenamoras o te enamoras de otra, tendrás que asumir tu lugar en el bando de los “malos” y de las “malas”. Especialmente si eres mujer y tomas la decisión de separarte, tendrás que aguantar que los demás te vean como una persona cruel y sin sentimientos, como una "abandonadora", como una perturbada inestable o una ninfómana.

La mujer que se divorcia y se libera es, para la tradición patriarcal, una mala persona que destruye corazones, rompe pactos eternos y desestructura la familia. Si en lugar de irte con otro hombre te vas con otra mujer, el escándalo será mayor: serás vista por la gente patriarcal como un monstruo, una aberración, una desviada, una perdida, o una loca.

Tendrás que luchar también contra la culpabilidad, que es el gran talón de Aquiles de las mujeres: nos enseñan desde pequeñas a sentirnos culpables y responsables por todo. Por eso nos cuesta tanto pensar en nosotras mismas, tomar decisiones, y anteponer  nuestras necesidades a las de los demás. Cuando lo hacemos, pagamos un precio muy alto.

Las víctimas del amor, tanto hombres como mujeres, pueden ser sumamente sádicas y tiranas si han decidido declarar la guerra, porque justifican cualquier maldad con la excusa de la enajenación romántica, y reivindican el derecho a vengarse por el “tremendo” dolor que le ha causado la otra persona. Tienen licencia para odiar y portarse todo lo mal que quieran: pueden chantajear, aislar social y afectivamente a la otra persona, utilizar a sus hijos e hijas en la batalla,  hacerle cargar con deudas altísimas para toda su vida….

Invertimos mucho tiempo en construir y sostener estas guerras sentimentales, pese a que no nos hacen felices, ni nos reportan beneficios directos,  ni logran hacer resurgir la pasión de los inicios. Estas guerras nos chupan la energía, y sacan lo peor de nosotros y de nosotras mismas: hay gente que se entrega en cuerpo y alma al odio, pese a que es un sentimiento negativo que nos hace daño y hace daño a los demás.

Esa persona encantadora,  generosa, y amable que conociste al empezar la relación puede convertirse, de la noche a la mañana, en un monstruo dañino, asustado, dolido, celoso, inseguro, cruel… que cuanto más miedoso, más malvado es. Cuanto más vulnerable, más mezquino es: basta sentarse a ver una telenovela para comprobar cómo la gente, al dejarse arrastrar por las bajas pasiones, se convierte en seres tóxicos, rencorosos y violentos. Las protagonistas de las telenovelas latinas se pasan todo el tiempo arregladas, en casa, en tacones, maquinando contra otras mujeres, o montando escenas de pasión agresiva a su amado.

En las películas de amor, las protagonistas de las historias de amor son generalmente unas sufridoras (sádicas o masoquistas), así que no tenemos muchos modelos de mujeres prácticas y sensatas que huyen de los problemas. Ni de mujeres empoderadas que no renuncian a su libertad ni entienden el amor como un sacrificio, ni de mujeres que disfrutan del amor sin fantasmas ni obstáculos de por medio.

Tendremos que inventar sobre la marcha otros cuentos, entonces, con otros personajes, otras tramas, y otras maneras de resolver los conflictos y manejar las emociones. Para acabar con las guerras románticas, tenemos que desmitificar la violencia pasional, y desmontar la asociación entre sufrimiento y amor. Podríamos acabar con la cultura del aguante femenino, poner de moda la cultura del buen trato y construir colectivamente una ética del amor que nos permita aprender a querernos bien. Con esta ética del amor podríamos disfrutar más de nuestras relaciones sexuales, afectivas y sentimentales, ensanchar el concepto colectivo de amor, construir otros romanticismos más diversos e igualitarios.

Necesitamos, entonces, darnos una tregua indefinida parar las batallas internas y externas que sostenemos a diario, para imaginar otras maneras de querernos que nos den energía en lugar de quitárnosla, para firmar  tratados de paz con nosotras mismas y con las demás que nos pongan de buen humor y nos den energías para compartirlas con la gente querida. Necesitamos explorar otras posibilidades de relacionarnos con el mundo  y con la gente, eliminar las fobias sociales, tejer redes de solidaridad, ayuda mutua y amor colectivo.  Necesitamos menos guerras románticas, en definitiva, y más amor del bueno.

Coral Herrera Gómez



Consultora de Poliamor en Intimate

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Desde hoy soy oficialmente la Consultora de Poliamor de Intimate, un proyecto de investigación de la Universidad de Coimbra (Portugal) sobre las "Micropolíticas de la intimidad en el Sur de Europa", financiado por el European Research Council y coordinado por Ana Cristina Santos. 

Esta aventura me llevará a Lisboa en 2016, al Primer Congreso Intimate en el que daré una ponencia en inglés...todo un reto asesorar a este equipazo internacional de investigadorxs. Apasionante!




         
      Página Web de Intimate: http://www.ces.uc.pt/intimate/

¿Quienes son las Señoras que... dejan de sufrir por amor?

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Las Señoras que… dejan de sufrir por amor somos mujeres muy diversas a las que nos unen objetivos comunes: desmontar el amor romántico occidental, adquirir herramientas para disfrutar más del amor, y construir una ética amorosa individual y colectiva sobre el amor.
La idea de juntarse para repensar el amor nació del blog de Coral Herrera, se convirtió en un taller on line y presencial que se imparte en diversos países del mundo, va a convertirse en libro, y ya es casi una filosofía de vida. Somos mujeres de habla hispana, pero vivimos en todos los países, y tenemos todas las edades: la Señora más joven tiene 21 años, y la mayor 73. Somos Señoras sexual y emocionalmente diversas: en el taller cabemos todas las mujeres y todas las orientaciones sexuales posibles, y nos sentimos libres para etiquetarnos, o no etiquetarnos. Algunas viven en el campo, y otras en las grandes ciudades; algunas se están enamorando, otras se están separando, y otras están en período de reflexión y reconstrucción. También somos diversas en cuanto a profesiones y áreas laborales: somos dentistas, politólogas, psicólogas, amas de casa, periodistas, trabajadoras sociales, físicas teóricas, peluqueras, profesoras, desempleadas, médicas, diseñadoras gráficas, funcionarias, artistas, estudiantes, jubiladas…
Las Señoras nos juntamos desde diversos países para desmontar el amor, desmitificar y analizar los cuentos que nos cuentan, despatriarcalizar nuestras emociones, compartir experiencias personales y reflexiones, deconstruir el romanticismo, inventar otras estructuras emocionales y relacionales. Las Señoras trabajamos con gafas violetas y enfoque de género, desde el auto-reconocimiento y la auto-crítica, desmontándonos a nosotras mismas también para trabajar individual y colectivamente sobre todo aquello que queremos mejorar, eliminar o transformar en nuestras vidas.
Entre todas hemos creado un espacio de confianza y privacidad donde no nos sentimos juzgadas: podemos expresarnos con libertad, exponer nuestras teorías, lanzar preguntas a las compañeras, desahogarnos, contarnos secretos inconfesables, compartir recursos y material sobre la temática, leer juntas, pensar y escribir, debatir y aportar a la construcción de otras formas de querernos.
Después de los Talleres seguimos trabajando juntas en el Laboratorio del Amor. Lo más bonito de este espacio de trabajo colectivo es que ya no nos sentimos solas en el proceso: es más fácil unirnos para trabajar juntas y tejer redes de solidaridad, sororidad y trabajo en equipo. Nuestro trabajo para construir herramientas que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más del amor y de las relaciones afectivas tiene también una dimensión social: creemos que lo romántico es político, y que otras formas de quererse son posibles.
Las Señoras creemos que es urgente una revolución cultural, social, económica, política, sexual, emocional, por eso, nos hemos puesto manos a la obra. Estamos trabajando para desmontar el patriarcado, inventarnos otros romanticismos, y para elaborar una ética del amor que nos permita construir relaciones sanas, libres, amorosas, igualitarias, y pacíficas. Queremos desaprender lo aprendido, y lanzarnos a la aventura de amar sin miedos, sin círculos viciosos, sin violencia, sin dolor. Queremos construir amor del bueno, y creemos que es posible tejer afectos y relaciones sentimentales basadas en el buen trato, el compañerismo, y la alegría de vivir.

Inicio Laboratorio del Amor
25 de mayo 2015


Inicio próximo Taller Señoras que...dejan de sufrir por amor
15 de junio 2015 



Testimonios de las Señoras: 

Me apunté porque justo acababa de romper mi última relación de pareja y sentía que necesitaba hacer algo para que la próxima fuera mejor. Una de las cosas era tomarme tiempo, pero a parte sentía que tenía que ser un tiempo activo, no un tiempo esperando en pasivo. Justo una amiga me contó de la existencia del taller y no dudé en apuntarme con ella. Y no me ha decepcionado nada, al contrario, me ha sorprendido positivamente. Sobre todo porque no me esperaba tanto apoyo de todo el grupo. Es decir, más allá de los debates más "intelectuales", la posibilidad de compartir experiencias entre mujeres y de aprender de todas ellas ha sido muy rica. Además, el sentir que no estás sola en estos procesos resulta de gran ayuda.

Lo que más me gustó del taller fue el poder interactuar con mujeres tan diversas, con experiencias tan diferentes, pero que comparten inquitudes similares. Además, contar con la orientación de Coral ha sido muy importante, porque ha ido guiando el proceso. El chat también es un espacio muy agradable porque surgen temas muy diversos y nunca te sientes juzgada.

Julia


“Mi nombre es Ana Jiménez y he tenido la enorme suerte de poder disfrutar de la 1ª edición de este curso. Como dijo mi amiga Emma, debería ser una asignatura obligatoria en las escuelas. Ha sido un placer poder reflexionar individual y colectivamente sobre el amor, sus patrañas y trampas ( o al menos las derivadas de la construcción social del amor). A parte también es de gran utilidad para seguir ubicándonos y comprendiéndonos como mujeres ante el mundo. Muchísimas gracias, otra vez a Todas, a Coral y a Relatoras. Un abrazo fuerte y si aun no lo habéis hecho no os lo perdáis”.
ANA J.


“Sin duda para mí también una de las mejores cosas del curso ha sido el hecho de compartir entre nosotras nuestros sentimientos, reflexiones, autocríticas, etc. Creo que hacerlo todo colectivo, ya está rompiendo con las bases del patriarcado..ya que la generosidad, solidaridad, empatía, comprensión o respeto son valores indudablemente antipatriarcales y esos son los que he respirado estas semanas con todas vosotras”. 
MIREN

“Creo que se trata de ir armando una estructura en la que podamos pensarnos, debatir, reflexionarnos, dudarnos un poco sobre lo que muchas veces damos por hecho…. Mi primer pasó al frente es “libertad”… el amor es sentirme libre, independientemente que tenga una relación amorosa o no, si alguien me ata no es amor, si yo ato no es amor, si la idea del amor me ata no es amor…
Y así, empiezo a recorrer un camino, bajo la bandera de la libertad…. De dejar volar a quienes están a mi lado, volar yo……!!!!
Sí se puede, claro que sí, por eso me parecen tan importantes espacios como estos, que me lleven a la reflexión, a escarbarme por dentro y sacar mis complejos de princesa…. ¡Abajo las princesas, arriba las mujeres libres!”
ANDREA CAROLINA


A veces desde la Latinoamérica que sangra construirse como mujer que se piensa, se reflexiona y trata de entender que ocurre con sus emociones, puede ser un ejercicio solitario, que muchas hacemos, pero que pocas compartimos y Señoras que dejan de Sufrir por amor es un lugar para SABERSE ACOMPAÑADA, para ver espejos, para saber que lo que nos pasa es común, para ver y sentir como esas decisiones acertadas o desacertadas sobre el amor no las tenemos solo nosotras  sino que somos muchas, llorando por la herencia patriarcal que no nos deja ser libres, pero como somos muchas preguntándonos como abandonarlas y que hay muchos caminos para hacerlo, así una de las cosas más densas sea desaprender sobre el amor o el amor romántico como lo llama Coral... Entonces, si de repente te sientes sola y sientes que no hay mucha gente con quien conversar acerca de tus procesos de mutación femenina amorosa interna, vente al laboratorio del amor, que seguro encuentras un lugar común, de diálogo y reconstrucción sorora para seguir en el camino de hacernos el amor más bonito... 

Emilia Juana


Las ganas  que tenía de pararme a pensar/me y repensar en mí, y no solo en el plano de las relaciones sino de toda mi vida. También las ganas de compartirlo con otras mujeres y no solo del curso, de leer,de encontrar a gente que interesante, .. Después del taller sentí la necesidad de seguir trabajándome y me he apuntado a una terapia en grupo con la que continúo a día de hoy. Un regalazo poder aprender a dedicarme este tiempo, justo en esta etapa de mi vida.

Carmela


Participar en el taller "Señoras que... dejan de sufrir por amor" es una experiencia altamente recomendable. Te ayuda a cuestionarte muchos de los patrones rígidos que regulan nuestras relaciones amorosas y te permite reformular nuevas formas de relacionarte contigo misma y con los demás. Además, es un espacio de confianza y seguridad en el que te sientes muy cómoda para compartir experiencias personales con el resto de Señoras. ¡Ha sido un privilegio poder participar en el taller y entrar a formar parte de una comunidad de mujeres estupendas!
Julia



“Yo lo que destaco del curso es, por un lado, haber aprendido a mirarme a mi misma con más franqueza y honestidad..aunque me duela ver las cosas y emociones que no me gustan de mi, por otro lado entiendo y me hace comprender que soy una persona normal y corriente, con tantos miedos y egoísmos como cualquier otra...y ser capaz de verlo sin quererme vengar de mi misma, es decir, tratando de comprender de dónde viene todo eso, pero, como dice Coral, haciéndome responsable de que mis actos, mis emociones, afectan a otras personas a mi alrededor, pueden condicionarlas y, por tanto, es importante guardar un equilibrio”
LIDIA S.


“Me llevo las tres consignas que Coral menciona en su artículo “Podemos disfrutar del amor”: CONÓCETE MEJOR (AUTOCRÍTICA), RESPONSABILÍZATE Y COLECTIVIZA TU TRABAJO CON LA GENTE. Creo sinceramente en que esta es la clave para disfrutar del amor, y espero tenerla en mente cuando mis miedos y sentimientos patriarcales me acechen.
Así que en definitiva, soy más consciente de que amo básicamente de una manera patriarcal, lo asumo, me responsabilizo de mis actos de niña caprichosa y egoísta. Estoy con todas las ganas de seguir afrontando esos momentos en los que el fantasma del patriarcado me asalte y me invada y poder hacerle frente con nuestras herramientas. He asumido la idea de que otras maneras de querer son posibles, solo que debemos imaginárnoslas y trabajarlas de manera colectiva. Tengo ganas de que una vez pasada la tormenta de estas semanas, poder coger desde el principio todo el trabajo de estas semanas y seguir con ello. ¡Quiero leer, pensar, sentir, morirme de miedo y volver a levantarme, conversar, compartir y querer!
Sin todas vosotras no habría sido posible...ha sido un auténtico placer…. ¡Y que siga!
¡Un abrazo para todas!
MIREN E.



“Lo que más me ha gustado es, sin duda, conoceros, saber que existís, saber que compartimos inquietudes amorosas que seguimos en el empeño de desgajar del amor las adherencias perniciosas y tramposas, en fin seguir en el proceso de "darnos cuenta", de reírnos cuando nos sorprendemos en actitudes de "princesas esperando ser rescatadas", cuando nos aplaudimos por no claudicar a los mandatos imperiosos de la sumisión.
¡¡No me quiero ir!!
Lo que menos me ha gustado es no veros en persona, es decir, que esta experiencia haya sido on line.
Me ha impresionado sobremanera la experiencia de  comprobar que eso de "vivir el aquí y el ahora" es posible, lo he comprobado  cuando estaba en "nuestros" foros y chats, en las reflexiones...
!!gracias!!
 OLGA


“Me ha gustado especialmente el esfuerzo tuyo por aportar tantos y variados materiales así como los espacios de reflexión en el que siempre se puede aprender de las demás compañeras. Además, esas preguntas y la autocrítica aprendida aquí es algo que podemos llevar siempre con nosotras y volver a hacer uso de ella cuando sea necesario”.
NOELIA

“El título del curso me pareció muy sugerente, cuando vi los contenidos lo primero que pensé ¿Cómo ahorro el dinero para poder hacerlo? porque QUIERO HACERLO.
Sabía que iba a aprender mucho para mi labor profesional, y así ha sido, gran cantidad de material para trabajarlo, y mi gran sorpresa es que a nivel personal me ha aportado mucho más.
Para mi la única desventaja es que es on-line, y echaba de menos un aula y una profe en persona, por todo lo demás muy interesante, creativo, didáctico y muy enriquecedor”.
ROCÍO

“Hola a todas. En primer lugar daros la enhorabuena tanto a Coral como a las queridísimas Relatoras-helvéticas que habéis tenido la brillante idea de organizar el curso. A las compas por ser tan generosas y compartir tantas intimidades. A coral en particular por el curro tan tremendo y la cantidad de recursos que nos has regalado para que nos pensemos un poquito. como veis me ha gustado mucho, y lo mas importante, al menos para mí, lo siento como algo muy útil. Creo que se ha abierto un camino o se ha reforzado hacia la deconstrucción del ideal del amor, de las autopenitas, y de otras muchas cosas. Ahí tengo un montón de lecturas e ideas sobre las que reflexionar”.
ANA

“Si te digo la verdad lo que más me ha impresionado con creces es tu dedicación. Coral el taller es un experimento estupendo y yo creo con mucho futuro. Sigue así porque creo que tendrás grandes satisfacciones...”
EVA

 
“Que decir que no hayan dicho ya señoras........encantada de haber compartido este espacio con vosotras. He llorado, he reído y me habéis aportado mucho. Para mi esto no es más que el principio, queda mucho por trabajar y se que tendré momentos de bajona en los que echaré mano de lo que se ha analizado y compartido aquí.
Gracias a todas y en especial a Coral por hacer posible este taller tan interesante”.
MARÍA H. S.



“Creo que según más creciendo, si nos metemos, no sólo en el amor, si en todas las parcelas de nuestra vida, en lo reglado, en lo estereotipado, en lo que dicta la masa, poco a poco dejamos de tener juicio crítico. Dejamos de reflexionar, de cuestionarnos, de preguntarnos: ¿esto me sirve a mí? ¿es lo que quiero para mi vida? ¿existen otros valores y otra forma de estar en el mundo que me vaya mejor? Nos volvemos cómodas, es más fácil pensar "es que las cosas son así". Y nos olvidamos de nuestra libertad, de nuestro derecho a decidir, de la creatividad que todas y todos podemos poner en práctica para cambiarnos por dentro, para ser mejores, para ser más felices, para ser nosotras mismas”. 

NOELIA 


Querida Coral y queridas compañeras:

Deseo decirte a través de estas palabras lo mucho que ha significado el curso de "señoras que ya no sufren por amor" para mí. Y deseo decirte lo importante que ha sido conocerte en esta época de mi vida.

Sé que las palabras no son capaces de transmitir la fuerza, el coraje, las herramientas, las ganas, el sí se puede, el merece la pena y la compañía cálida que me has-habéis dado en este tiempo, desde que empecé a saber de ti y tu trabajo y empecé a conocer a otras mujeres en búsqueda como yo.

Mis compañeras de curso saben, por haberlo compartido, de mis meses de pérdidas dolorosas...familiares, amorosas, vitales. La sensación en ocasiones es de un desierto árido, de falta de manos y piel y de dificultad en encontrar alimento para seguir caminando.
Y apareces, Coral, con tanta y valiosa información, con tu alegría y vitalidad, con tus mensajes certeros, con tu ejemplo de mujer que trabaja para hacer una vida mejor. Y te digo, de corazón, que todo lo que he estado y estoy alimentándome de algo que me hacía mucha falta, me da más fuerza que toneladas de hidratos en mi cuerpo.


Gracias, por el taller, gracias por compartir, gracias por tu generosidad, gracias por el sí se puede. Gracias, porque miro de frente aunque haya días que cueste y porque ya sólo quiero bucear cuando el cuerpo me pida honduras marinas en lugares de costa.
He dado un paso hacia la vida que quería...y no es, ni de lejos, un paso retórico.
Nos vemos en el camino seguro, porque ya nos estamos viendo.

María Sabroso.


Uneté a las Señoras en Campus Relatoras

Coral Herrera en las redes sociales

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